Publicidad

Las acusaciones del maltrato físico y psicológico contra las monjas de la organización Sodalicia, controladora de la U. Gabriela Mistral

Abusos contra la integridad física, como alimentarse por días a pan y agua, maltrato verbal, manipulación de conciencia y otros tipos de presiones psicológicas son algunas de las herramientas, denunciadas a través de diversos testimonios en este reportaje, que las religiosas de la comunidad Siervas del Plan de Dios –dependiente del Sodalicio de Vida Cristiana, cuya autoridad moral está regida por Luis Fernando Figari, el Karadima peruano– utilizan para captar a jóvenes e incluso a preadolescentes chilenas y transformarlas en futuras religiosas que surgen al alero de la cuestionada sociedad de derecho pontificio.


Sofía tenía 19 años y pensaba que iba a ser monja. Estaba tan segura que viajó a Perú a vivir unas semanas con una comunidad de religiosas que le prometía la felicidad: las Siervas del Plan de Dios. No estaba sola, junto a ella varias jóvenes en torno a la misma edad vivían la experiencia, en donde en tres semanas definirían si esa era su vocación o no.

Un día, a altas horas de la noche, una monja les ordenó ponerse traje de baño y meterse a la piscina no temperada. La instrucción era nadar de un extremo a otro e intensamente hasta que se les indicara lo contrario. Mientras tanto, las religiosas les gritaban que debían estar dispuestas a todo por Dios. Por el esfuerzo físico una de las jóvenes se puso a vomitar, la sacaron de la piscina y, cuando dejó de hacerlo, tuvo que meterse de nuevo, pues esto tenía un sentido divino.

Al salir del agua, las hicieron ponerse frente a una cruz con los brazos abiertos, imitando la posición de Jesús crucificado. Debían aguantar así mientras les preguntaban a gritos si amaban a Dios o si eran unas cobardes. Si una bajaba los brazos, los gritos aumentaban. Esa noche, fatigada por el esfuerzo físico y emocional, Sofía pensó que, si esa era la vida consagrada, no estaba hecha para ella.

Las Siervas del Plan de Dios (SPD) son una comunidad de religiosas fundada el 15 de agosto de 1998 en Perú por Luis Fernando Figari, el mismo fundador del Sodalicio de Vida Cristiana (Sodalitium Christianae Vítae, SCV) a inicios de los 70, y quien hoy está acusado de abusos sexuales, de poder y maltrato psicológico contra miembros y ex miembros de la comunidad. La organización religiosa es también la controladora de la Universidad Gabriela Mistral en nuestro país.

Las monjas sodalicias están presentes en países como Perú, Ecuador, Colombia, Estados Unidos, Angola, Filipinas, Italia y Chile. A nuestro país llegaron en 2002 para trabajar en uno de los hogares de la Fundación Las Rosas y a la entonces Capilla Madre de los Apóstoles en Maipú, en donde ya estaban los sodalicios. Al poco tiempo abrieron una segunda comunidad en Lo Barnechea, comenzaron a trabajar en colegios y actualmente tienen una tercera comunidad en Maipú.

Además de sus labores solidarias, las SPD realizan un trabajo vocacional que en el último tiempo ha tenido varios críticos dentro y fuera del Sodalicio. “La mano de Luis Fernando Figari está presente en todas sus fundaciones, pero muchos concuerdan en que, después del Sodalicio, donde más se puede percibir la ‘cultura figariana’ es en las Siervas. Han repetido muchos vicios del sistema autoritario y del manejo del discernimiento vocacional, entre varios otros problemas”, comenta un ex miembro del SCV.

Sobre esta situación parece ya estar al tanto el Arzobispado de Santiago, pues, el año 2016, Claudia Muñoz, una joven de 22 años, se acercó a la Oficina Pastoral de Denuncias (OPADE) para dar su testimonio sobre las presiones, maltrato psicológico, manipulación y autoritarismo a las que se vio sometida en el tiempo en que fue candidata, término que se usa para designar al proceso formal de discernimiento vocacional en las Siervas.

Si bien la OPADE recibe denuncias de carácter sexual, el sacerdote Lionel de Ferrari, junto a una psicóloga, escucharon el testimonio de la joven y lo enviaron a Fernando Ramos. Este sacerdote se reunió en tres oportunidades con la denunciante y en otras ocasiones con las monjas sodalicias para hablar de este tema.

Esta es la única queja formal en contra de las Siervas del Plan de Dios, sin embargo, son varias las jóvenes que han vivido el mismo proceso y se quejan de haber sido presionadas, manipuladas y, en algunos casos, maltratadas psicológicamente. Por otro lado, los padres también tienen sus aprensiones con los procesos vocacionales, pues consideran que los dejan fuera y que poco a poco las monjas alejan a sus hijas de la familia.

Así lo confirma Elisa Salinas, quien comenta que, cuando su hija comenzó a frecuentar a las SPD, “pasaba harto tiempo con las hermanas y le tirábamos tallas. Era sábado, domingo, ya no teníamos almuerzos familiares y uno empieza a preguntarse qué onda y piensa que, como es Iglesia, todo es bueno, pero de repente empecé a sentir que la absorbían demasiado”.

La promesa de las ‘vocacionales’

Fernanda, quien prefiere mantener su apellido en reserva, estudió en el colegio Craighouse, donde algunos miembros del SCV hacían clases de religión y además se realizaban las misas dominicales del movimiento de la zona oriente de Santiago. Tenía 13 años cuando conoció a las Siervas del Plan de Dios y estuvo ocho años vinculada a ellas. Sobre esa etapa en su vida, dice que se arrepiente de todo y explica que “uno puede ponerse a pensar que no todo lo que viví ahí fue tan malo, que eso es parte de mi historia y que aprendí muchas cosas. Si bien creo que es verdad, hay otras formas de aprenderlo que no involucran tal nivel de exposición al abuso reiterado y constante, psicológico y espiritual. Creo que las Siervas sobrepasaron un límite con creces, al menos conmigo”.

Fernanda recuerda que cuando iba en 8° básico le contó a una sierva que creía tener vocación para la vida religiosa e inmediatamente le ofrecieron consejería espiritual, con el objetivo de “crecer en virtudes y cosas que son valiosas en una institución religiosa”.

Por su edad no podía comenzar con un proceso formal de discernimiento, sin embargo, le dieron la opción de ser “candidata de corazón”, instancia que formalmente no existe, pero que de igual forma la hacía vivir como una consagrada a su corta edad. Según ella, “esto fue un compromiso entre mi directora espiritual, yo y Dios”, y algo de lo que sus padres no estaban enterados.

Respecto al involucramiento de los padres, Sofía –a quien llamaremos así para proteger su identidad– recuerda que sus dudas vocacionales partieron “de la noche a la mañana” en una instancia de misiones. Fue la hermana L.E.A quien le ofreció iniciar el proceso de candidata, que parte con un rito en donde la joven realiza una serie de promesas sobre cómo llevará su vida de ahora en adelante y recibe una cruz a modo de símbolo de su estado. A este hito asisten la familia y amigos. En el caso de Sofía, cuando aceptó ser candidata, les contó a sus padres dos semanas antes de la ceremonia, lo que provocó resistencia familiar, pues nunca habían hablado del tema.

El sacerdote Javier Vergara, quien conoció a las SPD cuando llegaron a trabajar a Maipú en la entonces capilla Madre de los Apóstoles, que pertenecía a la parroquia Cristo Resucitado de la que él era encargado, comenta que “a última hora informar del proceso me parece una traición al cariño y al amor de los padres. Eso está muy mal”. Aunque indica que considera que “en primera instancia debe haber un cuestionamiento más personal, esto no quiere decir que se haga aisladamente”.

Elisa Salinas recuerda que su hija le habló de este rito cuando iba en 4° medio. “Para mí las promesas eran ser monja altiro, porque tampoco nadie me explicó qué significaba hacer las promesas. Yo dije ‘cómo tan rápido’”. Su hija le contó esto semanas antes de la fecha inicial del rito y “ahí le pusimos un pare y le dijimos que se diera un tiempo, porque yo sentía que mi hija no estaba bien, cada vez la sentía más para adentro, como que se iba”. Elisa pensó que el tiempo sería de un año, sin embargo, a los dos meses su hija y las monjas ya habían puesto una nueva fecha para la ceremonia y “ahí ya no me empezaron a cuadrar las cosas, porque era todo muy rápido”.

Acerca del rito de “Promesa de Candidata”, el sacerdote Javier Vergara indica que “ya la palabra ‘promesa’ a mí no me gusta, porque hay que tener cuidado con esas palabras que, cuando uno las traslada a Dios, les pone un contenido mucho mayor. No le estás haciendo una promesa a Dios, la promesa es que harás un discernimiento lo más profundamente posible”, puntualiza.

[cita tipo=»destaque»]El sacrificio también era parte de la experiencia. La mayoría de los días se realizaban rutinas de ejercicio intensas. “Yo no tenía una costumbre de hacer deporte y tampoco un estado físico favorable, pero en la experiencia me gritaban que debía darme al máximo o sería una cobarde”, recuerda una joven que pasó por esta etapa. Añade que por el esfuerzo físico varias jóvenes terminaban muy mal, incluso algunas se llegaron a desmayar o vomitar, pero lo veían como algo bueno, porque lo hacían por Dios. “Otra forma en que vi lo del sacrificio fue en que nos tuvieron como dos días a pan y agua, con el argumento de que no necesitábamos nada más que Dios”.[/cita]

Una situación similar vivió Claudia Muñoz, quien luego de hacerle saber a la hermana V.A. que tenía dudas vocacionales, esta le puso una fecha límite para decidir si haría o no su promesa de candidata. Tuvo aproximadamente seis meses para tomar la decisión. Cuando llegó el día indicado, aceptó iniciar el proceso y a las dos semanas realizó la ceremonia. A sus padres les informó unos días antes. Otra joven que vivió una situación parecida y que prefiere no ser identificada, comenta que “fue un buen momento en que solo sentí, y por eso me salí, que finalmente ellas decidían por mí. Por ejemplo ‘Dios te quiere como Sierva, es por eso que debes seguir y hacer la promesa’ (…). Ellas lo único que querían era que yo hiciera la promesa”.

Quien vivió fuertes presiones, y explícitas, fue Johanna Caro, que conoció a las monjas a los 16 años, cuando se preparaba para la confirmación. Ella también comenzó con consejerías espirituales y grupos de perseverancia en donde se hablaba de la vocación. “Lo que yo empecé a experimentar es que cada vez la presión era mayor y en un momento llegó a niveles impensados”. Fue así como, en un retiro espiritual, la hermana V.P. “en una conversación me dijo que mi vocación no era la matrimonial, sino la vida religiosa y que cuando llegara a mi casa tenía que terminar con mi pololo, quien ahora es mi esposo”.

Johanna se negó a tal petición y recuerda que la monja le dijo que “no estaba haciendo la voluntad de Dios, que nunca iba a ser feliz y que era soberbia”. A raíz de las frecuentes presiones y hostigamiento, que incluían llamadas telefónicas todos los días para saber qué estaba haciendo, Johanna comenzó a aislarse de su familia. “Lo único que quería era llorar, comencé a bajar de peso, no comía, tenía problemas gastrointestinales y mi mamá detectó que algo me pasaba. Ahí le conté”.

Consejería espiritual: culpa, exposición y autoritarismo

Fernanda tuvo su primera consejera espiritual a los 13 años. Por ocho años les contó absolutamente todas sus cosas a las monjas que ejercían como sus directoras espirituales. Recuerda que “no había ningún secreto entre mí y mis directoras espirituales. Sabían si me masturbaba, qué pensaba, qué hacía, sabían todo”.

Lo difícil de esto era que una vez que las jóvenes se exponían totalmente, les cambiaban la consejera y debían reiniciar el proceso con una desconocida. De acuerdo a Sofía, quien tuvo su primera directora espiritual a los 14 años, «uno no escogía a su consejera», sino que la designaban y el cambio de ella solo era informado y acatado. Fue así como Raquel, quien prefiere cambiar su nombre para que no la identifiquen, recuerda que cada vez que cambiaba de consejera debía contar nuevamente toda su vida y sobre todo un hecho traumático relacionado con su sexualidad, que cada vez que lo hablaba le generaba dolor y culpa.

Según los testimonios recopilados, en las consejerías espirituales se hablaba de la vida que uno tenía, de las cosas que le costaban, del pecado, de la vocación, y se establecían planes de vida en donde se indicaban las cosas que las jóvenes debían hacer en el ámbito de la oración, las labores solidarias, las relación familiar, los estudios, etc. En el caso de las jóvenes que eran candidatas, se hacía un horario sobre todas las actividades que se realizaban en el día, desde que se levantaban hasta la hora de dormir. Como cuenta Claudia Muñoz, “era muy estricto” y las Siervas “sabían todo lo que hacía”.

Fernanda recuerda que en una ocasión quería ir al cine con una amiga y debía pedir autorización para ello, sin embargo, no logró hablar con la sierva a quien debía solicitárselo. Fue así como decidió ir con su amiga a ver una película “súper sana” y en medio de la función la monja le escribió por mensaje de texto. Le preguntó qué estaba haciendo y Fernanda no dudó en decir la verdad, pero la respuesta que tuvo fue que debía irse inmediatamente del cine, pues no había pedido autorización y que, además, eran ellas quienes debían indicar qué películas podía ver o no. Ella obedeció.

Situación similar se vivía respecto a la ropa que las jóvenes debían usar. Cynthia Galloso comenta que le gustaba usar faldas, pero que “nunca fue una mini tan corta como para que sea una cuestión indebida y aún así no podía usarlas”. Recuerda que a unas misiones llevó una falda para la salida de la ducha y “me la hicieron sacar”, aun cuando en el lugar solo se hospedaban mujeres. En esto coincide Johanna Caro, quien explica que el tema de la ropa era súper delicado, porque “una no podía ser tentación para los hombres”.

Si la joven era candidata, las exigencias eran mayores. Raquel relata que en una ocasión la hermana V.P. les hizo una charla sobre cómo debían vestirse durante ese proceso. Los pantalones y poleras ajustadas debían ser eliminados del closet, así como también zapatillas y ropa llamativa. Lo correcto era usar falda por debajo de la rodilla, blusas y zapatos. El peinado tampoco debía ser extravagante y ni hablar de maquillaje. Claudia Muñoz cuenta que en varias ocasiones la hermana V.A. la apartó de la gente para decirle que debía vestirse como correspondía.

Elisa Salinas cuenta que cuando su hija comenzó el proceso de discernimiento “empezó a decaer” y que, “de ser una chica alegre con amistades, empezó a cambiar su manera de ser, de vestir, empezó como a envejecer”. También explica que ella sentía que estaban muy encima de su hija, pues “la llamaban todos los días y varias veces para saber qué estaba haciendo”. En una ocasión le preguntó por qué la llamaban tanto y terminaron discutiendo.

Otro tema en el que coinciden los testimonios recopilados es en el de la exacerbación de la culpa. “Efectivamente existe el pecado y como cristiana sé que existe, pero ahí prácticamente todo era pecado. Entonces yo recuerdo haber vivido con mucha culpa, confesándome cada dos semanas a los 16 años. Tenía que estar limpia, pura, tenía que poder mirar a Dios a la cara. En definitiva, con lo que me quedaba es que nunca iba a ser suficientemente buena para Dios”, reflexiona Cynthia Galloso.

Por su parte, Fernanda indica que cuando salía a fiestas o hacía cosas de una adolescente normal, “la culpa que me venía al otro día era insufrible, entonces al final se me hizo incompatible mi amistad con ellas (SPD) y tener una vida más normal. Terminé optando por alejarme de todas mis amistades”. Añade que “me vendieron una imagen de que el mundo era el peor lugar donde uno podía moverse. Todo era malo, la gente era mala, el tema del pecado era muy fuerte y empecé a vivir con mucha culpa y angustia”.

Otro asunto en que coinciden las jóvenes es que en varias ocasiones las Siervas les tomaron diferentes test psicológicos sin ser profesionales de esta área. Ellas mismas hacían las interpretaciones y muchas veces los resultados no eran comunicados a las jóvenes. Varios de estos se aplicaron siendo ellas menores de edad y sin conocimiento de sus padres.

Fernanda hoy es psicóloga y al reflexionar sobre sus años vinculada las Siervas del Plan de Dios dice que “cuando vives tantos años de tu vida con ese nivel de indiferenciación con una institución, más encima justificándolo con una razón religiosa, con un Dios de por medio… cuando uno sale de ahí, ¿quién eres?, no eres nadie, porque tu forma de vida solamente tiene sentido dentro de la comunidad. Yo me construí identitariamente en mi adolescencia dentro de esa comunidad”.

La voz de Dios

Según un ex miembro del Sodalicio, Luis Fernando Figari “decía tener la capacidad de ver la vocación a través de la mirada de las personas”. Una ex candidata comenta que en varias ocasiones escuchó a monjas decir con orgullo que había sido él quien les había hecho ver su vocación. Esto también se replicó en algunas jóvenes cercanas a las Siervas. En 2009, cuando Figari visitó Chile, las SPD organizaron una reunión con un selecto grupo de chicas que las frecuentaban. “Invitaron a todas las vocacionales, algunas eran candidatas, otras habían dicho que tenían dudas y otras ni siquiera lo habían expresado pero igual las invitaron”, comenta una de las asistentes al encuentro. En esa instancia recuerda haber escuchado al fundador decirle, por lo menos a una de ellas, que tenía vocación y se debía tirar a la piscina. A otras les dijo que la familia no valía más que Dios y que no podía estar primero.

“En ese momento era casi como la voz de Dios y las Siervas nos inculcaban el admirarlo, porque Dios hablaba a través de él”, explica una ex candidata. Añade que también hubo otras cosas que le parecieron muy extrañas, como por ejemplo el modo en que se acercaban a él, “como si fuera un rey en un trono, muy sumisas”. También recuerda que Figari le preguntó a una monja cuándo  iba a realizar sus compromisos perpetuos y, al responderle dubitativamente, se ofuscó. “Tengo en mi cabeza el momento en que dijo ‘ay de la Sierva que deje su hábito, porque está muerta’. Yo quedé para adentro”, señala.

“Solíamos crear ‘santitos en vida’, personajes modélicos dentro de la institución que, por su gran capacidad espiritual, podían, con solo mirarte, saber todo de ti. Esto pasaba obviamente en el SCV, pero todos sabíamos que la hermana A.G. era ese modelo en las SPD”, reflexiona un ex miembro de la institución que prefiere mantener su nombre en reserva. Su impresión no está muy alejada de la realidad. Según Sofía, luego de un viaje a misiones donde sus dudas vocacionales aparecieron “de la noche a la mañana”, le hicieron hablar con esta monja que vivía en Lima y que por esos días visitaba Chile. “La conocía, pero nunca había hablado con ella (…) ahí tuvimos el típico diálogo que se tiene con esta hermana, que era contarle quién era y de mi duda vocacional. Ella me dijo que veía mucho amor en mí hacia los demás y que me preparara para empezar a llevar un proceso de candidata”.

Fernanda recuerda que “la hermana A.G. misteriosamente venía siempre a fin de año, viajaba por todas las comunidades hablando con las candidatas y en el fondo ella era la que decidía si tú te ibas a Perú o no para ingresar a la comunidad”. En su caso, como se vinculó a los 13 años a la institución de religiosas, habló en varias oportunidades con esta monja. “Las conversaciones eran siempre de temas vocacionales y cuando ella venía a Chile era evidente que yo iba a hablar con ella”. El ex miembro del Sodalicio explica que “solíamos bromear sobre los viajes de la hermana A.G. y cuántas ‘nuevas’ iban a llegar a formación”.

“Ella era como la Sierva modelo y se paseaba por todos los países dando charlas sobre cómo se hizo consagrada. Además era una de las primeras y de las más importantes de las SPD”, recuerda una joven que habló en dos oportunidades con la religiosa. Añade que “sentarme frente a ella era intimidante y una vez me sentí muy incómoda, porque cuando le comenté de mis dudas vocacionales, una de las primeras cosas que me preguntó fue si yo era virgen y me daba vergüenza responderle que no, porque podía pensar que no estaba hecha para vivir como ella”, narra.

Este no es el único testimonio de una joven sobre las preguntas de carácter sexual de esta hermana. Según Fernanda, “cuando la hermana A.G. se sentaba acá, lo primero que hacía era preguntarme por mi sexualidad”. Además, estas preguntas eran recurrentes en la comunidad “y, como sabían que yo era virgen, lo que se me preguntaba era por la masturbación y por mis pensamientos sexuales. Para mí era natural eso, no me lo cuestionaba en ese momento y yo contaba todo”.

Según el discurso de las SPD, la virginidad no es un impedimento para ser consagrada, sin embargo, un ex miembro del Sodalicio recuerda que “era comentario común en las comunidades que las que no eran vírgenes no podían ser Siervas y que ese era uno de los motivos de captarlas apenas iniciaban su adolescencia”. Esta idea, que no es oficial, habría nacido de la boca del propio fundador.

El tema de la sexualidad era tratado de manera muy culposa. Un ejemplo de ello es que, en una charla que se dio a jóvenes candidatas, se les dijo que una Sierva no podía ser tocada por un hombre por ningún motivo. Una de las asistentes había hecho un trabajo con un compañero de universidad y se sentía muy culpable, pues se había puesto nerviosa con él. “Yo me sentí profundamente pecadora (…), me confesé y lo hacía seguido porque me sentía una pecadora sexual, depravada y sin vuelta atrás”.

Las instrucciones respecto a los hombres eran claras. A las candidatas se les decía que a ellos debían saludarlos de la mano y jamás estar a solas con uno. Raquel rememora un episodio en que, en medio del patio de una Iglesia, se quedó hablando con un consagrado para coordinar temas apostólicos. Al día siguiente le llegó el reto de la vida y le prohibieron volver a hacerlo, además le dijeron que, cada vez que necesitara hablar con un hombre, debía estar acompañada de sus hermanas candidatas.

El sacerdote Javier Vergara por años tuvo como director espiritual a Fernando Karadima y cuando en 2010 se revelaron las acusaciones de pedofilia contra este, le costó mucho asumir la verdad y que también fue una víctima en algún sentido. “Veía que él ejercía con nosotros una manipulación de conciencia. Yo estúpidamente dejaba que tomara decisiones mías”, dice. Tras esta experiencia y luego de tener que hacer un curso sobre acompañamiento espiritual en la Universidad Católica, explica que, si bien no conoce el manejo del acompañamiento espiritual en las Siervas, considera que en la etapa de la adolescencia hay que ser muy cuidadoso, pues “hay una cuestión más de figura heroica, de homologación, de una personalidad todavía no madura, no adquirida”, lo que podría afectar el discernimiento vocacional.

El religioso añade que es fácil caer en la distorsión de una instancia como el acompañamiento espiritual y que una forma de identificar esto es que el consejero “logra convencerte de que lo que él dice es un oráculo divino, entonces uno ante eso dice ‘hay que hacerlo así’. Uno empieza a delegar la función de discernir y eso es lo patológico, no te vas dando cuenta porque es un proceso que el manipulador maneja de manera maquiavélica, perfecta, incluso con otros, tiene una capacidad de asociar gente para sus manipulaciones, una cuestión que es realmente de una inteligencia malévola y demoniaca”.

“Mis papás siempre tuvieron la impresión de que a mí me manipulaban. Yo pensaba que no era así, porque siempre las SPD se excusaban en que era el plan de Dios, entonces no eran ellas, era Dios quien decidía por mí”, comenta Fernanda. Por otro lado, Johanna Caro señala que “las monjas siempre nos hablaban del plan de Dios y todo lo que ellas decidían para ti, desde cómo te vestías hasta con quiénes te juntabas, qué hacías en la semana, era parte de ese plan. Entonces, uno estaba tan metida que no tenía cómo cuestionarlo”. Elisa Salinas dice que, “yo veía que a mi hija la manipulaban y se lo decía, pero en un momento ya ni siquiera podía hablar con ella”.

Sobre las imagen de Figari en la institución, varios testimonios cuentan que actualmente las Siervas han tomado un discurso respecto a su injerencia en la comunidad. Lo considerarían como alguien no cercano, pues solo las habría fundado. Sin embargo, esta idea se contradice con los testimonios que indican que fue él quien les dio los primeros estatutos, les puso el nombre, les confirió las directrices sobre su vocación, a través de frases que ellas tienen pegadas en las murallas de sus casas. Hasta hace unos años, sus libros eran lecturas obligatorias en candidatas y siervas en formación e, incluso, hasta el cierre de este reportaje, mantienen oraciones de su autoría en su página web. “Las siervas no pueden entenderse sin la figura de su fundador, han replicado muchas cosas de él”, sentencia un ex miembro del SCV, que trabajó en diferentes instancias con las consagradas.

La prueba final y el abandono

El proceso de candidata no tiene una duración formal, sin embargo, en promedio, luego de un año en este estado las jóvenes deben viajar a Perú a realizar su “experiencia comunitaria”, retiro que dura aproximadamente tres semanas y que pasa a ser el hito definitorio de su vocación. Este proceso se realiza en Chosica, en el sector cordillerano de Lima, en donde se encuentra la casa de formación de las monjas. Se hace entre los meses de febrero y marzo e ingresan grupos de entre 6 y 12 jóvenes. En ese periodo no tienen contacto con sus padres y viven de manera más tangible lo que, se supone, es la vida de una Sierva.

El sacerdote Javier Vergara, que conoció el caso de dos hermanas que vivían en Maipú y que comenzaron  a relacionarse con estas consagradas, comenta que “a mí lo que me molesta de las Siervas, para ser franco, es que las sacan (a las  jóvenes) de su casa y se las llevan a otro país, a otra realidad que es muy hermética. Yo pienso que en la idiosincrasia chilena, a diferencia de otras culturas, el tema de la familia es muy fuerte, entonces ese desprendimiento, que en algún momento se tiene que dar naturalmente, yo no sé si sea sano”.

El cura Vergara acompañó espiritualmente durante dos años a una de estas jóvenes. Recuerda que cuando ella comenzó a cuestionarse con las Siervas, “la aceleraron un poco, le proponían pasos, ir a Perú. En fin, una serie de cosas que, a mí parecer, desde fuera, porque no conozco el movimiento, parecía acelerado. Yo pensé que ella iba a continuar el proceso un poco más, pero lo cortó antes para entrar”. A pesar de esto, es enfático en decir que hoy esta persona es muy feliz dentro de la comunidad.

La situación más compleja fue la de una chica que, de un día a otro, les comunicó a sus padres que entraría a formación. “Yo tuve que acompañar a los papás, porque fue un primer momento muy violento”, comenta el sacerdote. Johanna Caro, quien también conoce este caso de cerca, explica que la mamá de la niña le encontró el pasaje para viajar a Perú y no tenía idea de qué estaba pasando.

Elisa Salinas vivió esto en carne propia. Cuando su hija hizo promesa de candidata iba en 4° medio y se estaba preparando para la PSU, pero no con mucho interés, pues la joven sabía que probablemente viajaría a Perú al finalizar el año. “Nunca nos dijeron cuándo era el viaje y mi hija se puso a trabajar para juntar plata. Yo pensé que ella se tomaría un año y estudiaría”, comenta Elisa. Pero la cosa no fue así, porque a los siete meses de su promesa y de manera sorpresiva, su hija le comunicó que la hermana V.A. le estaba ofreciendo plata para comprar los pasajes para viajar a Lima en dos semanas. “A mí no me cuadraba, porque era de un día para otro y yo no sabía nada”, explica Elisa. Fue ahí cuando encaró a la monja y le pidió que dejara tranquila a su hija. Según recuerda, “la hermana V.A. quedó para adentro, yo creo que nunca esperó mi reacción”. El viaje no se efectuó en esa fecha, sino al año siguiente.

Claudia Muñoz cuenta que también se sintió presionada respecto a la experiencia comunitaria, pues “llevaba tres meses de candidata cuando me empezaron a hablar de que tenía que ir a Perú”. Por otro lado, Fernanda explica que, “en el fondo, el querer entrar a la comunidad se transformó en el motivo de mi vida, entonces no había nadie que me pudiese hacer cambiar de opinión. Te lo ponían en esos términos: como tu felicidad está en tu vocación, si la tienes, debes entrar lo antes posible para ser feliz”.

Durante los días que duraba la experiencia, las aspirantes a monjas vivían una rutina estricta que incluía horas de oración, diálogos personales y grupales, deporte y actividades para meditar en torno a lo que significaba ser consagrada. Sofía recuerda un diálogo en particular, que era sobre el celibato, en donde una de las monjas dijo que “el corazón de un consagrado era más grande para amar que alguien que estaba casado”. A partir de ese momento se sintió incómoda. También cuenta que le chocó el cómo se trataba el tema de la obediencia. Una ex candidata que también hizo su experiencia, cuenta que un día les hicieron realizar acciones sin sentido, como contar porotos una y otra vez, lavar un muro con un paño muy pequeño, amontonar las hojas del patio de un lado a otro, entre otras cosas. La idea era “obedecer aunque no entendiéramos el por qué de las cosas, porque el que obedece nunca se equivoca”.

El sacrificio también era parte de la experiencia. La mayoría de los días se realizaban rutinas de ejercicio intensas. “Yo no tenía una costumbre de hacer deporte y tampoco un estado físico favorable, pero en la experiencia me gritaban que debía darme al máximo o sería una cobarde”, recuerda una joven que pasó por esta etapa. Añade que por el esfuerzo físico varias jóvenes terminaban muy mal, incluso algunas se llegaron a desmayar o vomitar, pero lo veían como algo bueno, porque lo hacían por Dios. “Otra forma en que vi lo del sacrificio fue en que nos tuvieron como dos días a pan y agua, con el argumento de que no necesitábamos nada más que Dios”.

Una de las grandes interrogantes de los padres era en qué consistía la experiencia comunitaria. Elisa Salinas cuenta que su hija debía viajar a fines de febrero de 2015, pero la hermana V.A adelantó la fecha para que participara en unas misiones antes de entrar a comunidad. “Yo no podía entender por qué se iba antes, cómo no iba a querer pasar dos semanas más con su gente, con su familia. Eso no me cuadraba, porque estaba la posibilidad de que no volviera”, relata. El día de la despedida “fue atroz”. Recuerda que las monjas llegaron al aeropuerto a última hora, “para ver que ella se subiera al avión”. Hasta ese momento no sabía dónde se quedaría su hija ni cómo se comunicaría con ella. “En el mismo aeropuerto me pasaron unos teléfonos, nada formal. La hermana V.A se había comprometido a mandarme un correo, que nunca llegó, con direcciones, teléfonos y lugar donde ella se quedaría”. Los datos que le dieron no le sirvieron para comunicarse con su hija y cuenta que “ninguna monja ni siquiera me llamó para decirme que estaba bien o preguntarme si me había comunicado con ella”.

La angustia de esta madre se logró apaciguar cuando su hija se contactó con ella a través de WhatsApp. Además, se logró comunicar con la mamá de una candidata peruana que hospedaba a su hija antes de entrar a la experiencia. “Ella fue mi único apoyo allá, pero en realidad uno no duerme”, comenta. Hay un episodio que la hizo ofuscarse tremendamente. Un día llamó a su hija y se enteró que estaba vendiendo berlines para juntar plata para el uniforme que usan las consagradas. Ya le habían tomado las medidas y se lo iban a mandar a hacer cuando aún no realizaba la experiencia. “Le dije que eso era presión psicológica, que por favor se fijara bien. Para mí fue atroz”, cuenta. En la misma línea, se enteró que cuando las jóvenes ingresaron a la comunidad se realizó una ceremonia donde todas estaban con sus padres, menos ella, porque era la única extranjera en ese momento. La mamá de la chica que la hospedaba “me dijo que rezara mucho por mi hija, pues había llorado mucho, porque era la única que estaba sola. Yo he participado en todas las actividades de mi hija desde el jardín y en esto que era tan importante no estaba y nadie me dijo que podía estar, nadie me preparó para eso. Fue muy doloroso y yo no tenía idea de nada.”

Sofía recuerda que, cuando entró a comunidad, “ya no vibraba como antes” y que muchas cosas le parecían “poco humanas y extrañas”. Una de esas fue que una de las candidatas dejó la experiencia sin avisarle a ninguna de sus compañeras. Esta es una práctica habitual en las SPD, pues consideran que, al hacer público estos temas, las demás pueden confundirse. “Eso me pareció muy mal”, comenta Sofía. Con el pasar de los días se dio cuenta de que ese no era su lugar y se lo contó a la hermana A.G., la misma que la había incitado a hacer promesa de candidata y viajar a Perú. “Tuve un último diálogo con ella, el cual fue muy difícil, porque fue una A.G. totalmente distinta a la que conocía. Me dijo que yo le estaba diciendo que no a Dios con mi decisión”. Recuerda que la conversación fue muy tensa y que la comparó con una candidata que llevaba cinco meses en el proceso y estaba segura de su vocación, mientras que ella llevaba más de un año y era inconcebible que no estuviese segura. “Yo tenía a la hermana A.G. arriba y en ese momento se me cayó, porque me trató muy mal. Me quedé con la idea de que le dije que no a Dios y eso fue terrible”, relata.

Sofía finalmente no se quedó en comunidad y recuerda con mucha tristeza los días posteriores a su salida. “Después de que salí de la experiencia, me llevaron a una casa de una familia que pertenecía al Sodalicio. Me dieron una cama muy dura y me sentía muy sola y culpable por mi decisión”. Allí estuvo tres días antes de viajar a Chile, pero dice que “fue fuerte”, porque veía cómo todas las otras jóvenes habían entrado a formación y a ella la apartaron. “En ese momento no tenía toda mi ropa, porque la había dejado en la casa donde me quedé cuando recién había llegado a Perú. No me dejaron ir a buscar mis cosas porque ahí había una niña que iba a entrar a formación y no me dejaron verla ni acercarme a ella, porque la podía cuestionar”. Su ropa la recuperó en una comunidad de las monjas en Lima, cuando les fue a dejar una donación de dinero que le habían dado para la congregación.

El regreso a Chile fue aún peor, pues tenía un sentimiento de culpa muy intenso, “por varios meses lloré todas las noches, porque le había dicho que no a Dios”, recuerda Sofía. Añade que, al volver al país, las Siervas la aislaron de todas las actividades. “Lo que más dolió fue el ‘descariño’ de ellas”, expresa.

Son muchos los testimonios de jóvenes que narran que, al momento de discernir que su vocación no es la de ser Sierva del Plan de Dios, son apartadas de la comunidad de manera drástica. Fernanda, quien finalmente no realizó su experiencia comunitaria y que quería dejar de ser candidata, debió postergar esta acción, porque una joven estaba a punto de viajar a Perú a realizar este retiro. Ella había conocido hace pocos meses a las SPD y a pesar de no ser católica se entusiasmó con la congregación y la hermana A.G. la hizo viajar a Perú. Fernanda indica que, “se me aconsejó que lo mejor era no decirle que yo no iba a seguir siendo candidata, para no hacerla dudar antes de que se fuera”.

Agrega que “el día en que ella se fue, yo me saqué la cruz de candidata y acto seguido se me cerraron las puertas de la comunidad”. Uno de los tantos hechos que le demuestra esto es que, cuando al día siguiente fue a Misa, partió a sentar junto a las monjas como lo hacía desde los 13 años. “Me senté al lado de las Siervas, como lo había hecho en todos los años de mi adolescencia y juventud hasta ese momento, y lo que me dicen las hermanas es que no me siente cerca de ellas, porque así no iba a conocer a ningún hombre. Me tuve que ir a sentar sola a otro lado”. Para Fernanda este hecho fue muy doloroso, porque sintió que la desconocieron. “Yo me validaba por mi relación con las Siervas y la Misa, que se transforma en el rito más importante de tu semana. Que te saquen de ese lugar porque tienes otra vocación, fue profundamente doloroso. En su minuto no lo entendí, lo asumí porque nuevamente ellas tienen la voz de Dios y saben cuál es el plan de Dios para ti”, manifiesta.

Como estos hechos, hay varios. Algunas ex candidatas relatan que luego de discernir no pudieron volver a comer con las Siervas como lo  hacían antes, las dejaron de llamar para participar en actividades, les sugerían no hablar con candidatas. Una de ellas, comenta que el tiempo posexperiencia comunitaria fue muy duro y que en muchas ocasiones lloró ante las monjas, les pidió ayuda, pero jamás la escucharon. “A pesar de que no me violaron ni me pegaron, ni nada por el estilo, sufrí mucho y sacarse el esquema mental es tan difícil, que después de siete años recién pude hacerlo con ayuda de un psicólogo. La culpa es algo que hasta el día de hoy me persigue”, comenta Raquel.

Fernanda, al evaluar sus años vinculada a las Siervas, considera que “me pasa lo que les pasa a las personas abusadas, que es que, cuando uno habla de estos temas, no quiere herir al abusador. Entonces, es difícil. Ellas me hicieron creer que yo había nacido para ser Sierva, porque Dios así lo había querido desde siempre y eso se lleva a un plano más allá de lo que era mi experiencia psicológica. Eso se perpetuaba en todas mis horas de rezo y del día. Yo misma terminaba perpetuando ese lavado de cerebro”, indica.

Añade que “finalmente me di cuenta de que, más que con Dios, yo quería estar con la comunidad, porque es tu lugar de seguridad, son las personas que dicen haber nacido para lo mismo que tú, que te entienden más que nadie, que te conocen más que nadie, que te quieren más que nadie, más que tu familia. Para mí ese es el abuso espiritual: fue hacerme creer que yo no iba a ser feliz en ningún otro lugar que no fuera ahí”.

Para este reportaje se contactó a las Siervas del Plan de Dios en Chile, sin embargo, prefirieron no referirse al tema. Durante esta investigación, fueron varias las personas contactadas que aceptaron dar sus testimonios, pero de un momento a otro cambiaron de idea bajo argumentos relacionados con el bien de la institución y la protección de su identidad.

Publicidad

Tendencias