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Se trató, pero no se pudo

Después de décadas de habernos acostumbrado a ser el niño símbolo del manejo fiscal prudente, las clasificadoras de riesgo castigan a Chile. Esto es producto de una conjunción de malas decisiones, que trascienden al actual jefe de la billetera fiscal y van mucho más allá de la baja en el precio del cobre. Partimos con la expansión grosera del gasto en 2009. Incremento que fue poco eficiente en evitar que nuestro país cayera en una recesión de magnitud distinta al resto del mundo y que dejó como desafío a la administración Piñera bajar el nivel del gasto. Esto se logró a medias. Si bien durante 2010-2013 el crecimiento de la economía fue superior a la expansión del gasto fiscal, se pudo haber hecho un mayor esfuerzo en consolidar la posición del balance estructural del fisco, aprovechando la bonanza del cobre y el crecimiento del PIB por sobre su potencial. Así llegamos al 2014 y, desde ahí, las cosas solo han empeorado.


Finalmente llego el día. Por primera vez en más de 25 años la República sufre de una baja en su clasificación soberana, después de décadas de habernos acostumbrado a ser el niño símbolo del manejo fiscal prudente. Si bien era algo anunciado, vale la pena aprovechar de revisar la historia, por qué se dio y, al mismo tiempo, las consecuencias futuras.

Esto es producto de una conjunción de malas decisiones, que trascienden al actual jefe de la billetera fiscal y van mucho más allá de la baja en el precio del cobre. Partimos con la expansión grosera del gasto en 2009. Incremento que fue poco eficiente en evitar que Chile cayera en una recesión de magnitud distinta al resto del mundo y que dejó como desafío a la administración Piñera bajar el nivel del gasto. Esto se logró a medias. Si bien durante 2010-2013 el crecimiento de la economía fue superior a la expansión del gasto fiscal, se pudo haber hecho un mayor esfuerzo en consolidar la posición del balance estructural del fisco, aprovechando la bonanza del cobre y el crecimiento del PIB por sobre su potencial.

Así llegamos al 2014 y, desde ahí, las cosas solo han empeorado. El único presupuesto del ex ministro Arenas fue innecesariamente expansivo. Como el gasto público es en la práctica inflexible a la baja, cada vez que se hace un incremento discreto lo mejor que se puede hacer, dadas las restricciones políticas, es tener expansiones menores, pero los niveles se mantienen altos en términos absolutos. Este es el dilema que ha tenido que enfrentar el ministro Valdés. Y trató, pero, cómo diríamos en jerga futbolística, no se pudo. Hubo cosas que ayudaron: se recaudó más de lo esperado en la repatriación de capitales o en la “limpieza” del FUT. Pero el crecimiento pudo más que la reforma. Y, en materia de contención del gasto, hubo demasiados goles evitables.

La consecuencia es, en definitiva, un gasto heredado demasiado alto, más una serie de compromisos del Ejecutivo que traerán como consecuencia que el Estado tendrá un exceso de gasto que, dependiendo de si se recupera la tasa de crecimiento y se realiza un ajuste fiscal, llegaría hasta el año 2022.

Otro elemento evidente es que la caída en el crecimiento ha generado que, pese al incremento en la carga tributaria producto de la reforma, los ingresos fiscales por conceptos de impuestos se hayan mantenido constantes. En otras palabras, todo el esfuerzo recaudatorio que se pretendía obtener con la reforma, se lo llevó el menor crecimiento.

Por eso no es menor cuando se reclama que lo que Chile necesita urgentemente, para empezar a mejorar su posición fiscal, es, en primer, segundo y tercer lugar, retomar altas tasas de crecimiento.

Ahora, con todos estos elementos, ¿cuáles debieran ser las decisiones del próximo ministro de Hacienda?

Lo primero es ser realista. Sería totalmente irresponsable pensar en una baja de la carga tributaria, esperando que en el tiempo el crecimiento volviera a colocarla en su nivel inicial. De todas maneras, hay que hacer una reforma tributaria, pero una en serio.

Esto va mucho más allá de corregir los problemas de diseño del actual sistema, y pasa por generar una estructura tributaria simple y sobre todo justa (eliminando tanta distorsión que privilegia a unos pocos grupos de interés), pero que al mismo tiempo genere incentivos al ahorro e inversión por sobre el consumo.

Lo segundo es tener la valentía (y mucha) para contener y reducir el gasto.

Se necesita con urgencia una revisión profunda de la calidad del gasto público, que permita eliminar programas ineficientes, reducir dotaciones abultadas y entregadas a burocracia sin sentido, modernizar la gestión digitalizando el Estado y, sobre todo, tener un sistema robusto de evaluación y diagnóstico ex ante, monitoreo durante y seguimiento ex post del gasto.

Sin duda, una de las tareas más complejas y difíciles que ha enfrentado el Estado, pero al mismo tiempo impostergable y urgente.

Si no somos capaces de ajustar el nivel del gasto, de exigirle al fisco una mejor asignación y uso de los recursos, y de revisar en forma profunda e integral la forma de recaudación tributaria, temo que esta es solamente la primera de varias correcciones sobre nuestra nota soberana.

Pablo Correa
Socio fundador de Denk Políticas Públicas
Ex Gerente de Estudios y Asuntos Públicos de Banco Santander
Ex Asesor de Hacienda durante los gobiernos de Ricardo Lagos y Sebastián Piñera

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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