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Rusia 1917. La utopía de la hoz y el martillo Crítica literaria

Rusia 1917. La utopía de la hoz y el martillo

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega
Por : Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega Abogado, Comunicador Social. Tiene estudios de postgrado en Comunicación Social, Humanidades y Filosofía. Ha sido directivo en el sector de la educación superior privada. Profesor universitario y columnista.
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Si se examina la historia de Rusia desde la perspectiva de la larga duración, puede pesquisarse en el plano de la cultura una resistente continuidad que arranca desde varios siglos anteriores a la revolución de octubre, y que hasta hoy ha conservado rasgos de identidad muy propios del alma rusa


Se ha presentado en meses recientes el libro “Rusia 1917. La utopía de la hoz y el martillo” (RIL Editores, 2017; 172 páginas), que recoge las ponencias y exposiciones del seminario de igual nombre que organizó la Universidad del Desarrollo, compiladas por el profesor Armando Roa Vial, director del Instituto de Humanidades de ese plantel de educación superior. Se trata de un volumen que ofrece distintos puntos de vista y enfoques disciplinarios para abordar la revolución que estalló en octubre de ese año en Rusia, y que, sin ninguna duda, determinó poderosamente el decurso de la historia de la humanidad durante el resto del siglo XX, o al menos de lo que ha dado en llamarse por algunos historiadores, “el siglo XX corto”. Estos acontecimientos cargados de dramatismo son examinados desde la historia, la literatura y el arte, el impulso vanguardista, la influencia que la revolución tuvo en Chile, en los movimientos sociales, en el sindicalismo, el legado cultural que puede rescatarse de estos hechos, y la posibilidad de que algo así como el substrato de una razón utópica pudiese hallarse en las estructuras profundas de este trascendental fenómeno histórico.

El primer trabajo incluido en este libro, “La Revolución Rusa en la historia”, del profesor Eduardo Andrade Rivas, hace un apretado resumen de la trayectoria de Rusia desde la época de los zares liberalizadores del siglo XIX hasta la actualidad, pasando por los sucesos revolucionarios de 1917, la segunda guerra mundial, la época dura de Stalin, los períodos de los jerarcas post estalinistas y el colapso definitivo del imperio soviético a comienzos de la década de 1990. Es una panorámica amplia, apasionante, llena de datos que si bien no son novedosos están bien articulados en función de la legibilidad del relato, que abarca más de un siglo de historia, en la que se presentan los hechos más relevantes y decisivos, aunque con un tono quizá demasiado cargado de juicios de valor y condenaciones, que pudiese restarle ecuanimidad al conjunto del texto. Esta particular aproximación del autor, en todo caso, no esconde una cierta raigambre de carácter religioso, incluso mesiánica, que ya se advierte en el epígrafe mismo del trabajo que cita un fragmento de uno de los mensajes de Fátima, dado, según indica la tradición y la fe católica, por la propia Virgen María a los tres pastorcitos de esa localidad portuguesa, en mayo de 1917.

En el terreno de la cultura, el trabajo “Literatura rusa y revolución bolchevique: vanguardias, represión y renacimiento”, de Ana María Gutiérrez, ofrece una acertada exposición sobre los movimientos literarios y culturales previos a la revolución de octubre, su interacción con lo que entonces sucedía en Europa occidental, las búsquedas y conflictos propios de una literatura sensiblemente arraigada en el pueblo, como también acerca de los nuevos criterios que paulatinamente se fueron imponiendo en el ámbito de la creación, a medida que se desplegaba y consolidaba el esquema revolucionario. Resalta el papel del realismo socialista como corriente artística oficial de la URSS, que rigió sin contrapeso en los ámbitos de la cultura durante décadas, impulsando la transformación ideológica de la población para construir al “hombre nuevo soviético”, y dejando un opaco legado de burocracia, censura, persecuciones de escritores, deportaciones, muertes y exilios.

En esta misma línea, el profesor Claudio Rolle (“Revolución, vanguardias y creación artística”) explica la intensa trayectoria de las vanguardias artísticas desde fines del siglo XIX hasta el período en que aún estuvo viva la pulsión utópica desencadenada inicialmente por la revolución. Pueden reconocerse y valorarse en este despliegue de hitos culturales, el fuerte ímpetu transformador, las creaciones y esperanzas de muchos escritores y artistas ilusionados con la construcción de una sociedad nueva, la redención del hombre por el hombre, el compromiso real del arte con las luchas del pueblo.

Por otro lado, no escapa al interés de los trabajos incluidos en este libro, el impacto e influencia que tuvo la revolución de octubre en nuestro país. Así, el profesor Enrique López Bourasseau, en su trabajo “Algunas reflexiones sobre la influencia de la Revolución rusa en Chile”, ofrece algunas notas de interés sobre el papel del Partido Comunista chileno desde la época previa a la revolución de 1917, su participación en coaliciones de gobierno, los períodos de clandestinidad, sus lazos con la matriz moscovita y su dependencia ideológica. A su vez, la académica Ximena Urtubia Odekerken, en su ponencia “Movimiento social y militancia comunista durante la bolchevización (Chile, 1924-1933)”, se adentra en el análisis del impacto que tuvo la revolución rusa en el comunismo chileno, movimiento que ya en esa época acreditaba una larga historia de luchas sociales, impulsando al partido a desarrollar una férrea alineación con su par soviético, en la doctrina, en los métodos, en la política de alianzas y en los objetivos estratégicos. También incursiona con agudeza la profesora Urtubia, en el intento de explicar de qué manera, al calor de la influencia soviética, se fue delineando una forma específica de entender y encarnar la militancia en el partido, los rasgos de una cultura proletaria, el ser comunista, y el sentimiento de compartir un ethos proyectado hacia la aurora venturosa de una nueva sociedad.

El libro, por cierto, no podía soslayar un retrato, un enfoque, una perfil de quien asumió el liderazgo del asalto al Palacio de Invierno en octubre de 1917, y posteriormente sentó las bases de lo que sería el poder soviético y el totalitarismo: Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. Este es el tema del trabajo de Mauricio Rojas (“Asedios a la revolución rusa: Lenin y el totalitarismo”), ex miembro del Parlamento sueco y académico, en el cual entrega en un apretado resumen una revisión de la trayectoria intelectual y política de Lenin, sus orígenes y las claves más decidoras para entender su pensamiento y su visión de la sociedad socialista. Luego se dedica a revisar el período de Stalin, con énfasis en el Gran Terror de la década de 1930, las hambrunas, las deportaciones masivas al Gulag, los juicios sumarios concebidos como espectáculos públicos a la vieja guardia de la vanguardia bolchevique, la colectivización forzada de la tierra que diezmó al campesinado, el acelerado y dramático proceso de industrialización; en fin, el diseño y consolidación de un Estado totalitario. Cuesta no reconocer en la visión que presenta Rojas, sobre Lenin y el mundo soviético, vestigios de un cierto maniqueísmo propio de épocas pretéritas, residuo de esa invasiva lógica bipolar de la guerra fría que tensionó al mundo desde la última postguerra.

Merecen destacarse también en este libro, los trabajos que reflexionan, desde una perspectiva filosófica, sobre cierta racionalidad utópica que puede reconocerse tras el ímpetu revolucionario, que es un rasgo más profundo que un mero voluntarismo histórico exacerbado porque, en cierto modo, está en la base y es como el germen del totalitarismo. En su trabajo “La utopía imposible”, el profesor Guido Larson discute la plausibilidad de que el empeño transformador leninista estuviese realmente afincado en una pulsión utópica, en la vocación de construir una sociedad mejor, más virtuosa, más ética, más perfecta, haciendo un contrapunto entre el papel del líder revolucionario y los planteamiento de Marx sobre la sociedad comunista futura y definitiva. Cualquier vocación utópica que pudo haber inspirado al bolchevismo fue amagada y superada por el empeño de Lenin de instaurar un sistema híper centralizado, y una dictadura férrea y personalista. En otra mirada que utiliza como clave la utopía, el profesor Armando Roa Vial, compilador de este volumen, en su texto “Asalto a la razón utópica. Reflexiones a partir de la revolución rusa”, indaga en ciertos factores culturales que hicieron posible que el dinamismo utópico fraguara en la Rusia de 1917, conjugando teorías, un especial momento de la sociedad rusa, rasgos idiosincráticos del pueblo y una cierta menesterosidad espiritual de corte religioso, incluso escatológico, alimentada por la gran literatura precedente.

Es razonable que sean críticos los juicios políticos que se tengan frente a la revolución y al régimen que imperó en la URSS por más de siete décadas, con toda su secuela de opresión, negación de valores humanos básicos, censura, persecuciones, presidio político, deportaciones y muerte; en suma, un sistema totalitario. Pero una mirada más ancha tendría que aceptar que, en alguna medida, Occidente se benefició de la ciencia, la industria, el arte, la literatura, la música, el cine, la cultura que se gestó y proyectó en la Unión Soviética, aun cuando esta parte del mundo mantuvo una actitud más bien cerrada de negación y no reconocimiento de esos desarrollos.

Si se examina la historia de Rusia desde la perspectiva de la larga duración, puede pesquisarse en el plano de la cultura una resistente continuidad que arranca desde varios siglos anteriores a la revolución de octubre, y que hasta hoy ha conservado rasgos de identidad muy propios del alma rusa, distinguibles en su especial inclinación a la profundidad humana, al examen del mundo espiritual, la lucha y angustia interiores no resueltas, y la arraigada impronta religiosa que inspira a ese pueblo. En este sentido, se podría afirmar que también nuestro país, en cierto modo, ha sido tributario de algunos aspectos no desdeñables de ese poderoso y seductor influjo cultural.

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega. Comunicador Social. Abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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