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Política y sustentabilidad emocional

Hernán Dinamarca
Por : Hernán Dinamarca Dr. en Comunicaciones y experto en sustentabilidad Director de Genau Green, Conservación.
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Como humanidad asistimos a un nuevo desafío político: incorporar la alfabetización emocional, condición implicada a cualquier cambio social y cultural. La sustentabilidad emocional es promover desde los gobiernos, las empresas y la sociedad civil, el entrenamiento en el respeto hacia el otro humano y el otro ser vivo, conversaciones sinceras, terapias públicas y colectivas, nuevos estilos de liderazgos, la colaboración, la simplicidad voluntaria (sencillez en el vivir, a lo Mujica) para un bienser, todo entendido como una inversión social imprescindible.


Santiago amado, tan lejos y tan cerca. Casi tres años después, en diciembre del 2012, pisé sus calles nuevamente. La primera semana fue de shock emocional. Impresiones: la tristeza en tantos rostros y esa amarga y única emoción que produce la desconfianza y la sospecha: el temor agresivo ante el otro. En la TV agresiones verbales al por mayor, he ahí, como ejemplo, esa “joya” superior que es la boca irritada de la señora Matthei. O, en la calle, cada vez que consultaba a un tercero, sea vendedor, un transeunte, alguién de seguridad (¡que manera de haber guardias de seguridad!), lo primero era un “atrás sin golpes”, luego una mirada inquisidora, y pasado el chequeo, y visto que el otro, es decir yo, era una persona no amenaza, ahí recién aparecía una mínima apertura al diálogo.

Un agudo amigo, a manera de explicación, me dijo: “¿Qué esperabas?, si el país es una pulpería, la gran mayoría de las familias de consumidores/ciudadanos endeudadas, en una absurda “bicicleta” financiera, presos de las tarjetas de crédito, o bien consulta entre tus cercanos ¿cuántos han sido objeto en los últimos meses de intentos de pequeños fraudes telefónicos o presenciales?” Seguí su consejo y el guarismo, fue alto.

Lo anterior coincide con estudios y encuestas que nos dejan en primer lugar en índices de desconfianza (nacionales e internacionales). O con cifras oficiales que no se condicen con el país real. Se publicita un IPC bajo, pero ¡qué “mal-genios” de las cifras lo calculan! Si bien los indicadores oficiales de la inflación suman en tres años menos del 9 %, en este viaje experimenté lo sabido en serios estudios, que el costo de vida ha aumentado por lo menos un 30 por ciento. Hoy en Chile, al menos la canasta básica, incluida salud y educación, es más cara que en Alemania, donde resido. En otro caso, las tasas de alto empleo ocultan la precarización laboral (hay abundante literatura y datos al respecto). Traigo a la mano estos hechos duros (altísimo y doloroso endeudamiento familiar, el timo cotidiano y el abuso con las cifras) para dar cuenta de las bases estructurales que, entre otras, sostienen esas emociones.

[cita]Como humanidad asistimos a un nuevo desafío político: incorporar la alfabetización emocional, condición implicada a cualquier cambio social y cultural. La sustentabilidad emocional es promover desde los gobiernos, las empresas y la sociedad civil, el entrenamiento en el respeto hacia el otro humano y el otro ser vivo, conversaciones sinceras, terapias públicas y colectivas, nuevos estilos de liderazgos, la colaboración, la simplicidad voluntaria (sencillez en el vivir, a lo Mujica) para un bienser, todo entendido como una inversión social imprescindible.[/cita]

¿De qué va todo esto? Lo que quiero decir es que en nuestro amado, triste y desconfiado país, es también necesario un activismo político re-evolucionario de tipo emocional. Y sí, obvio que importa mucho la acción y equidad en el dominio de la sustentabilidad socio-ambiental, pues es condición para siquiera empezar a superar las bases estructurales que sostienen esas emociones, así vividas, tan negativas. Pero no será suficiente. He ahí entonces la sinergia de la acción política en pos de la sustentabilidad emocional.

En esto hay experiencias en el mundo. Hace ya varios años años escribí un artículo en tono de desafío que llamé algo así como La inteligencia emocional arribando a la política. En él argumentaba que un botón de muestra de este posmoderno proceso era La Campaña por la Alfabetización Emocional, impulsada desde el gobierno y por una amplia comunidad de intelectuales y profesionales en la Inglaterra de Tony Blair. Queremos un país —decía el Manifiesto de la Campaña— “en el que nuestra familia y nuestros amigos nos den seguridad emocional, la comunidad ofrezca oportunidades para la interacción, los gobiernos respondan a nuestras propuestas, se impulse la creatividad en lo laboral, la política económica promueva no sólo el bienestar económico, sino además el emotivo y social, se estimule en las escuelas la curiosidad y la creatividad, en el sistema judicial se comprendan las emociones que están detrás de los hechos criminales y en la salud se asuma el sustrato emocional de nuestras dolencias físicas”. Y seguía: “Nuestro deseo es crear una cultura emocionalmente alfabetizada, en la que la facilidad para manejar las complejidades de la vida emocional sea tan difundida como la capacidad de leer, escribir o hacer un cálculo aritmético.” La campaña, al menos en Southampton, Inglaterra, donde se impulsó un proyecto piloto en las escuelas primarias para promover la identificación y expresión emocional de sus alumnos, tuvo como resultado que la deserción y ausencia entre los escolares, la delincuencia y las suspensiones por mala conducta, registraran una drástica disminución.

En América Latina, en Brasil, el Partido de los Trabajadores (PT), también en su etapa imaginativa, incorporó con éxito masivas y diversas técnicas artístico-terapéuticas en plazas y escuelas para mejorar la autoestima de la gente. En Chile, en este ámbito, desde hace rato ocurren muchas experiencias, en especial, vinculadas a organizaciones de la sociedad civil; pero en la política formal, a inicios del 2000, apenas el PPD se atrevió a crear el cargo de responsable de la cuestión socio-emocional; digamos sí que a poco andar fue claro que era solo una declaración. Después, más nada.

El punto, más allá de las malas o buenas experiencias, es que como humanidad asistimos a un nuevo desafío político: incorporar la alfabetización emocional, condición implicada a cualquier cambio social y cultural. La sustentabilidad emocional es promover desde los gobiernos, las empresas y la sociedad civil, el entrenamiento en el respeto hacia el otro humano y el otro ser vivo, conversaciones sinceras, terapias públicas y colectivas, nuevos estilos de liderazgos, la colaboración, la simplicidad voluntaria (sencillez en el vivir, a lo Mujica) para un bienser, todo entendido como una inversión social imprescindible.

Fue sintomático que en Inglaterra la más brutal descalificación hacia estas nuevas prácticas políticas surgió de la ya antigua y reaccionaria racionalidad moderna, ya sea en su variante de izquierda nostálgica (del socialismo real) o de la derecha neoliberal. Los primeros le caricaturizaron como naif, solo buenas ondas de paz y amor, ajenas a la realidad social. La derecha neoliberal, por su parte, cuestionó la campaña por su promoción de una ética de la coherencia entre lo público y lo privado y por su intención de re-ensamblar políticamente emociones y razón. El cuestionamiento de la racionalidad instrumental, de uno u otro signo, fue bien resumido en el ultrismo del Adam Smith Institute (un nombre bien representativo de su tesitura moderna): “La campaña de la alfabetización emocional es una idea autoindulgente, totalmente centrada en el Yo, en una obsesión con uno mismo, con lo que siento. Pero, la sociedad se gobierna con leyes, no con sentimientos. Estos son caprichosos e impredecibles. La ley es imparcial y objetiva. No se descubrió la gravedad con las emociones. Fue la razón la que entendió lo que pasaba”.

Vaya la furia de la crítica y el curioso menosprecio al Yo (Ego) en un instituto supuestamente heredero de pensadores que ayer (en otro momento histórico, lo que, por cierto, a ellos excusa) fueron los hacedores de una racionalidad y emocionalidad moderna basada en el Ego-ísmo, en la separatividad del individuo y en lo que fue su principal invención, el concepto Yo. Los actuales epígonos del notable pensador Adam Smith, en su incoherencia y en su amnesia histórica, olvidan que durante la modernidad occidental fue la razón instrumental, sola y separada, el Ego, quién produjo monstruos, y que fueron tantos y tantos los crímenes que se cometieron en su nombre. En Chile, hoy mismo es también sintomático que el estado de ánimo del estilo Adam Smith Institute empieza a aparecer una y otra vez pidiendo puro y duro autoritarismo y racionalidad ante conflictos sociales signados, entre otras complejidades, por las emociones: el pueblo mapuche, por ejemplo, que carga una inmensa mochila de menosprecio cultural, discriminación y tristeza.

Pese a esos modernos ancrónicos, simples y nostágicos, en el actual cambio de época el desafío para la humanidad (si queremos continuidad) tiene también un pie en lo emocional y, en Chile al menos, es de alta urgencia y complejidad. La buena noticia es que en nuestro pais existe una potente basa emocional de otro cuño. Conversando de estas impresiones con Javier Zulueta, líder de Un Techo para Chile (que ahora es Un Techo para América Latina), me hacía ver que, comparado con otros países de la región, en el país es rápido y fácil lograr un masivo compromiso de jóvenes voluntarios y solidarios. Gran signo. O bien, otros amigos me decían: “Sí, esas impresiones ocurren, pero nuestro vivir cotidiano es en microclimas emocionales junto a los nuestros, ahí estamos inmersos en otras experiencias”. Gran detalle: la vida es la suma rizomatica de microclimas que, ojalá, podrían irradiar mejores deseos y prácticas sociales en sustentabilidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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