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Dejemos de competir

Vicente Wilson
Por : Vicente Wilson Sociólogo. Movimiento Construye Sociedad
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Este juego es solo una caricatura más dentro de un modelo de símbolos que nosotros mismos hemos creado y que reproduce, valida e, incluso, incentiva la competencia como mecanismo de supervivencia y transcendencia. Nuestros niños, cuando apenas tienen uso de conciencia, entran a un sistema educativo regido por la evaluación y los premios individuales, donde lo importante ya no es el nivel de aprendizaje neto, sino que cuánto se está por sobre la media y, por eso mismo, es frecuente que, cuando un niño les cuenta a sus padres que ha sacado una buena nota, estos le pregunten: “¿Y al resto, cómo le fue?”.


En una de esas enormes pancartas publicitarias que aparecen de pronto en nuestras calles, vi una referencia a un antiguo juego de mesa. En español se llama “Monopolio” y el personaje que lo representa es un pequeño viejecillo de bigotes, sombrero de copa y bastón, ícono clásico del millonario de principios de siglo XX.

El juego consiste en adquirir la mayor cantidad de propiedades posibles, para cobrarles altas rentas a los otros jugadores y quizás, si estamos en un día de suerte, mandarlos a la cárcel por uno o más turnos. Al final, todo radica en quedarse con toda la plata del tablero, lo cual sólo se consigue a costa del resto.

Este juego es solo una caricatura más dentro de un modelo de símbolos que nosotros mismos hemos creado y que reproduce, valida e, incluso, incentiva la competencia como mecanismo de supervivencia y transcendencia.

Nuestros niños, cuando apenas tienen uso de conciencia, entran a un sistema educativo regido por la evaluación y los premios individuales, donde lo importante ya no es el nivel de aprendizaje neto, sino que cuánto se está por sobre la media y, por eso mismo, es frecuente que, cuando un niño les cuenta a sus padres que ha sacado una buena nota, estos le pregunten: “¿Y al resto, cómo le fue?”.

[cita]Este juego es solo una caricatura más dentro de un modelo de símbolos que nosotros mismos hemos creado y que reproduce, valida e, incluso, incentiva la competencia como mecanismo de supervivencia y transcendencia. Nuestros niños, cuando apenas tienen uso de conciencia, entran a un sistema educativo regido por la evaluación y los premios individuales, donde lo importante ya no es el nivel de aprendizaje neto, sino que cuánto se está por sobre la media y, por eso mismo, es frecuente que, cuando un niño les cuenta a sus padres que ha sacado una buena nota, estos le pregunten: “¿Y al resto, cómo le fue?”.[/cita]

Porque muchas veces preferimos que nuestro hijo sea mediocre en un grupo de pésimos a que sea bueno en un grupo de muy buenos. Porque es el ranking y la competencia lo importante, la “carrera” por sobre el oficio. El cuánto puedo obtener y recorrer antes que cuánto puedo desarrollarme. Y así, formamos jóvenes de ética frágil y ambición malentendida que entran a un mundo laboral donde el “rascarse con las propias uñas” es ley.

Seguimos sacándole lustre al darwinismo social, pero no por un rigorismo científico –ya que en la biología está cada vez más obsoleto–, sino que por un sensual acomodaticio que permite blanquear nuestra vanidad y avaricia bajo el lema de “así funciona la naturaleza”.

El real esfuerzo está en recordar que somos gregarios, y que si bien la aventura y el riesgo individual son parte de nuestro desarrollo, la trascendencia se adquiere en la entrega a la comunidad. Por eso a nuestro país le urge pasar de esta competencia exacerbada a la colaboración.

Incentivar el trabajo comunitario y el logro del y para el grupo. Debemos dejar de construir una sociedad en donde la autorrealización está en la compra de un nuevo auto escaso o en mantener un sueldo acorde o sobre “el mercado” o, simplemente, ganarle algo al otro; y comenzar a desarrollar una en donde nuestros muchachos salgan del colegio con ansias de construir para la comunidad, incentivados por un principio de deber cívico y solidaridad.

Para que no perdamos aquello que nos hace sentir orgullosos como nación y que, hoy en día, sólo lo sacamos en la Teletón o para algún terremoto o incendio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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