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Filosofía en tiempos indigentes


Diversos son los ángulos bajo los cuales puede someterse a análisis la “Propuesta de estructura curricular 3º y 4º medio” en la cual la asignatura de Filosofía queda relegada a un plan electivo. En efecto, durante estos días el hashtag #derechoalafilosofía, es trending topic y en distintos medios se argumentan con convicción posturas encaminadas a defender la filosofía en las aulas de los liceos públicos. Sin duda que este hecho es de suyo positivo y muy necesario, sin embargo pienso que en general se esgrimen ideas que apuntan a una justificación un tanto conocida y teñida de un lugar común, al menos para quienes estudiamos filosofía, me refiero al bullado y defendido pensamiento crítico.

En este escrito argüiré en contra de esta propuesta, pero teniendo además en consideración, elementos distintos (desconozco que se estén teniendo en cuenta), para de esta forma enfocar este problema desde un sitio que abarque ya no solo razones de índole exclusivamente pedagógicas como que, por ejemplo, la filosofía promueve habilidades y prácticas como el diálogo colectivo encaminadas a la reflexión y el pensamiento crítico, que por cierto es indiscutible. Este texto busca analizar esta problemática desde una mirada política, en el sentido de que dicha propuesta evidencia la frágil democracia en la que vivimos; social porque dicho plan de reforma implica profundizar el clasismo tan arraigado en Chile y en última instancia económica, ya que es representativa del modelo de desarrollo que se fundamenta férreamente en una filosofía que querámoslo o no, es muy coherente y contiene consecuentemente una visión de ser humano.

En primer lugar, el modo en que se llevan a cabo las decisiones de las políticas educativas responde a encargar ciertos temas de interés, como por ejemplo, el cambio en la estructura curricular de 3º y 4º medio, a una comisión de expertos, sin que se generen diálogos efectivos con los principales actores de la educación, en este caso, los profesores y profesoras de filosofía representados por la REPROFICH. No es la primera vez que ocurre algo así, recordemos que en el gobierno del presidente Ricardo Lagos también la reforma educacional promovida y puesta en marcha durante ese período se gestó entre cuatro paredes. Esta forma de proceder es propia de la alicaída democracia en que vivimos, en la cual se deja en manos de tecnócratas la decisión de asuntos que tienen una incidencia política rotunda en el desenvolvimiento de la realidad nacional en su conjunto.

[cita tipo=»destaque»]El hecho de que se elimine la asignatura de filosofía de las aulas como parte del plan común agudiza esta segregación involucrando una más profunda, debido a que los colegios particulares seguirán teniendo el “privilegio” de tener filosofía como parte de su plan de estudios, siendo que la filosofía debería ser un quehacer colectivo y una disciplina conocida y pensada por todos y todas,  los y las  estudiantes y no solo restringida a un sector social acomodado que serán seguramente nuestros futuros gobernantes.[/cita]

La democracia actual está en crisis, no solo por falta de representatividad, sino que también, y hay que decirlo, porque la formación cultural de Chile también lo está. Este gobierno olvida que la dirección de asuntos de este carácter, del modelo educativo que se busca imponer le compete por sobre todo a los actores y a los verdaderos expertos no solo por haber estudiado filosofía, sino que también porque son los que diariamente tienen que lidiar con la precaria realidad en que se enseña filosofía en los liceos del país. Dicha precariedad es consecuencia de un problema más global, e introduzco en este escrito otro componente de esta disputa, que es el hecho de que esta propuesta a su vez es de corte clasista toda vez que reafirma y profundiza la segregación manifiesta de la educación en Chile.

En un mundo de morales relativas y donde es difícil defender verdades absolutas porque todo está sujeto a ser rebatido, pienso que existe una afirmación que es indiscutible y es que los datos arrojan y avalan que la diferencia en las mediciones objetivas es abismante (estando de acuerdo o no y en si acaso dichas evaluaciones estandarizadas como el SIMCE o la PSU son las adecuadas para determinar el “resultado” del proceso educativo). La brecha entre el sector privado y público es más que lamentable (dicha diferencia es replicada en salud, trabajo, vivienda, y un largo etcétera). Es lamentable, digo, en el sentido de que los niveles en estas mediciones son absolutamente dispares.

El hecho de que se elimine la asignatura de filosofía de las aulas como parte del plan común agudiza esta segregación involucrando una más profunda, debido a que los colegios particulares seguirán teniendo el “privilegio” de tener filosofía como parte de su plan de estudios, siendo que la filosofía debería ser un quehacer colectivo y una disciplina conocida y pensada por todos y todas, los y las estudiantes y no solo restringida a un sector social acomodado que serán seguramente nuestros futuros gobernantes.

En otras palabras, aunque se busque ser equitativos en el sentido de dar un piso mínimo a la educación técnica, científico-humanista y artística, esta propuesta debería tender más bien a abrir espacios de inclusión y pluralidad implementando por ejemplo la asignatura de filosofía en toda la estructura educativa y no como lo propone esta reforma curricular que sea un electivo más entre otros, mutilando del derecho a pensar. De esta forma, se acentúa la diferencia de clase, tan arraigada en nuestro país y naturalizada por la mayoría de la población.
Como tercer argumento, pienso que además de los elementos políticos y sociales antes señalados, existe uno más fundamental y que es el origen de esta forma de concebir la educación y este no es otro que el modelo de economía de mercado en el cual se necesita mano de obra que sepa más obedecer que proponer ideas y en que se enseñan “competencias” que deben aplicarse en el mundo laboral. Este sistema produce y seguirá reproduciendo sujetos acríticos, sujetos que consumen y donde su razonamiento es instrumental al sistema, visualizando su estancia en los liceos como un medio para llegar a la educación superior, otorgándole importancia a los puntajes del SIMCE o la PSU (todos los colegios están muy preocupados por estas estadísticas ya que hay subvenciones de por medio), como si la educación consistiera en tener buenas notas para luego ser profesionales y exitosos. Esta forma de pensar facilista para muchos, pero a la vez, con peso ideológico velado para pocos, es la ecuación perfecta para tener a millones de personas preocupados de asuntos de suma importancia porque tienen vinculación directa a la producción y el consumo nacional. La ley de la libre demanda hace mucho tiempo se ha desplazado y ha subsumido todos los ámbitos de la realidad. Pienso que la propuesta de reforma curricular de 3º y 4º medio es una consecuencia más de un modelo en que se exacerban las diferencias de clase, en el que se promueve la competencia en el amplio sentido de la palabra y donde el individualismo y la atomización social son una realidad pese a que últimamente se ha generado un despertar por la lucha de causas transversales de conocidas consignas como la actual “NO + AFP”, “Educación gratuita”, “Despenalización de la marihuana”, entre otras. Sin embargo, estas luchas son restringidas y no responden a una demanda global y sistemática. Las demandas locales dan cuenta de un sistema total que colapsa a la ciudadanía, pero creo que el árbol no nos está dejando ver el bosque.

De llevarse a cabo esta reforma las consecuencias son muy coherentes con el modelo de desarrollo de un Estado que se jacta de haber bajado los índices de pobreza, pero en el que existe una aberrante inopia cultural que se manifiesta palmariamente en el analfabetismo funcional en que viven muchas personas chilenas. Dicho analfabetismo se traduce en un atrofiado lenguaje hablado y escrito, en una falta de referentes culturales chilenos y extranjeros, y en una escasa valoración del diálogo y del saber argumentar ideas. Mi diagnóstico es lapidario, vivimos en tiempos indigentes y seguiremos estando así si las autoridades deciden en función del mercado y la tecnocracia donde gobierna una razón instrumentalizada y por cierto dañina, que genera privaciones y restringe la cultura a una élite.

La filosofía, es un conocimiento y responde a un derecho, a la igualdad que tanto se proclama en las campañas políticas. La filosofía y el pensar por sí mismos nos hace ser más seres humanos, porque no creo que vengamos al mundo solo a producir bienes materiales, la cultura y sus bienes intangibles alientan la vida de las personas que como tales pueden construir la libertad, una libertad que dista mucho de ser económica, y que nos invita a reflexionar desde una realidad colectiva y participativa. El conocimiento ennoblece el espíritu humano, nos hace libres. Al parecer nada de eso importa hoy cuando vivimos pendientes del celular, de pagar, de comprar y de ser exitosos luciendo grotescamente nuestras “experiencias” en Facebook.

Pienso que los que estudiamos humanidades debemos pelear por esos miles de niños y niñas, adolescentes, que necesitan ser escuchados y comprendidos, porque en última instancia la filosofía alberga en su seno preguntas que nos constituyen como seres humanos. Dejar la filosofía fuera del plan obligatorio de estudios es privar a los jóvenes a pensar, a desarrollar y validar su propia existencia, esa íntima y profunda que brota en el silencio y no en la inmediatez y el bullicio actual y que nos permite conocernos y ser por fin seres pensantes y sintientes, reflexivos y críticos, cuestionadores y activos, sujetos autónomos y libres que luchen por vivir en verdaderas democracias.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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