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Libro «Fantasmas literarios. una convocación”: La reconstrucción de un tiempo CULTURA

Libro «Fantasmas literarios. una convocación”: La reconstrucción de un tiempo

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega
Por : Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega Abogado, Comunicador Social. Tiene estudios de postgrado en Comunicación Social, Humanidades y Filosofía. Ha sido directivo en el sector de la educación superior privada. Profesor universitario y columnista.
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La aparición reciente del libro del escritor Hernán Valdés “Fantasmas literarios. Una convocación” (Ediciones Taurus. Santiago, Chile. Abril de 2018; 272 páginas), ofrece una nueva ocasión de asomarse al mundo de la cultura chilena en décadas anteriores a 1973.


La memoria de esos años resulta aleccionadora para el presente, puesto que si bien el país en esa época no exhibía los éxitos económicos de que se enorgullece en la actualidad –con toda legitimidad, por lo demás-, en la esfera de la educación y la cultura Chile podía considerarse un país que había alcanzado niveles bastante respetables, y desde luego, en el ámbito latinoamericano tenía un ascendiente que, en muchos aspectos, se ha ido desvaneciendo. Hoy, sin duda, el país es un modelo en materias de crecimiento económico, de desarrollo social, de innovación empresarial, de reducción de la pobreza; sin embargo en el complejo campo de la educación y la cultura se ha mantenido por décadas resignado en una medianía a veces complaciente, que se manifiesta, desde luego, en los decepcionantes resultados educacionales que se dan a conocer con cierta regularidad, a pesar del incremento sostenido de recursos asignados al sector por los diferentes gobiernos, y también en el nivel más bien precario, estrecho y predecible del debate público. Son hechos de la causa.

La reconstrucción de ese tiempo que ofrecen las páginas de este libro, de esa sociedad ida, nostálgica, emotiva, llena de insinuaciones y motivaciones, de un país que mucho más que ahora acreditaba una cierta sensibilidad llana por la cultura, por la educación auténtica, no la que describen las frías estadísticas, por las manifestaciones más elevadas del espíritu, constituye un acicate para contrastar realidades y examinar, con generosidad y honestidad intelectual, hasta dónde pueden extremarse los márgenes de la crisis de identidad que se vive hoy en tantos ámbitos de la convivencia social, de la vida en común.

Era un mundo que tenía como correlato, como contrapartida también, por cierto, y quizá como un necesario e inevitable complemento, la desmesura de sus protagonistas, esa bohemia invencible en la que se gestaron grandes obras, amistades entrañables que se fraguaban y se alimentaban al calor del encuentro acogedor, del vino generoso, de las comidas innumerables, de las aventuras y experiencias vitales de toda laya.

En cierto modo, esta obra hace patente la interrupción brusca que sufrió la sociedad chilena en su continuidad cultural, en el desenvolvimiento de sus expresiones artísticas, en el germen natural de la inspiración y del trabajo de sus artistas, creadores e intelectuales. No se puede soslayar el hecho de que las generaciones que hoy han asumido las posiciones de conducción, de liderazgo, de dirección de los asuntos comunes carecieron en su hora, la de la adolescencia y juventud, de ese tipo de sociabilidad; fueron grandemente privadas de las noches, de esa fascinante vitalidad noctámbula que hizo verdaderamente legendarias las décadas chilenas del promediar del siglo XX, a juzgar por los múltiples testimonios de esos años que existen, de los cuales este libro es una expresión más que destacable.

Puede reconocerse en esta obra, una especie de catastro de lugares de encuentro, de instituciones axiales para el mundo cultural, e incluso de algunos hogares acogedores que abrieron sus puertas y cobijaron a estos singulares personajes, en distintos momentos de su a veces disparatada peripecia por los entresijos más improbables de la ciudad. Y, desde luego, el desfile de una notable galería de seres humanos que forman parte de nuestro patrimonio cultural; artistas, poetas, intelectuales, académicos, periodistas, referentes sociales, autoridades. Las páginas de este libro dan testimonio vivo de figuras como Andrés Sabella, Teófilo Cid, Luis Oyarzún, Enrique Lihn, Pablo Neruda, Jorge Teillier, Nicanor Parra, Esther Matte, Benjamín Subercaseaux, Rubén Azócar, entre muchos otros; de todos ellos se entregan datos que permiten prefigurar una noticia cierta y novedosa sobre sus personalidades, sus empeños, sus obsesiones, sus anhelos; algo así como un retrato humano creíble, que hace de ellos, en especial de algunos, seres absolutamente entrañables. Es como si  dieran ganas de haberlos conocido, de haber tenido la oportunidad de conversar con ellos, de haber compartido momentos y percibido en forma directa ese flujo de intensa vitalidad que animaba la vida pública chilena. Años más tarde, muchos de ellos, empujados por las circunstancias dramáticas que determinaron el quiebre de la convivencia en el país, fueron a parar a lugares del mundo tan lejanos como difíciles e impredecibles, donde tuvieron que rehacerse y aprender a sobrevivir en ambientes ajenos.

El libro se encuentra jalonado de anécdotas que dan cuenta de al menos una parte de la vida literaria chilena desde fines de la década de 1950 hasta los primeros años ’70, poco después del golpe de estado de 1973. Es un fresco muy ilustrativo del tipo de sociabilidad que existía en el país, de los códigos que se manejaban para incursionar en el mundo de la literatura, del entusiasmo por traer a Chile las mejores expresiones de la cultura del mundo, de la presencia señera de algunas figuras reverenciadas por el medio; y también, de cómo algunos artistas e intelectuales que habían señalado rumbos en los campos de la poesía y la expresión literaria vivieron su fase crepuscular, el tiempo de la decadencia, la soledad y la falta total de reconocimientos. En este contexto, también es importante resaltar la presencia femenina expresada en algunas mujeres que acompañan a los escritores; amigas, compañeras, esposas, amantes, musas inspiradoras que dejan su marca en vidas finalmente fracturadas.

Tampoco el relato está exento de revelaciones al menos sorprendentes sobre personajes más bien canónicos de la literatura chilena. Aunque no explícitos, son indiciarios y sugerentes de una sexualidad más que ambivalente, ciertos relatos y episodios que dejan una sensación de intenso desamor y desamparo en las vidas de algunos de estos seres. No pasa desapercibida, asimismo, la afirmación del autor de que muchos años después de la separación de Nicanor Parra de su esposa sueca, Inga, “… a ninguno de ellos se les ocurriría imaginar que casi dos décadas más adelante estarían en campos opuestos: él celebrando a su manera el golpe militar, ella preparando visas y documentos en el consulado sueco para los asilados en la embajada, ya casada de nuevo con un hombre de negocios. A mí mucho menos”, termina diciendo.

Quizá ha llegado a ser algo así como un lugar común, un fetiche, la idea de asociar o de establecer una imbricación casi congénita entre la inspiración poética, la creación, el arte y el oficio intelectual, por una parte, y la vida bohemia, plena de excesos, dispendios fuera de toda mesura y situaciones extremas, por otra. Es cierto que lo segundo no tiene por qué ser prenda o garantía de calidad, excelencia o sofisticación en el desenvolvimiento de lo primero. Los tiempos han cambiado, hoy se han impuesto en muchos ambientes y espacios de sociabilidad otros criterios, otras formas de relacionarse y de asumir los enigmáticos desafíos de la creatividad, la belleza y el conocimiento.

El libro de Hernán Valdés es un testimonio valioso, completamente pertinente y digno de ser conocido por las actuales generaciones. Como decía el filósofo español José Ortega y Gasset, cada generación cumple su cometido, el que la circunstancia histórica en que le toca vivir le ha deparado, no desde la nada sino montada sobre los hombros de las generaciones anteriores, y además, se podría agregar, que debiera asumirlo con la consciencia de ser depositaria “… de un mensaje escrito con la tinta de los siglos”, y de tener “… por delante una misión para los vivos y por detrás el respaldo de los muertos”, como enseñó con tanta profundidad el historiador Jaime Eyzaguirre, en su momento. La historia no empieza al despuntar la vigencia histórica de una determinada generación, tras la retirada del protagonismo de la precedente; y menos cuando el mundo que ésta había construido y en el que se desenvolvía, se precipitó por un derrotero dramático que descolocó, anuló o truncó prematuramente las expectativas vitales de sus protagonistas.

En este sentido, esta obra es de interés. Pero también lo es por su valor literario, por la prosa y el lenguaje que ofrece, las cotas de credibilidad y cercanía que alcanza. El relato es ágil, entretenido, a veces sorprendente, matizado con buenas dosis de humor y también pasajes de alta emotividad. Hay historias francamente estrambóticas, descripciones rayanas con lo gráfico, lo grotesco, como la que protagoniza el autor con Helio Rodríguez, apodado el Tigre Mundano, y Pablo de Rokha, quien en cierta oportunidad los invitó a un restaurante y ordenó una cazuela de cordero “con cabeza”. De esta manera describe Valdés el relato de este encuentro: “Hemos visto entonces traerle una fuente de sopa y verduras al centro de la cual se aposentaba una cabeza de cordero desollada, blanquecina, un fantasma gelatinoso de ojos glaucos. Pablo comenzó justamente por los ojos, pinchándolos con el tenedor y echándoselos uno a uno a la boca como si hubieran sido caramelos. Una vez las cuencas vacías, prosiguió extrayendo la lengua con los propios dientes, boca contra boca, lengua contra lengua, en un beso salvaje”.

Historias como esta se suceden incesantes a la largo de la obra, cada una con motivos peculiares, con protagonistas diferentes, enriquecidas con detalles de los caracteres, las personalidades, los defectos y las manías de estos protagonistas, consagrados e improvisados, de la escena literaria criolla de la época. Es la manera como en Chile se ha fusionado, al menos en ese entonces, el arte y la vida, siempre en una búsqueda inagotable de nuevas formas de interpretar y expresar la realidad, de transmitir hacia los demás una sensibilidad especial, ambiciosa de capturar lo esencial, lo fugaz, lo huidizo, lo único e irrepetible de seres humanos, situaciones y momentos.

La literatura, el arte, la belleza, el pensamiento como mecanismos para añadirle matices, distinciones, subjetividad, espesura a la vida misma que nos toca vivir; a veces protagonizar o construir como verdaderos agentes, otras simplemente, no sin impotencia, contemplar cómo transcurre, de manera a la vez inadvertida e inexorable, dejando en el alma un sedimento de frustración, desencanto, malestar e insatisfacción.

La obra de Hernán Valdés describe y transmite con abundantes datos y materiales literarios, la particular manera que hallaron los hombres de ese tiempo para gestionar estas realidades y buscar intensamente realizar sus más genuinas ambiciones, con generosidad, solidaridad y sentido de compromiso social.

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega. Abogado. Comunicador Social

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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