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Obra «Sayonara»: un sistema teatral complejo Opinión

Obra «Sayonara»: un sistema teatral complejo

Si un androide está hoy sobre un escenario, en Centro GAM, es fruto del esfuerzo humano,  colaboración entre el  dramaturgo Oriza Hirata de la compañía japonesa Seinendan y el profesor Hiroshi Ishiguro, del Laboratorio de Telecomunicaciones Avanzadas de Japón, esta experiencia teatral del 2010, dio paso a la película Sayonara en el 2015.


¿Quién Iba a vaticinar cómo los protocolos TCP/IP, indispensables para enviar emails, iban a cambiarnos tanto la vida en la manera cómo hacemos comercio, amamos, estudiamos o soñamos en este mundo digital y de la información?  Podemos estudiar una hormiga, pero no prever lo que millones de ellas construirán, hay hormigueros equivalentes a las más excelsas catedrales de occidente.

De ello versa el estudio de sistemas complejos, esto es, aquellas consecuencias que no podemos pronosticar si sólo estudiamos de forma aislada a las unidades integrantes de esos sistemas. Un sólo ser humano es capaz de ciertas capacidades, pero miles de millones pueden generar pirámides, el impresionismo, la teoría cuántica, o manipular el propio ADN, con el correr de los siglos.

¿Y si un sistema complejo implica el tema de los sentimientos? ¿Si la misión de un robot fuera recitarte poemas? De eso y más  nos habla la obra Sayonara, estrenada en el Centro GAM para toda América y en la cual un robot de apariencia humana,  más dos actores nos transportan a la historia entre una autómata al servicio de una mujer con una enfermedad grave.

Si un androide está hoy sobre un escenario es fruto del esfuerzo humano,  colaboración entre el  dramaturgo Oriza Hirata de la compañía japonesa Seinendan y el profesor Hiroshi Ishiguro, del Laboratorio de Telecomunicaciones Avanzadas de Japón, esta experiencia teatral del 2010, dio paso a la película Sayonara en el 2015.

¿Qué pasará cuando en nuestro planeta existan mil millones de robots? Existen ya cerca de un millón en todo el planeta. Si un robot puede, en una breve pieza teatral emocionarnos, ¿Qué no lograrán esos mil millones en la interacción cotidiana con nuestra especie?

Hace ya más de tres décadas convivimos cada día con robots, pero ellos están aún en su amplia mayoría en el área industrial, sólo en Japón existe una tendencia, con uso de estas máquinas, para cuidar personas enfermas o ancianos. No todos los robots son iguales, de ahí que no sabemos lo que puede pasar en unas cuantas décadas más con ellos y nosotros, si será un “tú y yo” o un “tú o yo”.

Soy de los optimistas, porque me aburrí del pesimismo. Se ha observado en la historia humana cómo toda tecnología del pasado ha destruido el trabajo existente, pero también ha creado maravillas. Esta cuarta Revolución Industrial, no será distinta. Hoy sólo se ve el tema de los robots y la inteligencia artificial con mentalidad del bajo medioevo, llena de temores.

En el dolor nace el invento. Los miles de trabajos a desaparecer van a permitir más horas para realizar algo típico de los sistemas complejos humanos: pensar y soñar. Pasó otras veces en la historia. Cuando esta raza humana se pone a pensar y a soñar, más libre del trabajo forzoso o repetitivo, el mundo es testigo de enormes cambios.

La Revolución Industrial cerró muchas labores, pero fue la libertad para millones que estaban entre 12 y 16 horas en el campo y los puso en ciudades, donde la jornada era de  8 horas en fábricas. No sólo fue esclavitud capitalista, se liberaron horas y ello permitió a nuestra especie en sólo pocas décadas el surgimiento de miles  de pensadores, artistas, ingenieros, físicos, músicos y comerciantes responsables de los hitos de nuestra historia reciente.

Es entendible que hoy se vislumbre el asunto sólo con advertencias apocalípticas, pues vivimos un neo medioevo donde campean los nuevos señores feudales por sobre el Estado nación y el bien común sucumbió ante el avance del interés privado. Pero aún esos enormes capitales malvados no pueden saber ni vaticinar con certeza, qué sucederá cuando hayan mil millones de robots entre nosotros, hasta podría salirles el tiro por la culata, ojo.

Sin la revolución industrial, no habría existido el pensamiento moderno y sin éste hoy no habrían avanzado las luchas por las libertades políticas o la declaración universal de los derechos humanos. Sin dicha revolución no habrían existido Marx, Beethoven, Simón Bolívar ni Pasteur.

¿Y si esos mil millones de robots son la base de un despertar de la humanidad hacia una era de crecimiento espiritual? Liberados de trabajos explotadores, junto a la consabida etapa de conflictos sociales, los humanos podrían experimentar desde un retorno a la naturaleza, hasta reinventar los fundamentos de las religiones reveladas, ésas que tanta miseria, frustración y muerte  han generado por siglos.

Toda nueva vida es fruto de un parto doloroso, esa es nuestra esencia. Nadie cambia voluntariamente. Deben aparecer la enfermedad, la pobreza, el fracaso, la muerte o la soledad para que el espíritu avance. Es el amor no correspondido y no el correspondido, el responsable de las grandes obras de la genialidad humana, sobre las cuales descansa nuestra comodidad actual.

Tal vez esta sed inagotable que tiene esta raza humana maldita, para explotar y someter a sus semejantes, plantas y animales, sea a futuro descargada en una población mundial de robots sumisos y disciplinados. Ahí alguien me dirá, ¿Y la inteligencia artificial? ¿No habrá un día una rebelión de robots?

Tranquilos, les diría. A toda revolución le sobreviene una contrarreforma y existirán serviles robots “sociolistos” chilenos, ensamblados en Arica,   prestos  a sentarse tarde o temprano a la mesa con los humanos tiranos, para transar y negociar la ira o muerte de sus hermanos, por una paz de cementerio, tal como se observa en el final de Rebelión en La Granja de Orwell.

Sayonara significa “adiós” en japonés, es hora de que vayamos despidiéndonos de nuestra forma de pensar y sentir del siglo XX, porque ya no serán operativas para estos tiempos en marcha, una centuria donde los mayores avances y descubrimientos ocurrirán en el estudio del cerebro humano, la clonación de personas, la extensión de la vida con calidad, el hedonismo y la sofisticación exquisita de la formas de vigilancia y castigo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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