Publicidad

El Padre Hurtado y los 70 años del Hogar de Cristo

Pablo Walker S.J.
Por : Pablo Walker S.J. Capellán del Hogar de Cristo
Ver Más

Nos inspira el traer a la actualidad esta diferencia tan lúcida y coyuntural que el Padre Hurtado establecía entre los deberes de la justicia y los esmeros de la caridad. ¿Qué «les debo» a los demás, por ejemplo, a los trabajadores del país? Eso es justicia, ¿cómo me regalo yo mismo donde hay más necesidad, por ejemplo, a los más sufridos de Chile? Eso es caridad, por ahora, aunque más adelante probablemente lo reconoceré como un acto de justicia, si profundizo en la fe y en mi conciencia de ciudadano.


El dueño de un enorme predio se acercó al Capellán del Hogar de Cristo con un cheque y le dijo: «Tome, Padre, para sus obras». El sacerdote lo miró y le respondió “muchas gracias, pero disculpe si antes de recibirlo le hago unas preguntas… ¿en su campo tiene trabajadores?”, “sí, cientos”, “¿y ellos tienen casa?”, “sí por supuesto”, “y en esas casas ¿hay luz eléctrica?”, “no en todas, creo que…”, “¿pero, tienen piso o suelo de tierra?”, “de tierra la mayoría, aunque…”, “¿y habrá red de agua potable, o no?”, “no aún…”, “¿y alcantarillado?”

El hombre enmudeció…

«Hagamos una cosa», le respondió el Capellán, «vaya con este cheque y haga todas las cosas que les debe a sus trabajadores. Estas que conversamos y las que falten. Después, si le queda algo para donar me lo trae para el Hogar de Cristo».

El Capellán de esta historia era el Padre Hurtado, y quien me la contó es Mariano Puga, el cura obrero.

Nos inspira el traer a la actualidad esta diferencia tan lúcida y coyuntural que el Padre Hurtado establecía entre los deberes de la justicia y los esmeros de la caridad. ¿Qué «les debo» a los demás, por ejemplo, a los trabajadores del país? Eso es justicia, ¿cómo me regalo yo mismo donde hay más necesidad, por ejemplo, a los más sufridos de Chile? Eso es caridad, por ahora, aunque más adelante probablemente lo reconoceré como un acto de justicia, si profundizo en la fe y en mi conciencia de ciudadano.

[cita]Nos inspira el traer a la actualidad esta diferencia tan lúcida y coyuntural que el Padre Hurtado establecía entre los deberes de la justicia y los esmeros de la caridad. ¿Qué «les debo» a los demás, por ejemplo, a los trabajadores del país? Eso es justicia, ¿cómo me regalo yo mismo donde hay más necesidad, por ejemplo, a los más sufridos de Chile? Eso es caridad, por ahora, aunque más adelante probablemente lo reconoceré como un acto de justicia, si profundizo en la fe y en mi conciencia de ciudadano.[/cita]

Si tengo fe y profundizo en ella, recordaré lo que dijo Jesús: después de mucho trabajar diré, junto a otros, «no hicimos otra cosa que cumplir con nuestro deber»; entenderemos que somos administradores de lo que Dios nos dio y no auténticamente propietarios. Entenderé la paradoja del «mandamiento del amor»: que amar a cualquiera con el mismo esmero con que me cuido a mí mismo es lo justo por excelencia, no por un capricho de Dios sino porque es lo que quisiéramos que hicieran con nosotros mismos.

Si profundizo en mi conciencia de ciudadano reconoceré que el imperio efectivo de los Derechos Humanos, con sus correspondientes obligaciones, es algo a lo que me debo, es el más básico estándar de la dignidad humana. Puede ser que haga cosas buenas por los demás, y que ello me haga sentir bien, pero veré que si esa acción repara un derecho humano que estaba siendo negado a otro, ella es una obra de justicia antes que pura caridad. Estaré contento pero no exigiré que me den las gracias.

Es más fácil sentirse caritativo que ser justo. El amor nos gratifica y despierta para que nos conectemos con la vida de los demás. Nos empuja a extender permanentemente nuestra preocupación por los otros para cuestionar lo que hasta ahora entendemos por justicia, desnormalizando la exclusión. Nos convoca a ir más allá, donde las instituciones o no funcionan o no existen, a la frontera, donde el reconocimiento de derechos aún no ha llegado: nos hace ir a los cientos de miles de compatriotas que viven en poblaciones donde el Estado de derecho no es real porque están secuestrados por la exclusión y las balas locas del narcotráfico; nos mueve a ir a las decenas de miles de personas que vagan atormentadas por las calles, con un diagnóstico y tratamiento de salud mental simplemente negado; nos hace ir a conocer las condiciones reales de vida de nuestros hermanos migrantes e ir a buscar a los miles de jóvenes desescolarizados. Nos conectamos y nutrimos del amor, pero el ir a la frontera es un acto de justicia.

Es la historia del Hogar de Cristo en estos 70 años. En Aparecida los Obispos la llamaron la “imaginación de la caridad”. Esta innovación del afecto, esta pasión por extender lo justo, nos hace una y otra vez partir a donde no se acostumbra ir, donde la tendencia es a desentenderse. Una vez ahí, con otros muchos y nunca solos, hacer los aprendizajes que los más pobres nos regalan, aprender del Cristo Pobre como el Padre Hurtado lo hizo… Y comenzar la lucha por que la dignidad humana se ponga al día, ejercer la presión necesaria sobre la comunidad para que legisle y ajuste el Estado de derecho. Ejemplos hay muchos pero no es el momento de resumir aquí 70 años. Es, por ejemplo, lo hecho por visibilizar la necesidad de resguardar el derecho a la educación preescolar de casi 370 mil niñas y niños; fue necesario lanzarse a las poblaciones más aisladas y construir juntos muchos jardines y salas cunas… Y ello, hoy, ya va siendo política de Estado.

Seamos juntos enamorados y apasionados por la justicia como el Padre Hurtado nos pidió. El amor nos conecta y la justicia nos ordena para vivir mejor. Por eso volvamos juntos, con la ayuda de Dios, «al Mapocho» o a donde sea. Y no vayamos solos, porque no podemos, porque tenemos que aprender unos de otros y porque esta vida digna hay que contagiarla.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias