Opinión
«Es muy probable que ningún plan de contingencia hubiera permitido prever a Eliodoro Matte la rapidez con que se desencadenaría su salida tras cuatro décadas al mando de las empresas familiares. Pero al menos hasta ahora, en términos públicos, el proceso de retiro de Matte ha sido menos traumático y mucho más limpio de lo que sus propias palabras de frustración han dejado entrever en los últimos días».
En poco más de tres meses y con el peso de las denuncias de colusión en los papeles tissue entre la papelera y la ex Pisa, el empresario Eliodoro Matte Larraín sorprendió al país con dos decisiones de peso respecto del mando de las más icónicos bastiones de la familia: el Centro de Estudios Públicos (CEP) en diciembre; y recién hace un par de semanas, la Presidencia del Directorio de CMPC, que lideró durante cuarenta años.
Dos pasos llamativos para el mercado y la política nacional, rimbombantes por lo llamativos y mediáticos, muy al contrario del estilo de bajo perfil cultivado por una de las familias más poderosas de Chile. Y es que las señales que ha querido dar Eliodoro Matte con ambas decisiones –junto a una completa batería de medidas para mejorar las prácticas y la estructura de sus empresas– son importantes, a la altura del severo daño que, en parte, quiere con ellas reparar.
Fiel a su estilo, Matte no deja pasar la oportunidad y, en medio de momentos difíciles para alguien de su personalidad, según quienes le conocen de cerca, decide dar un paso bastante más adelantado de lo que hasta ahora habíamos visto a nivel del empresariado. Su sector parecía más bien pasmado y sin gran capacidad de una reacción más contundente ante la sucesión de hechos que han tenido a los hombres de negocios en el ojo del huracán, debido a sus relaciones con los políticos de todos los colores, a excepción del PC.
La vara queda alta no solo para los pares. Eliodoro Matte también instala un parámetro potente para la propia clase política, que hasta hoy parecía vincularse cómodamente con el mundo empresarial en grandes foros como Icare, haciéndolos parte de la transición política del país a través de gestos y encuentros que –dadas las circunstancias– podrían parecer la vuelta de mano a los favores concedidos.
Gonzalo Bofill acusa el golpe el fin de semana recién pasado cuando, a propósito de un premio como emprendedor del año, reconoce que todos, empresarios, políticos, la ciudadanía, fueron responsables de no abordar a tiempo el correcto financiamiento de la política y dejarse llevar por un modelo funcional, donde nadie cuestionó la ética de esas relaciones. Y advierte que sin una recuperación de las confianzas, será difícil hacer frente al estancamiento económico y al desafío siempre presente de alcanzar el desarrollo como país. Ahí, dice, el primer paso es actuar de acuerdo a normas éticas, porque ya no es suficiente solo cumplir la ley.
Es muy probable que ningún plan de contingencia hubiera permitido prever a Eliodoro Matte la rapidez con que se desencadenaría su salida tras cuatro décadas al mando de las empresas familiares. Pero al menos hasta ahora, en términos públicos, el proceso de retiro de Matte ha sido menos traumático y mucho más limpio de lo que sus propias palabras de frustración han dejado entrever en los últimos días. En momentos en que reina la desconfianza y el escarnio público corre más natural que la sangre por las venas, Matte solo tenía estas cartas por jugar, apostando a recuperar la confianza pública en la antigua Papelera y a facilitar la instalación de los nuevos liderazgos al interior de la compañía.
Con todo, deja una vara bastante alta a otras empresas sumidas en escándalos y, peor aún, a los rostros imperturbables de la clase política chilena involucrados en relaciones impropias con el mundo privado, que todavía no nos dejan satisfechos con sus mea culpa ni, menos aún, han dado un paso al costado.
