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Chile en peligro de convertirse en «Banana Land» Opinión

Chile en peligro de convertirse en «Banana Land»

Han sido tantos los beneficios que se han ofrecido a todos los sectores del país, incluido el gran empresariado, que hoy resulta irresponsable pensar en cumplirlos. Regalías, gratuidades, monopolios, falta de fiscalizaciones, falta de legislaciones y regulaciones modernas, falta de incentivos a las Pymes, falta de planes de mediano y largo plazo. Todo es parche y, en lugar de un proyecto de sociedad, el sistema parece una momia vendada tres veces.


La economía chilena está entrampada.

El recorte de nota crediticia confirma la tesis de que tanto Hacienda como el Banco Central estaban equivocados, y fue solo cosa de tiempo (breve) para demostrarlo. Ahora, las cifras de los mismos entes apuntan tardíamente a una desaceleración más allá de lo imaginado. Y no era necesario ser un genio para verlo venir. Fue gracias a un gasto fiscal creciente, poco focalizado y carente de control, como también a la gentileza del desmedido aumento del endeudamiento a nivel país, que las cifras no han sido peores.

No pretendo ser peyorativo al referirme a país bananero, ni ser poco respetuoso hacia países para los cuales se ocupa esa expresión. El chileno es, ha sido y será, dentro de las limitaciones de una nación en vías de desarrollo, un caso ejemplar de modernidad dentro del barrio. Pero la situación tanto política, social como económica se ha deteriorado con el pasar de los años, aunque la imagen de Chile en el extranjero sigue siendo positiva.

Han sido tantos los beneficios que se han ofrecido a todos los sectores del país, incluido el gran empresariado, que hoy resulta irresponsable pensar en cumplirlos. Regalías, gratuidades, monopolios, falta de fiscalizaciones, falta de legislaciones y regulaciones modernas, falta de incentivos a las Pymes, falta de planes de mediano y largo plazo. Todo es parche y, en lugar de un proyecto de sociedad, el sistema parece una momia vendada tres veces.

Esto no es culpa solo de los políticos y los empresarios, todos somos responsables de haber llegado hasta aquí, participando poco, siendo cómodos, reactivos. No es que no haya gente involucrada en esto, el problema es que son pocos los que se organizan. Y es así como comienzan los países bananeros, con la ignorancia, indulgencia, comodidad, “que otros se encarguen” y luego concluimos en desastres sociales y políticos.

En el mismo Chile ya sucedió, y uno se dirá “pero fueron otras épocas”. Les cuento, a manera de anécdota, que hace menos de 10 años se hablaba de cómo los países “BRIC” iban a dominar el mundo: Brasil, Rusia, India y China. A saber, al día de hoy: Brasil, en medio de crisis de corrupción; Rusia, aislada por Europa y EE.UU.; de India se habla poco, pero sumida en problemas; y China en caída libre (si no fuera por la cantidad de dinero que se han gastado en reservas para mantenerlo a flote).

El cambio no es un proceso rápido: en Chile, por ejemplo, se requerirá de al menos 12 a 24 meses para estabilizar, en el mejor de los casos, la situación económica. Y lo social, quién sabe. Es cierto que falta liderazgo. ¿Pero nos vamos a sentar arriba de las manos esperando entrar de frentón en la liga de los países bananeros? Todo el mundo reclama sus derechos: ¿y sus obligaciones? ¡Las obligaciones no solo pasan por cumplir las leyes! JFK dijo con asertividad: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino que puedes hacer tú por tu país” (por cierto, me incluyo en la autocrítica).

Las propuestas para una mejora en los próximos 10 años pasan, a mi parecer, por: organizaciones sociales apolíticas en defensa y apoyo de causas diversas con amplia participación, reorganización del sistema Ejecutivo y Legislativo con total transparencia y exigencia de participación mínima en sesiones y periodos delimitados; instauración de un sistema de “impeachment” presidencial, legislativo y judicial, penas punitivas duras a delitos económicos, replanteamiento de la legislación completa del sistema financiero, corporativo, y su relación con organismos gubernamentales.

A eso hay que sumar aumento de la participación ciudadana masiva por cambios, a plebiscitos a determinados factores importantes, proporcionalidad de las penas en lo penal y cumplimiento efectivo a aquellas, igualdad ante la ley sin exclusión de grupos minoritarios, beneficios tributarios a la creación fidedigna de empleos privados, incentivos a la fabricación local vía modernización de las reglas y beneficios tributarios, descentralización del poder (elección ciudadana de gobernadores regionales), asignaciones presupuestarias y razonable independencia presupuestaria de las mismas regiones, que les permitan acceder al mercado de capitales, eliminación de la concentración de monopolios. Educación civil y social, aumento del gasto en cultura y beneficios tributarios como incentivo, mayor énfasis en producción y creación de valor agregado, en desmedro de materias primas, menor concentración del Poder Ejecutivo.

Esto, por nombrar algunas ideas, quizás incompletas y hasta contradictorias. Pero es evidente que una democracia de verdad no se limita al voto electoral y la libertad de prensa. Y es que el verdadero desarrollo pasa, no por la dedocracia y concentración desmedida del poder, como se observa en Chile.

Alejandro Rubinstein

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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