Publicidad
El escenario económico: un presupuesto que hace lo mínimo y una carrera presidencial que se complica ANÁLISIS

El escenario económico: un presupuesto que hace lo mínimo y una carrera presidencial que se complica

Es evidente que una candidatura dominante de Lagos en la coalición de gobierno le ponía un piso al riesgo político del 2018 en adelante. Elegir entre él y Piñera (suponiendo que este sea el contrincante a derrotar de Chile Vamos) permitía recuperar la confianza con anticipación al cambio de gobierno y reactivar la inversión durante 2017. Este era el discurso de los optimistas. Para suerte de ellos (eso deben pensar) apareció el reemplazante perfecto de Bachelet (Guillier): no tiene partido, parece no tener ideas, salvo un estatismo básico y primitivo y parece susceptible de ser manejado, para que la maquinaria pesada pueda seguir funcionando sin muchos obstáculos.


Como es habitual, al cierre de septiembre el ministro de Hacienda comenzó a mostrar de a poco, cosa también habitual, los detalles del proyecto de presupuesto para 2017.

El primer dato entregado fue el crecimiento del gasto público real, que se ubica en 2,7%, algo por debajo del 3,0% que se había estado socializando en las semanas e, incluso, meses anteriores. Posteriormente, hemos sabido que, dada la proyección de crecimiento del PIB de 2,25%, el gasto público alcanzaría el 24,3% del producto, cifra inédita desde 1988, y que el déficit efectivo se elevaría a 3,3% desde un estimado de 3,1% este año, con lo que sería el más alto desde 2009 y, antes que eso, desde la primera mitad de los años ochenta.

Así, la política fiscal no solo no sería austera, sino que claramente expansiva, cosa que no depende de cuánto sube el gasto público, sino de la dirección en que se mueve el déficit. Además, se completarían cinco años consecutivos de déficit, a lo que habrá que sumar, por lo menos, los próximos 5 o 6 años en igual condición, cosa que se deduce de las cifras oficiales.

Por otro lado, se nos dice que el déficit cíclicamente ajustado, calculado con los nuevos supuestos estructurales: un crecimiento tendencial de 3,0% y un precio del cobre de US$2,56 la libra, bajaría de 1,7% del PIB este año a 1,5% en 2017. ¡Y esta es la buena noticia!, el ministro estaría (casi) cumpliendo su compromiso de bajar este déficit en 0,25 puntos porcentuales por año. Recordemos, en todo caso, que con los supuestos del año pasado, el déficit cíclicamente ajustado debía ser de 1,6% del PIB en 2015. O sea, estamos pedaleando para quedarnos en el mismo lugar.

La perspectiva a mediano plazo es todavía más preocupante. La proyección al 2020 muestra escaso avance en la reducción del déficit cíclicamente ajustado (1,3% del PIB en vez de 0,7%), comparado con la progresión que el Informe de Finanzas Públicas mostraba el año pasado, y la persistencia del déficit efectivo que, en el año final de estimación todavía sería de 1,5% del PIB. Con todo, hay que reconocer que Rodrigo Valdés ha debido dar una gran pelea para poder presentarnos este presupuesto y debemos felicitarlo por ello, ya que pudo ser mucho peor. Pero de ahí a considerar que este es un presupuesto austero o que es una gran contribución a la mantención de los equilibrios macroeconómicos, hay una distancia sideral y en ningún caso justifica o facilita una política monetaria más expansiva como, seguramente, vamos a tener luego que el otro Rodrigo (Vergara) deje la presidencia del Banco Central en diciembre.

La venta de aceite de serpiente ha sido notable. Los prestidigitadores del gobierno nos tratan de hacer creer que el presupuesto es austero y que nos estamos apretando el cinturón, pero no es cierto. No nos engañemos, el proyecto de presupuesto presentado es el mínimo necesario para que las clasificadoras de riesgo no pongan en revisión nuestra nota para bajarla, pero perpetúa una irresponsabilidad fiscal iniciada en 2009 que, por omisión o comisión, ha mantenido un déficit estructural que ya es endémico y un déficit efectivo que, cuando ha sido superávit (en 2011-12), se explicó por un precio del cobre insosteniblemente elevado.

El efecto de este comportamiento fiscal se refleja claramente en el crecimiento de la deuda pública. Sí, el consuelo es que todavía es “baja”, pero cada año que pasa, cada vez menos baja. De acuerdo, de nuevo, a las cifras oficiales, la deuda bruta del gobierno central se elevó hasta US$50.571 millones en junio pasado, equivalente a 20,6% del PIB.

No hay duda que es una cifra baja en términos absolutos, pero su velocidad de crecimiento causa vértigo: a fines de 2008 la deuda era de US$7.335 millones y representaba el 4,9% del PIB y ya había empezado a subir.

En apenas 8 años la deuda bruta se ha multiplicado 7 veces en millones de dólares y 5 veces como porcentaje del PIB. A este ritmo, en ocho años más vamos a estar en problemas de verdad y, probablemente, mucho antes de ocho años si el descontrol fiscal continúa, cosa probable, considerando los compromisos de gasto que está asumiendo el gobierno en educación y que se extenderán a otras áreas de manera previsible, por ejemplo, previsión y salud.

Sin ir más lejos, los gastos comprometidos para 2018 se traducen en un aumento de 5,5% respecto de aquellos comprometidos para 2017. Por si alguien lo está pensando, la solución NO es usar el FEES para reducir el nuevo endeudamiento. Eso equivaldría a engañarnos a nosotros mismos. El FEES no debería usarse para financiar déficit corriente del fisco, sino que para situaciones de crisis y su uso, aunque evitaría el aumento de la deuda bruta, en términos netos sería exactamente lo mismo, es decir, un claro deterioro de la posición fiscal.

Afortunadamente, en esto el ministro de Hacienda también ha actuado bien, y prefiere usar el acceso al crédito que todavía tenemos a tasas muy bajas. Se echa de menos algún pronunciamiento del Consejo Fiscal Asesor sobre el presupuesto en discusión, ya que en su silencio resulta completamente inútil.

El presupuesto 2017 ya es una anécdota, un pie de página. Lo que importa verdaderamente es fortalecer la institucionalidad fiscal (el Consejo Fiscal Asesor) y la regla de política para que se le ponga freno a la hemorragia fiscal antes de que sea demasiado tarde.

El objetivo de avance en la reducción del déficit cíclicamente ajustado y del efectivo no puede ser un blanco móvil, que depende de si los supuestos mejoran o empeoran. Tampoco se trata de eliminar ambos déficit en 2018, pero sí establecer un cronograma INDEPENDIENTE de los supuestos estructurales o efectivos y que se cumpla con recortes automáticos y obligatorios de gasto si es necesario, porque la otra alternativa, subir los impuestos, el sueño de no pocos, ya no tiene viabilidad. Incluso si se arregla el desastre de la reforma de 2014 (y su reforma), los impuestos a las empresas (y las personas) ya son demasiado altos para el nivel de ingreso del país y, a menos que se le quiera cobrar impuesto a la renta a la clase media, ya no queda a quien exprimir.

La carrera presidencial se complica

Es evidente que el salto del ex Presidente Lagos a la piscina presidencial fue un fracaso, ya que tenía muy poca agua. Si la expectativa era que los demás aspirantes renunciaran con una reverencia y un apoyo cerrado, esta no se cumplió y, aunque no todo está perdido, don Ricardo tendrá que arremangarse y ganar la nominación de la Nueva Mayoría (o como sea que se llame la coalición de gobierno de cara a las próximas elecciones) en el barro, peleando de igual a igual con los otros candidatos.

Lo peor no es que los otros candidatos no hayan renunciado en masa para allanarle el camino al ex Presidente y conformarse con unas palmaditas en el lomo. Lo peor es que en las encuestas a Lagos le está yendo muy mal, tanto en el liderazgo que consigue en la Nueva Mayoría, en las confrontaciones contra Piñera en hipotéticas elecciones el próximo fin de semana y, sobre todo, en la evaluación que se hace de su desempeño político, donde aparece muy por detrás, no solo de Piñera, sino que también de Guillier, Allende, Insulza y muchos otros, el que, además, se ha ido deteriorando con el paso de los meses.

Es evidente que una candidatura dominante de Lagos en la coalición de gobierno le ponía un piso al riesgo político del 2018 en adelante. Elegir entre él y Piñera (suponiendo que este sea el contrincante a derrotar de Chile Vamos) permitía recuperar la confianza con anticipación al cambio de gobierno y reactivar la inversión durante 2017.

Este era el discurso de los optimistas, que no alcanzaron a visualizar que los choferes de la retroexcavadora no tienen pensado guardar la maquinaria pesada en marzo de 2018, sino que les gustó usarla y quieren hacerlo sin restricciones. Para ello Lagos es una molestia, porque tiene sus propias ideas y manda. Para suerte de ellos (eso deben pensar) apareció el reemplazante perfecto de Bachelet (Guillier): no tiene partido, parece no tener ideas, salvo un estatismo básico y primitivo y parece susceptible de ser manejado, para que la maquinaria pesada pueda seguir funcionando sin muchos obstáculos.

Claramente, este es un escenario que no solo no reduce la incertidumbre, sino que la aumenta. Otros cuatro años de más de lo mismo, gracias a la inexistencia y/o incompetencia de la oposición son posibles, pese a lo absurdo que puede parecer.

Ya hemos visto ganar al Brexit, al NO en el plebiscito colombiano y, quién sabe, tal vez a Trump en Estados Unidos. Ya sea porque las encuestas se equivocaron (voto oculto), la participación fue muy baja, los contrincantes son débiles o todas las anteriores, no podemos descartar que un resultado que, hoy, la lógica y las encuestas anticipan como poco posible, se dé: el triunfo de la retroexcavadora y sus operadores.

Las implicancias económicas de este escenario, si se mantiene, son claras. La recuperación del crecimiento no se va a dar en el primer semestre de 2017 y, tal vez, tampoco en el segundo, sino hasta que se sepa quién ocupará La Moneda desde marzo de 2018 y, dependiendo del resultado, puede que tampoco en el próximo gobierno, o sea, a estas alturas, nunca.

No nos olvidemos que el próximo año comienza el proceso de abandono de la Unión Europea por parte de Gran Bretaña, hay elecciones en Alemania, Francia, Holanda y, tal vez, Italia. La reacción antiglobalización, nacionalista y proteccionista puede ganar velocidad y tener repercusiones en todas partes, incluyendo la campaña presidencial chilena. Mucho está por verse y definirse todavía.

Alejandro Fernández Beroš
Gerente de Estudios de Gemines
*Este análisis es parte del informe mensual de la consultora correspondiente a octubre 

Publicidad

Tendencias