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El incendiario debate entre economistas que tiene como protagonistas al economista jefe del Banco Mundial En Chile el debate ni se escucha y solo es discutido en la periferia académica

El incendiario debate entre economistas que tiene como protagonistas al economista jefe del Banco Mundial

Iván Weissman S
Por : Iván Weissman S Editor El Mostrador Semanal
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Paul Romer llegó a la entidad en septiembre del año pasado y tiene al “gallinero” de economistas alborotado. El debate viene tomando fuerza desde la crisis del 2008, pero en los márgenes de la profesión. Fue una presentación que hizo en la Universidad de Nueva York casi al mismo tiempo que asumió en el BM que el debate se transformó en polémica. Romer remeció los cimientos de la profesión y atacó directamente al consenso neoliberal. “Desde hace tres décadas, la macroeconomía está yendo marcha atrás”, es su sentencia.


“En comparación con la física se puede decir que los éxitos cuantitativos de la economía son decepcionantes. Los cohetes llegan a la Luna, se extrae la energía del átomo, los satélites permiten que millones de personas encuentren el camino a casa… ¿Cuál es el resultado representativo de la economía si dejamos a un lado la recurrente incapacidad de predicción y de evitar crisis?”.

Ese fue el demoledor inicio de una columna que el renombrado físico Jean-Philippe Bouchard escribió en la revista de ciencia Nature.

Su columna es parte del incendiario debate entre economistas que tiene como protagonistas al nuevo economista jefe del Banco Mundial.

Paul Romer llegó a la entidad en septiembre del año pasado y tiene al “gallinero” de economistas alborotado.

El debate viene tomando fuerza desde la crisis del 2008, pero en los márgenes de la profesión. Fue una presentación que hizo en la Universidad de Nueva York (NYU) casi al mismo tiempo que asumió en el BM que el debate se transformó en polémica.

Romer remeció los cimientos de la profesión y atacó directamente al consenso económico neoliberal. “Desde hace tres décadas, la macroeconomía está yendo marcha atrás”, es su sentencia.

Titulado, “El problema de la macroeconomía”, Romer dice que los modelos macroeconómicos actuales emplean hipótesis de identidad increíbles para llegar a conclusiones desconcertantes.

Y sigue: “Su actual tratamiento no es más creíble que el que existía en la década de los setenta, aunque nadie lo pone en duda porque es más opaco. Los teóricos de la macroeconomía rechazan hechos probados fingiendo una ignorancia obtusa sobre afirmaciones tan simples como ‘las políticas monetarias estrictas pueden provocar una recesión´. Sus modelos atribuyen las fluctuaciones de los valores a fuerzas causales imaginarias sobre las que no influye la acción de ninguna persona”.

Afirma que “El problema no es tanto que los macroeconomistas digan cosas que son inconsistentes con los hechos. El problema de verdad es que a otros economistas les dé igual que a los macroeconomistas los hechos les den igual. Una tolerancia indiferente hacia el error evidente es algo todavía más destructivo para la ciencia que consagrarse a hacer apología del error. Es triste reconocer que los economistas que hicieron contribuciones tan importantes al inicio de sus carreras siguieron una trayectoria que los alejó de la ciencia”.

El economista fue considerado por la revista Time una de las 25 personas más influyentes de EE.UU.

Es líder de las teorías del nuevo crecimiento y antes de ser asumir en el Banco Mundial fue profesor de NYU, Berkeley y Stanford.

El texto que presentó Romer en septiembre dio fuerza a las críticas que un creciente número de economistas ha venido haciendo a la ortodoxia de la economía neoclásica. Al ser el economista jefe del Banco Mundial, el mensaje agarró vuelo y la dio legitimidad.

Uno de los pocos miembros del “establishment” que sí ha venido criticando el modelo desde hace años es Paul Krugman, el Nobel de Economía que escribe para el New York Times.

En el año 2009, en el momento más duro de la Gran Recesión, escribió “¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?”) que dio la vuelta al mundo.

En ese columna dijo que “los economistas creían tener las cosas bajo control antes de la crisis económica y que, siendo importante el error de no ver avanzar las dificultades, mucho más significativa fue su ceguera ante la posibilidad de que hubiera fallos catastróficos en la economía de mercado. No los consideraban factibles”.

Según Krugman, la “Gran Recesión” destrozó la paz que había existido por décadas entre los economistas neoliberales y los keynesianos. Esa paz intelectual la denominó como los años de la “Gran Moderación” (1987-2008) y se destacaron por ser años de poca inflación y de recesiones suaves.

El argumento del economista jefe del Banco Mundial va más allá y viniendo de un miembro del “establishment” liberal, tiene aún más fuerza.

“El problema no es tanto que los macroeconomistas digan cosas que son inconsistentes con los hechos. El problema de verdad es que a otros economistas les dé igual que a los macroeconomistas los hechos les den igual. Una tolerancia indiferente hacia el error evidente es algo todavía más destructivo para la ciencia que consagrarse a hacer apología del error. Es triste reconocer que los economistas que hicieron contribuciones tan importantes al inicio de sus carreras siguieron una trayectoria que los alejó de la ciencia”, dice el polémico texto de Romer.

Desafía al gremio con frases como “Admitamos que nuestras creencias nos están matando”.

El chileno Felipe Correa, economista de la Universidad de Chile e integrante de Estudios Nueva Economía, es uno de los pocos que está tratando de que el debate se genere acá en Chile. Correa dice que Romer está diciendo lo que todos saben que es verdad pero no se atreven a decir públicamente, porque tienen miedo de perjudicar sus carreras (en bancos centrales y en el sector financiero).

“Algunos economistas que están de acuerdo conmigo con el estado de la macroeconomía, en conversaciones privadas, nunca lo admitirán en público. Aun así, algunos de ellos quieren disuadirme de discrepar abiertamente y esto requiere otra explicación. Puede que piensen que también ellos pagarán el precio si tienen que ser testigos de la desagradable reacción que las críticas a un líder reverenciado pueden provocar. No hay duda de que las emociones están a flor de piel. Algunos economistas amigos míos parecen haber asimilado una norma propuesta de manera activa por los macroeconomistas posrealistas (que criticar abiertamente a una autoridad reverenciada es una gravísima violación de un cierto código de honor), y que ni los hechos son falsos, ni las predicciones son incorrectas, ni los modelos que no tienen sentido son lo suficientemente importantes como para preocuparse. Una norma que sitúa la autoridad por encima de la crítica ayuda a que las personas cooperen como miembros de un campo de fe que persigue objetivos políticos, morales o religiosos”, dice Romer en su texto.

“Lo interesante es que te describe un ambiente próximo a la inquisición donde lo que supuestamente vale es la ciencia”, dice Correa.

En una columna reciente que publicó en El Mercurio Inversiones, el economista habla de las doctrinas que dominan en las escuelas de economía de Chile y cita un estudio que permite conocer la diversidad en el pensamiento económico en la enseñanza universitaria.

El joven economista dice que el estudio refleja “la no homogeneidad de preferencias en cuanto a escuelas de pensamiento económico, entre los estudiantes de las distintas universidades chilenas”.

Pero es escéptico que “la oferta es capaz de reconocer o no el pluralismo que debe caracterizar a las ciencias sociales, donde los componentes de democracia, ética y libertad de pensamiento son ejes fundantes de una práctica sana y honesta disciplina”. Y concluye que dado que “el país atraviesa por periodos sociales complejos donde se cuestiona la diversidad, sería quizás prudente evaluar hasta qué punto la economía como disciplina lo está reflejando”.

Steve Keen, el australiano que lo vio venir

El economista australiano Steve Keen, que se define a sí mismo como economista poskeynesiano y sraffiano [seguidor del economista italiano Piero Sraffa], ha sido un agudo partícipe del debate y sus críticas son ácidas.

Argumenta que los economistas son peores que los meteorólogos que no le apuntan con sus predicciones y su responsabilidad en no ver venir la Gran Recesión, algo que él si vaticinó, es mucho mayor: “los economistas neoclásicos tendrían una responsabilidad directa en la tormenta económica ya que convirtieron lo que podría haber sido una crisis financiera y una recesión ‘del montón’ en una crisis mayor del capitalismo; las creencias y las acciones de los neoclásicos lograron que la última crisis económica fuese mucho mayor de lo que hubiera sido sin su intervención”.

Keen pregunta ¿por qué a pesar de tantos bienintencionados economistas neoclásicos, casi todas sus recomendaciones favorecen a los ricos antes que a los pobres, a los capitalistas antes que a los trabajadores, a los privilegiados antes que a los desposeídos?.

“Llegué a la conclusión de que la razón por la que manifestaban estas conductas tan poco intelectuales, tan ideológicas y en apariencia tan destructivas desde el punto de vista social no tenía que ver con patologías personales superficiales, sino que era de naturaleza más profunda: lo que ocurría es que la forma en que habían sido formados les había inculcado las pautas de comportamiento de los fanáticos, más que de intelectuales desapasionados”, en abierta crítica al consenso académico y al dominio de la ortodoxia neoclásica en la docencia.

Krugman dice que los economistas han confundido la belleza, revestida de matemáticas de aspecto imponente, con la verdad.

En su ya famoso texto, Comer dice que el modelo neoliberal parece no estar comprometido con la verdad. Y que cualquier factor que no se ajuste al modelo es desechado. La defensa estándard es una cita del padre del neoliberalismo, Milton Friedman, cuyo origen es anónimo: «Cuanto más importante es la teoría, más irreales son sus supuestos».

(N.d.R – Partes de este texto aparecieron en un análisis publicado por Joaquín Estefanía, ex director de El País entre 1988 y 1993, en el sitio electrónico español, El Contexto es Todo).

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