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Que no nos pase lo que a Aureliano


No solo conocer el hielo llevado por los gitanos a Macondo constituyó un hito en la vida del Coronel Aureliano Buendía; durante 20 años promovió 32 guerras civiles (las perdió todas) para derrocar a los conservadores, 20 años de más vicisitudes que glorias, y todo para que finalmente los políticos le llevaran para la firma las condiciones bajo las cuales debía deponer las armas.

“Ocupó una silla entre sus asesores políticos, y envuelto en la manta de lana escuchó en silencio las breves propuestas de los emisarios. Pedían, en primer término, renunciar a la revisión de los títulos de propiedad de la tierra para recuperar el apoyo de los terratenientes liberales. Pedían, en segundo término, renunciar a la lucha contra la influencia clerical para obtener el respaldo del pueblo católico. Pedían, por último, renunciar a las aspiraciones de igualdad de derechos entre los hijos naturales y los legítimos para preservar la integridad de los hogares.

–Quiere decir –sonrió el coronel Aureliano Buendía cuando terminó la lectura– que sólo estamos luchando por el poder.

–Son reformas tácticas –replicó uno de los delegados–. Por ahora, lo esencial es ensanchar la base popular de la guerra. Después veremos”.

Acá no fueron 20 años, fueron 17; a la hora de luchar se hizo marchando y alzando la voz por nuestros derechos. Vencimos en las urnas, con un No que prometía un arcoíris y un Chile mejor para todos, sin miedo, sin violencia. Entonces asumieron los que, como dice Daniel Mansuy, creyeron que la patria tenía una deuda eterna con ellos; así que procedieron a cobrar, procedieron a realizar “reformas tácticas”…

[cita tipo=»destaque»]Ojalá que no estemos esperando que lluevan las famosas flores amarillas; ojalá que no nos quedemos atrapados bajo un castaño, farfullando nuestra opinión, pero quedándonos sentados bajo ese castaño; ojalá que no nos conformemos con las reformas tácticas.[/cita]

Resulta particularmente llamativo que todos, prácticamente sin excepción, defiendan a todos. Longueira corriendo para salvar a la DC cuando no inscribieron dentro de plazo a sus candidatos; Letelier defendiendo a Longueira por los aportes de SQM; la nuera haciendo negocios con personajes de la UDI; el administrador de La Moneda recibiendo al acreedor UDI de la nuera; Lagos guardando silencio por los sobres con plata que se entregaban a los ministros; y así, la enumeración sería larga. Y tal como temía Úrsula Iguarán, al casarse con José Arcadio Buendía, de esta incestuosa relación se ha generado un engendro con cola de puerco, con un infame cepillo de pelos en la punta.

Este engendro ya tiene más de 25 años; en la cola de puerco se dibujan las AFP, un sistema que nos tiene condenados, irremediablemente, a la pobreza; las Isapres y un sistema de salud que condena a los más pobres a ver desde lejos, muy lejos, la posibilidad de recuperar o mejorar su salud; la educación transformada en negocio (como la salud); el cobre en manos extranjeras y en un evidente ciclo salitrero. Sí, la enumeración es larga, muy larga, y la solución es tan corta como una pequeña raya hecha con un lápiz en un voto.

Resulta evidente que la denominada “clase” política (que ha demostrado carecer completamente de clase), ya no da el ancho. Resuelven en la cocina el futuro nuestro y de nuestros hijos, sin que les importe que haya personas muriendo por falta de atención médica (no exagero, muere gente a diario por tal razón), o que jóvenes estudiantes sean estafados ingresando a universidades prácticamente de papel. Y la solución es tan simple. Tan simple como una raya en un voto.

Esa raya, ese pequeño acto que nos permite expresar la verdadera soberanía de un pueblo, ese minúsculo esfuerzo sobre un papel puede evitar que nos ocurra lo que al Coronel; que perdamos el sentido de nuestros reclamos, de nuestra lucha, que levantemos la voz solo por la costumbre (la guerra para el Coronel llegó a ser un estadio de vida normal), que demos una pelea inútil reducida solo a la selva impenetrable de nuestros miedos, de nuestra incapacidad de reaccionar ante tanto abuso. Porque los políticos, casi todos para ser justo, han abusado.

Ojalá que no estemos esperando que lluevan las famosas flores amarillas; ojalá que no nos quedemos atrapados bajo un castaño, farfullando nuestra opinión, pero quedándonos sentados bajo ese castaño; ojalá que no nos conformemos con las reformas tácticas. Como dice Milson Salgado sobre el Coronel: “Con hondo sentido común comprende que hay relevos generacionales, pero cuando ve que ninguno se indigna, que ninguno lanza una queja y que la burbuja familiar envuelve de estupidez la vida de la gente que le rodea, propone a su amigo Gerineldo Márquez empezar otra nueva guerra, pero ya es tarde, este está postrado en una silla de ruedas, esas benditas sillas de la conformidad en donde rodamos cíclicamente nuestras cobardías. Esas sillas del quédate allí, del no camines, del no busques. Esas que te invitan a pararte y a quedarte.”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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