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No es transparencia, es humo Opinión

No es transparencia, es humo

Daniel Flores
Por : Daniel Flores Antropólogo. Encargado de Descentralización de Fundación Progresa.
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De ahí a transformar a la transparencia en la piedra angular de la moralidad hay un trecho muy largo. Para mí es sintomático que el segundo Gobierno de Bachelet, el reformista, haya quedado convertido, en nombre de la transparencia, como dijera Tironi, en el segundo Gobierno de Aylwin. Es sintomático que los ministros que lideraron “las cinco reformas que sacuden el pasado conservador de Chile”, como titulara la BBC en febrero de este 2015, hoy vivan en el purgatorio de la política, y tapados bajo el puente de la economía con esas mismas banderas reformistas.


En todo esto hay cosas que no me calzan. El mejor ejemplo es el escozor que siento con mis amigos que celebran el arresto de Jovino Novoa. Ellos están contentos porque “la Justicia tardó pero llegó”. Pero lo que hizo el juez fue concluir el arresto del ex senador por su posible responsabilidad en delitos tributarios, al mismo tiempo que determinar que, gracias a su “irreprochable conducta anterior”, contará con el beneficio del arresto domiciliario.

Y claro, como nos hicimos los lesos con el rol de Novoa en dictadura –mientras él fue subsecretario, hubo, según el Informe Rettig, 19 falsos enfrentamientos, 10 ejecuciones (entre ellas las de Tucapel Jiménez y, probablemente, la de Frei Montalva) y una decena de torturados, muertos y desparecidos– ahora nos conformamos con que la justicia lo arreste por –al parecer– haber profanado, precisamente, el sistema económico y tributario que él mismo ayudó a construir. ¿Quién ganó en esta historia?

No hay peor mentiroso que él se cree sus propias mentiras. Jovino no se creyó las suyas. Fue capaz –aparentemente– de ir más allá de lo único que defendía: el dinero como el contrato social fundamental. Pero nosotros sí nos creímos las de él. Y ahora nos desvelamos porque pensamos que es “la transparencia” el valor fundamental de toda relación interpersonal. Transparencia que no es más que asumir el sueño de Pinochet como propio. Lo ya dicho: que el dinero es el fundamento de lo social. Que tus boletas estén bien hechas y hayas pagado tus impuestos es más importante que tu participación en dictaduras que cometieron crímenes de lesa humanidad. El mundo está loco, loco.

[cita]En la transparencia como ideología conservadora, es más importante que la factura de la termoeléctrica esté bien hecha, y no que esa empresa haya privatizado toda el agua de Olmué. Es más importante que un senador demuestre que en efecto hizo los trabajos para la pesquera a la que boleteó, y no que haya votado a favor de una ley que regaló el mar chileno a las familias de esos mismos que lo contrataron.[/cita]

Que no se me malentienda. Para mí la transparencia es una virtud y hay que fortalecer su institucionalidad. Pero de ahí a transformar a la transparencia en la piedra angular de la moralidad hay un trecho muy largo. Para mí es sintomático que el segundo Gobierno de Bachelet, el reformista, haya quedado convertido, en nombre de la transparencia, como dijera Tironi, en el segundo Gobierno de Aylwin. Es sintomático que los ministros que lideraron “las cinco reformas que sacuden el pasado conservador de Chile”, como titulara la BBC en febrero de este 2015, hoy vivan en el purgatorio de la política, y tapados bajo el puente de la economía con esas mismas banderas reformistas. Velasco volvió a la Moneda, quedaron en el lodo la ley de aborto y la de educación universitaria, y en el horizonte resuenan la detención por sospecha y las hipotecas de los jubilados pobres.

Porque es injusto, qué duda cabe, que un banco le preste 2.500 millones a uno y no 10 millones a otro. Pero lo realmente injusto es que unos pidan esa plata para hacerse ricos sin trabajar, en una “pasada”, y los otros para pagar la carrera de pedagogía de su hijo. Porque en Chile es justo enriquecerse sin trabajar, y es también justo ser pobre haciendo clases 500 horas semanales.

En la transparencia como ideología conservadora, es más importante que la factura de la termoeléctrica esté bien hecha, y no que esa empresa haya privatizado toda el agua de Olmué. Es más importante  que un senador demuestre que en efecto hizo los trabajos para la pesquera a la que boleteó, y no que haya votado a favor de una ley que regaló el mar chileno a las familias de esos mismos que lo contrataron.

Vivimos ante un doble riesgo para la transparencia como virtud. Primero, su banalización que la convertirá en placer de espectadores. En un circo romano de periodistas inquisidores y de guionistas editoriales, y en el aserrín de partidos populistas que, en nombre de esta “transparencia reaccionaria”, declararán la muerte de la política, de las “izquierdas y de las derechas”, y de toda persona que haya tenido un pasado militante. Y, segundo, que se nos hará creer que la única condición de nuestro “vivir juntos” es el capital. “¿Pagó su royalty miserable? ¡oh! Es una empresa modelo”.

Es como el traje del rey desnudo, donde la transparencia de las telas era finalmente la falsa ilusión, y lo real las carnes laxas del gordo emperador. Chile es un país rico. Lleva más de 100 años en un ciclo exitoso de exportación minera. El que tengamos que pagar tanto por una salud digna, por una educación de calidad, y que nuestro sistema de pensiones sea de tristeza más que de júbilo, no tiene que ver con boletas falsas. Lo real tras la transparencia, es que como país no hemos crecido, sólo hemos engordado. Que nuestras carnes están sueltas y mal repartidas y que tenemos que poner al país en forma.  ¡Viva la transparencia!… Pero la que nos deja ver la raíz de nuestra crisis sempiterna: las mil y una inequidades. El resto no es transparencia, es humo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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