Publicidad
Clase trabajadora está deprimida y las elites carecen de respuestas Columna de Noah Smith

Clase trabajadora está deprimida y las elites carecen de respuestas

La forma más fácil de definir a la clase trabajadora es por el ingreso. La desigualdad de ingresos ha crecido sustancialmente a lo largo del mundo desarrollado, y en Estados Unidos más que en la mayoría de los países. Una de las herramientas usadas para medir la desigualdad de ingresos –el coeficiente Gini, que es más alto cuando la distribución de los ingresos es menos igualitaria– ha subido bastante en Estados Unidos desde la década de 1970.


Tras el Brexit y la elección de Donald Trump, hay una creencia generalizada de que el populismo está en alza en el mundo desarrollado. Escritores y pensadores advierten oscuramente sobre una crisis si las elites no acceden a las demandas –explícitas o asumidas– de la clase trabajadora.

Como escribí en una publicación anterior, es muy difícil definir a quién considerar parte de la elite. Esto complica la tarea de establecer un blanco de la ira popular, y significa que nadie sabe quién, exactamente, debería responder a las demandas de las masas. Pero hay otro problema relacionado del cual no hablé: ¿quién está haciendo las demandas? ¿Quién es esa gente de la clase trabajadora que se ha visto perjudicada por el sistema y ya no lo va a permitir más?

Esta es una pregunta crucial porque determina qué respuestas de políticas podrían enfrentar el descontento general. Pero, como la elite, la clase trabajadora es endiabladamente difícil de definir.

Cuando Karl Marx creó una taxonomía de clases sociales para su sociedad industrial europea del siglo XIX, el mundo era más simple. Un gran número de personas eran ya sea agricultores o trabajadores industriales urbanos pobres. Cuando Marx clasificó a la gente como campesinos, proletariado, burguesía, pequeña burguesía y así sucesivamente, no tuvo que distinguir entre ingreso y ocupación: la última básicamente determinaba el primero.

Pero, aunque todavía usamos muchos de los términos de Marx, la economía moderna es mucho más compleja que la que él diseccionó. El ingreso, la ocupación, la educación y la raza crean múltiples líneas de fractura que nos hacen cuestionar la existencia de un proletariado o una clase trabajadora unificados.

La forma más fácil de definir a la clase trabajadora es por el ingreso. La desigualdad de ingresos ha crecido sustancialmente a lo largo del mundo desarrollado, y en Estados Unidos más que en la mayoría de los países. Una de las herramientas usadas para medir la desigualdad de ingresos –el coeficiente Gini, que es más alto cuando la distribución de los ingresos es menos igualitaria– ha subido bastante en Estados Unidos desde la década de 1970.

Si definimos como integrante de la clase trabajadora a cualquiera situado en las regiones más bajas de esta crecientemente desigual distribución del ingreso, parece claro por qué estarían enojados. Como muestra una investigación reciente de los economistas Fatih Guvenen, Greg Kaplan, Jae Song y Justin Weidner, la renta vitalicia de los hombres estadounidenses viene declinando desde hace décadas. Solo al enviar masivamente a las mujeres a la fuerza laboral formal lograron la mayoría de las familias de Estados Unidos mejorar su situación material. Otra investigación demuestra que la movilidad económica y las oportunidades también declinan: la mayoría de los estadounidenses están ganando menos de lo que ganaban sus padres, y quienes ocupan los extremos inferiores de la distribución tienden a quedarse estancados allí.

La creciente desigualdad, el ingreso estancado y la movilidad reducida parecen una combinación tóxica. Y en el Reino Unido, los bajos ingresos predijeron de hecho la votación a favor de que el país abandonara la Unión Europea. Pero es interesante destacar que las personas más afectadas por estas tendencias en Estados Unidos no parecen unirse a la revuelta supuestamente populista representada por Trump. Los votantes de menos ingresos se volcaron a Hillary Clinton en 2016, no a Trump. Encuestas más recientes también muestran que, si todos los otros factores permanecen iguales, la ansiedad económica tendió a empujar a los votantes –incluidos los votantes blancos– al campo de Clinton.

Esto sugiere que hay otras formas de pensar sobre las clases en Estados Unidos. La más obvia definición alternativa es la educación. Muchas encuestas y sondeos comprueban que la distinción entre universitarios y no universitarios jugó un papel importante en cuanto a determinar quién votó por Trump.

Al mirar a una variedad de otros indicadores, tiene sentido pensar en un grado universitario como el indicador esencial de las clases en los Estados Unidos de hoy. Un grado universitario predice fuertemente y de manera creciente quién se casa, quién permanece casado, quién está política y socialmente comprometido y hasta quién va a la iglesia. La investigación también muestra que en especial entre los blancos, la educación universitaria es un predictor crecientemente importante de la mortalidad. Por tal motivo, la frase “clase trabajadora blanca” se usa a menudo para referirse a los blancos pobres, pero para aquellos que no tienen estudios terciarios.

Otra marca de clase podría ser la ocupación. Buena parte de la ira populista en Estados Unidos parece centrarse en la declinación del empleo industrial.

Mientras tanto, los economistas han comprobado que las ocupaciones rutinarias están desapareciendo. Si la clase trabajadora se define por el trabajo hecho, entonces la devastación de los empleos manufactureros ciertamente parece ser una razón para que este grupo esté airado. ¿Qué es la clase trabajadora sin trabajo?

De manera que hay múltiples formas de definir la clase trabajadora, y cada una de ellas conduce a diferentes implicaciones en las políticas. ¿Deberían las elites mitigar la ira de la clase trabajadora con una redistribución del ingreso, la seguridad social y otras políticas para ayudar a los pobres? ¿Deberían intentar quitarles importancia a los grados universitarios a los fines de conseguir trabajo? ¿Deberían tratar de traer de vuelta el empleo industrial y/o las tareas rutinarias? ¿Y son estas respuestas diferentes para el Reino Unido que para Estados Unidos?

Es fácil decir que las elites –sean ellas quienes fueren– deberían concretar todo lo anterior, pero eso evita el tema de cuáles deberían ser las prioridades. Si Estados Unidos y el Reino Unido están realmente en medio de peligrosas revueltas populistas, no puede haber demora. También hay compensaciones involucradas: por ejemplo, impulsar la producción industrial podría requerir desviar el gasto de los programas sociales que ayudan a los pobres.

Por lo tanto, mientras haya confusión sobre qué comprende la clase trabajadora debemos esperar que la respuesta a la ira populista en Estados Unidos y el Reino Unido sea caótica y desorganizada.

Esta columna no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

Publicidad

Tendencias