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El periodismo no existe

Patricio Segura
Por : Patricio Segura Periodista. Presidente de la Corporación para el Desarrollo de Aysén.
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«En una sociedad donde la aséptica mercantilización se instaló en el alma de un pueblo creer es tarea de ingenuos. De inocentes. De aquellos que no entienden la realidad, esa competitiva, monetaria, individual realidad».


Me cuentan de oídas que una futura colega dejó la carrera por el perfil altamente competitivo y despersonalizado del oficio que impartían en la prestigiosa universidad donde estudiaba.

Por ahí, con motivo de las próximas elecciones del Colegio de Periodistas, un actual compañero de profesión asegura que “jamás me colegiaría”. Y entre la multitud se escucha el murmullo constante de la desconfianza, de horadadora letanía, hacia una actividad que mucho tiene que decir en la cotidianeidad de todo individuo social.

La verdad es que el periodismo no existe. No es que como ejercicio no tenga existencia, aseveración imposible cuando sus consecuencias están a la vista: en el sube y baja de la aprobación de los presidentes, en la información sobre el concierto gratuito que darán en mi ciudad. Un hacer que, como las estadísticas, no solo da cuenta de la realidad. En el acto de difusión también la transforma.

El periodismo no existe porque no está ahí, allá afuera, al encuentro del que lo ejerce, como quien se topa con una piedra en el camino, un manantial en el desierto. No es un ser independiente de la acción humana. Es creación personal, muchas veces colectiva, amarrada a la comprensión que cada uno tenga sobre esencia. Quienes lo ven sometidos al poder, los que lo piensan como voz de los sin voz. Aquellos que lo pintan de cronista etéreo de una (hipotética) asible verdad. Y los que lo sienten como simple medio de subsistencia como profesión.

Múltiples miradas y visiones, sostenidas muchas de ellas por los descreídos de la convicción. Esos que nunca aceptarán que existan periodistas que, al igual que otros oficios, sienten su rol más allá del sueldo a fin de mes. En una sociedad donde la aséptica mercantilización se instaló en el alma de un pueblo creer es tarea de ingenuos. De inocentes. De aquellos que no entienden la realidad, esa competitiva, monetaria, individual realidad.

Mirar la historia es desvestir tal fundamento. La humanidad es pródiga en convicciones. De las buenas y de las malas. Seres que más allá de toda duda, siguieron lo que les dictó su interior, ajenos al arqueo pragmático tan de moda en épocas actuales.

El periodismo debe nutrirse de aquello. Es deber parar la olla, claro está. Pero hay ollas de barro tanto como de aluminio, cobre y de brillante metal. Mientras más costosa la tuya, a mayor dependencia te someterás. Y menores posibilidades de seguir tus convicciones tendrás.

Hombres y mujeres convencidos de la importancia del rol que cumplen permitirá avanzar en mejorar lo que debe cambiar. Qué se entiende por mejor es, aún, labor pendiente y que nunca terminará.

Que no te digan que dedicar tu vida a lo que te llena de pasión es tontera de fin de semana. El mundo está plagado de historias, grandes y pequeñas, impulsadas por corazones latiendo a la par de mentes calculando.

Que el día a día no te robe el alma, la capacidad de ver más allá. Que de ese ejercicio se pavimenta la trascendencia vital que todos necesitamos. También los periodistas, incluidos sus dirigentes que, quiérase o no y como muchos en otras actividades, han decidido trabajar por lo que les convoca más allá de su legítimo metro cuadrado e interés individual.

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