El problema que plantea este megaacuerdo no es, paradójicamente, de índole comercial. El problema es político y social, disfrazado de comercio para eludir la responsabilidad de no haber realizado un proceso democrático y de participación social. Y también porque el TPP afecta a temas tan sensibles como la salud de los chilenos, el poder de las empresas internacionales en nuestro territorio o los cambios a la legislación que afectarán los derechos digitales, a las empresas del Estado y nuestro modelo de desarrollo económico.
Una nota reciente en el Diario Financiero destacó los esfuerzos que hace hoy la Dirección Económica de la Cancillería (Direcon), dirigida por Andrés Rebolledo, militante socialista, buscando apoyos empresariales y de think yanks de la vereda derecha para la aprobación del TPP.
Es en este momento, entonces, cuando se hace más necesario que nunca exponer los argumentos con el fin de impedir la firma de este tratado y que los partidos agrupados en la Nueva Mayoría tomen en cuenta la incongruencia que significa impulsar un tratado hecho a la medida de las grandes corporaciones internacionales.
El TPP es un megaacuerdo económico, liderado por Estados Unidos, que involucra a 12 países con costas en el océano Pacífico, incluido Chile.
La negociación de este tratado comenzó a finales del 2008, pero es en el Gobierno de Sebastián Piñera donde las negociaciones secretas avanzaron a un ritmo vertiginoso. Estados Unidos presentó el año 2011 una matriz que es gran parte de lo que hoy conocemos como el texto final: un tratado que involucra normativas tan amplias como la propiedad intelectual digital y farmacéutica, las compras públicas, la regulación de las empresas del Estado, regulación financiera y flujo de capitales, las normativas medioambientales, las laborales y el comercio electrónico, entre otras.
Pero el problema que plantea este megaacuerdo no es, paradójicamente, de índole comercial. El problema es político y social, disfrazado de comercio para eludir la responsabilidad de no haber realizado un proceso democrático y de participación social. Y también porque el TPP afecta temas tan sensibles como la salud de los chilenos, el poder de las empresas internacionales en nuestro territorio o los cambios a la legislación que afectarán los derechos digitales, a las empresas del Estado y nuestro modelo de desarrollo económico.
De allí que valga preguntarse: ¿por qué está Chile firmando el TPP? ¿Cuál es la motivación que guía a sus impulsores y los argumentos que esgrimen? Y ¿cómo enfrentará esto la Nueva Mayoría?
Los pocos defensores que quedan del TPP han puesto sobre la mesa dos tipos de argumentos.
El primero es que “toda apertura comercial es buena” y que el país debe seguir su tradición de incorporarse a todos los espacios internacionales para beneficiar su economía. Este argumento es bastante débil, en primer lugar, porque el TPP no es un acuerdo meramente comercial que regule aranceles, exportaciones e importaciones, sino algo más parecido a una Constitución que establece los derechos de las empresas internacionales en cada uno de los países.
En segundo lugar, porque la evidencia sugiere que la apertura no es sinónimo de aumento de exportaciones, ni de aumento del PIB, y menos aún una herramienta de distribución de esa riqueza. En efecto, el Nobel de Economía Joseph Stiglitz argumentó que el TPP será un retroceso para Chile y un factor para aumentar la desigualdad. Asimismo lo han planteado informes económicos de la Universidad de Tufts, que establecen que los riesgos de aumento de la desigualdad y el desempleo son inminentes.
Por último, es necesario hacer notar que la Cancillería chilena no ha sido capaz de elaborar estudios que muestren el impacto (positivo o negativo) económico, político y social de este tratado.
[cita tipo= «destaque»]Apoyar un Tratado que beneficia a las grandes corporaciones internacionales o nacionales, que posee altos riesgos de aumentar la desigualdad y de empeorar la salud de la población, les plantea un dilema importante de coherencia programática a los parlamentarios de la Nueva Mayoría: apoyar el TPP es ir en contra de los principios que inspiraron la coalición.[/cita]
El segundo argumento esgrimido es que el TPP no innova respecto a lo que tenemos pactado en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos firmado el 2004. Esto es falso, pues:
No podemos extendernos en este lugar sobre los múltiples efectos que tendrá el TPP en las distintas áreas. Pero sin duda queda esbozada no solo la incidencia que tendrán las grandes corporaciones empresariales, sino la afectación directa en temas sensibles para la población.
Apoyar un Tratado que beneficia a las grandes corporaciones internacionales o nacionales, que posee altos riesgos de aumentar la desigualdad y de empeorar la salud de la población, les plantea un dilema importante de coherencia programática a los parlamentarios de la Nueva Mayoría: apoyar el TPP es ir en contra de los principios que inspiraron la coalición.
El dilema se agrava cuando el MAS y la IC ya han llamado a rechazar el tratado (a los que probablemente se una la bancada del PC en algún momento) por estar en oposición a los intereses de los chilenos y de la coalición. Y si agregamos a los diputados de la DC, el PS y el PPD que ya han anunciado su rechazo públicamente, tenemos como resultado un Gobierno que tendrá que aprobar el TPP con los votos de la oposición.
Aprobar el TPP en el Parlamento, con los votos de la oposición, no solo traerá consecuencias previsibles e imprevisibles para la población y nuestra democracia, sino además una pregunta fundamental para la Nueva Mayoría: ¿es este un Gobierno de derecha en el ámbito internacional o un Gobierno que será coherente con los votos que plantea su coalición?
Las consecuencias de rechazar este tratado son casi nulas: Chile seguirá teniendo tratados de libre comercio con todos los países, evitaremos una mayor injerencia de las empresas extranjeras y daremos una señal soberana, de un país capaz de hacer valer su democracia. Así como Chile se opuso a la guerra en Irak, ganando prestigio internacional, rechazar el TPP será una muestra de coherencia y de soberanía que vale más que los pocos beneficios presentados por Cancillería.