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El mea culpa de los empresarios Opinión

El mea culpa de los empresarios

Competencia. Ese es el cambio necesario. Así, la generación de riqueza será un orgullo para el empresario, y este será respetado y legitimado por su «chispeza». Si no hacemos eso, nos quedaremos solo en buenas intenciones y palabras vacías. Y todos los mea culpa serán lágrimas de cocodrilo.


En el contexto de nuestra crisis social, ha sido común que algunos empresarios hayan hecho un mea culpa. Mea culpa, en general, por estar mirando el techo y no haberse dado cuenta de la dimensión de la indignación; y se acompaña el lamento con curiosas recetas. Esa es, más o menos, la canción de moda.

No es necesario calificar si este clamor ha sido sincero o no (aquí, la sinceridad no es muy relevante que digamos). Interesa que sea válido. Y ahí tenemos un problemita. Para que tenga validez, debe estar bien dirigido (causas), de lo contrario, cualquier arrepentimiento será más falso que fariseo rasgando vestiduras.

Así, hay empresarios que hablan en tercera persona, mirando la paja en ojo ajeno, y señalando la importancia del diálogo en la sociedad, incentivar encuentros que promuevan iniciativas que colaboren con los sectores más vulnerables, que llegó la hora de meterse las manos a los bolsillos… puros lugares comunes que llenarán los discursos del próximo Icare. ¿Quién no va a estar de acuerdo con que haya diálogo o con que llegó la hora de inspirar, incluir e innovar?

En el extremo del mea culpa está, quizás, reconocer la “falta de conciencia” en que estaba mal la “chispeza” de pasar como gastos de la empresa la bencina particular o el restaurante. Y hasta ahí no más se llega. Una caricatura.
Así las cosas, estamos ante un problema mayor: creer que, salvo estos detalles, se estaban haciendo bien las cosas.

Probablemente la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) cegó a la clase empresarial. La RSE, que es más vieja que el hilo negro, se convirtió en un virus que santificó los pecados. La RSE se limitó a dar migajas a programas muy diversos, desde techos a los más necesitados, escuelas rurales, fomento del pobre emprendedor que no tiene acceso a capital, hasta ocupar varias páginas en las memorias anuales. Este virus llegó a hacerles pensar que, por el lado del quehacer normal de los negocios, las cosas se estaban haciendo bien, y lo peor, se alimentó su arrogancia, creyéndose dignos de admiración, aplaudiéndose mutuamente y premiándose por turnos en cuanto foro hay. Con un buen control implícito de los medios de comunicación, el círculo estaba cerrado.

Entonces, una empresa podría explotar las imperfecciones de mercado e incluso basar en ellas su estrategia corporativa y obtener suculentas utilidades basadas en abusos “legitimados” por el sistema.
De repente ocurrían casos emblemáticos, tales como Farmacias, Pollos, Guerra del Plasma, Repactaciones Unilaterales, colusión del confort, los cuales remecían un poco el sistema, pero se siguió funcionando más o menos igual a pesar de estas fallas supuestamente aisladas. Total, se cumplía con la normativa vigente.

Hasta ahora no ha habido ningún empresario que haya señalado abiertamente que la estrategia de desarrollo de su empresa se basó en imperfecciones de mercado que permitieron, al amparo de la legalidad vigente, extraer excedentes de los consumidores. Algunos ejemplos: bancos e instituciones no bancarias que colocan créditos con un costo final que excede la Tasa Máxima Convencional; empresas de retail que actúan como banco sin someterse a las normas que lo rigen; empresas que triangulan platas financiándose en el mercado de capitales y las colocan al público vía una empresa filial; grandes compradores que aplican su poder negociador contra un proveedor pequeño y le imponen un precio considerablemente distinto del precio transable internacional. ¿Cuál sería el exceso cobrado a los consumidores durante los últimos 10 años? Esto sería algo así como calcular el valor actual del abuso.

Es necesario ese mea culpa para empezar a ver la solución real y efectiva: competencia. De eso se trata. Las rentas anormales dan un cómodo statu quo y no otorgan incentivos para moverse de ahí. Pero mientras no se rompa el círculo vicioso de empresarios-políticos-regulador, no se va a captar la relevancia de los cambios estructurales que permitan volver a las raíces del modelo.

Lo positivo del ambiente actual es que se requiere un remezón para tener un punto de viraje. ¿Qué hacer? El máximo esfuerzo para que todos los mercados relevantes funcionen lo más cercanos a la competencia perfecta.

Para ello, se deben identificar las imperfecciones y atacarlas; sin lobby. De seguro dolerá, porque eso será de verdad meterse la mano en el bolsillo. Hacer gárgaras con decir que a partir de hoy todas las empresas de un holding tendrán un sueldo mínimo que será de $500 mil, queda pa’ la foto del tuit más bondadoso (entre paréntesis, un pajarito me contó que esta medida ya estaba implementada en el Banco de Chile, así que tan novedosa no fue. Pero llegó un informativo interno aclarando que serán $500 mil bruto, no líquido. Cuek).

Competencia. Ese es el cambio necesario. Así, la generación de riqueza será un orgullo para el empresario, y este será respetado y legitimado por su «chispeza«. Si no hacemos eso, nos quedaremos solo en buenas intenciones y palabras vacías. Y todos los mea culpa serán lágrimas de cocodrilo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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