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Los últimos de la clase: Chile podría quedarse ciego a nivel satelital por falta de institucionalidad aeroespacial En tecnología espacial Chile ha sido superado por Perú, Bolivia e incluso Venezuela

Los últimos de la clase: Chile podría quedarse ciego a nivel satelital por falta de institucionalidad aeroespacial

El aparato FASat-Charlie no solo caducó su garantía en diciembre de 2016 –lo que implica que podría dejar de funcionar en cualquier momento– sino que aún no hay claridad sobre su reemplazo. Una serie de factores, como la falta de una Agencia Chilena del Espacio, su uso dual (civil y militar), los casos de corrupción en las platas del Ejército y la carencia de una decisión política –según los expertos–, se han conjugado para llegar a un punto muerto en la materia, que tendrá que resolver el próximo Gobierno.


Chile podría quedarse ciego a nivel satelital en cualquier momento. Su único satélite FASat-Charlie –cuya garantía quinquenal caducó en diciembre de 2016 y cuya vida útil debería terminar el próximo año– no solo no tiene reemplazante a la vista, sino que además podría dejar de funcionar en cualquier momento.

El satélite es clave no solamente para temas de defensa, sino también usos civiles como la agricultura, la minería o el control de desastres naturales, por ejemplo, los incendios del verano pasado. Sin él, Chile depende de otros países –como Estados Unidos, Israel o China– para cualquiera de estos asuntos.

Una serie de factores, como la falta de una Agencia Chilena del Espacio, su uso dual (civil y militar), los casos de corrupción en las platas de la Ley Reservada del Cobre, y la carencia de una decisión política –según dos expertos consultados por este diario, que pidieron el anonimato–, se han conjugado para llegar a un punto muerto en la materia, que tendrá que resolver el próximo Gobierno.

El próximo Presidente deberá decidir si quiere otro satélite óptico –como el actual–; uno radárico, que a diferencia del anterior tiene la ventaja de funcionar también de noche o en la neblina; o uno de telecomunicaciones. Lo ideal, dicen los entendidos, es contar con uno de cada tipo.

En la era digital, Chile requerirá de satélites «para que las telecomunicaciones e internet sean cada vez más robustas, potentes y de mejor calidad u obtener información a través de fotografías de alta resolución para anticipar o prever desastres, aprovechar mejor los fenómenos climáticos, tener una visión del desarrollo de las ciudades, etc.”, ha señalado el senador Guido Girardi, presidente de la Comisión Desafíos del Futuro de la Cámara Alta, uno de los más preocupados en este tema.

El próximo Mandatario deberá disponer además si resucita la Agencia Chilena del Espacio, desaparecida en 2013, tras doce años de existencia, y si se acuerda de manera transversal una política satelital para las próximas décadas de una vez por todas.

La importancia de tener un satélite

¿Cuál es la importancia de contar con un satélite propio? Chile necesita uno por su geografía, sismicidad y cobertura comunicacional. Además sus usos son múltiples y –según los expertos–por cada dólar invertido en política espacial, el retorno al menos se triplica.

Además un aparato de este tipo implica la creación de un sistema satelital, que comprende la formación de especialistas, la adquisición de know-how, transferencia tecnológica, porque la información no solo hay que procesarla sino también distribuirla.

Reemplazar el FASat-Charlie no es solo un tema de costo-beneficio, destaca la rusa Marina Stepanova, física y académica de la U. de Santiago, sino que está relacionado con «la política de desarrollo del país».

«Comprar las imágenes afuera es pan para hoy y hambre para mañana, porque a la larga uno nunca va a crecer en términos tecnológicos como país. Y todo lo que tiene la humanidad actualmente es producto de dos cosas: Guerra Fría y la carrera espacial. ¿Queremos que en 30 o 50 años Chile sea un mero vendedor de vino, pescado y cobre, o diversificar su matriz tecnológica?», señala.

[cita tipo=»destaque»]El natural reemplazo del FASat-Charlie, como política de Estado, considera un satélite de observación óptica de la Tierra, pero con mejores prestaciones de resolución y agilidad, a fin de satisfacer la demanda de usuarios que son más exigentes en la actualidad.[/cita]

Alta precisión

Hoy estos aparatos tienen tal precisión, que pueden detectar el ingreso de ganado con aftosa a través de un paso fronterizo clandestino, que eventualmente podría causar graves daños a la industria nacional y a la larga causar un alza de precio en este producto.

La resolución del FASat-Charlie, por ejemplo, es de 1,5 metros, «lo que significa, en términos simples, que una persona en Santiago puede ver a otra que anda en Concepción en un city car«, detalla el académico Rolando Hérnandez, uno de los impulsores del FASat-Charlie y miembro de la Comisión Científico Técnica de ocho integrantes que asesora al Consejo de Ministros para el Desarrollo Espacial, que hoy está a cargo del tema.

En el sector agrícola, en un tiempo de escasez de agua, un satélite puede ayudar a decidir dónde regar y con qué intensidad, algo clave para el sector exportador en la era de la «agricultura inteligente».

En el sector minero, estratégico para Chile, son usados para detectar nuevos yacimientos.

En caso de un terremoto, un satélite de comunicaciones puede ayudar a impedir que el país queda incomunicado, como ocurrió en 2010.

Los incendios del verano pasado, por otra parte, también demostraron la necesidad de contar con información precisa para evitar pérdidas humanas y económicas.

Sin embargo, a pesar del esfuerzo de la FACH y algunas universidades, ninguno de estos usos ha sido suficiente para evitar que Chile se haya quedado atrás en esta materia. La única excepción es el nanosatélite Suchai, el primer aparato fabricado íntegramente en nuestro país y que la Universidad de Chile lanzó en junio pasado, aunque no tienen comparación: mientras este pesa un kilo, el FASat-Charlie alcanza los 130 kilos.

Un apagón satelital no solo tiene consecuencias para el sector de defensa. A nivel civil implica «un costo de la información, la capacidad de manejo de ella y la velocidad con que uno puede organizar la adquisición de información para algún evento de urgencia en el país», advierte Hérnandez.

«Desde el punto de vista país, me parece grave, porque además el satélite debió haber sido parte de un sistema de observación de la Tierra, el cual además debería haber tenido, ya desde hace tiempo, una adecuada institucionalidad para articular y coordinar todas las acciones tendientes a tener información de utilidad al país», puntualiza.

Finalmente, «hay decisiones que son de voluntad política, hay una agenda de prioridades que uno no maneja y que dependen en última instancia de las autoridades de turno. A los ojos míos, este tema no tiene una prioridad por el momento, aunque un satélite sea un aporte al desarrollo del país», remata.

Chile se queda en el pasado

Un experto señala que, en la década de los 90, Chile estaba a la par de Corea del Sur en la materia, con estudiosos de ambos países especializándose en Europa. Pero mientras nuestro país no hizo mayores progresos y perdió energía en proyectos sin resultados hasta hoy, como poner a un astronauta en órbita, Seúl realizó una fuerte inversión tecnológica, lo que, sumado a la creación de una sólida institucionalidad propia, hoy le permite fabricar sus propios aparatos, que incluso ha ofrecido a Chile.

Sin embargo, lo más preocupante es lo que sucede entre los vecinos de nuestra región, donde nuestro país también ha retrocedido varios puestos en los últimos 15 años. Si en 2001 Chile era tercero, solo superado por Brasil y Argentina, hoy está en sexto puesto, y ha visto cómo pasan a la delantera vecinos como Perú, Bolivia e incluso Venezuela, advierte el profesional.

Hace un año, por ejemplo, Perú colocó con éxito en el espacio su satélite PerúSAT1, con el que pasó a liderar la capacidad de observación en Latinoamérica, donde hasta entonces Chile ocupaba un lugar destacado.

Lima no escatimó en recursos y gastó US$200 millones para comprar este aparato a EADS, el mismo consorcio europeo que fabricó el FASat-Charlie por US$72 millones en 2008, hace casi una década. Su resolución es de 0,7 metros, la mitad que el FASat-Charlie.

Bolivia gastó US$300 millones por su primer satélite, el Túpac Katari, que lanzó en 2013, mientras Venezuela envió al espacio en octubre su tercer aparato, el Sucre, tras otros dos en 2008 y 2012. Ambos países contaron con tecnología china. Argentina, en tanto, con un largo historial desde 1990, lanzó ya en 2014 un satélite fabricado íntegramente en el país, mientras Brasil mandó al espacio, en mayo pasado, un aparato por US$800 millones.

Fotografía satelital foco de incendios forestales

Las causas del punto muerto

El tiempo que pasa entre la compra de un nuevo aparato, su fabricación y la puesta en órbita es de entre dos y tres años. Por lo tanto, si el FASat-Charlie, con un periodo de garantía de cinco años, fue lanzado en 2011, ya en 2013 se debería haber pensado en el próximo reemplazo. Pero no fue prioridad del Gobierno de entonces ni del actual.

Solo el Estado Mayor Conjunto activó en 2014 el Proyecto Catalejo para reemplazar el FASat-Charlie. El mismo «se encuentra en la etapa de aprobación del Ministerio de Defensa Nacional», según informó la FACH ante una consulta de este medio.

Lo concreto es que, desde el lanzamiento del FASat-Charlie han pasado seis años, y ni siquiera hay acuerdo sobre qué aparato comprar –solo que su nombre sería Fasat Delta– y cuándo ponerlo en órbita.

¿Pero cómo se llegó hasta este punto? ¿Por qué Chile acumula tanto retraso? Son varios los factores, según dos fuentes consultadas al respecto.

Primero, ha habido una historial de –si quiere calificarse así–malas experiencias. Al fracaso del primer satélite chileno, el Fasat Alfa, que fue lanzado en 1995 pero que por un problema técnico nunca puso separarse de su satélite madre, se sumó que su reemplazante, el Fasat Bravo, enviado al espacio en 1998, dejara de funcionar tres años después por un problema de baterías.

A esto se añade que, con el propio FASat-Charlie no todo ha sido color de rosa, aunque técnicamente su desempeño ha sido impecable, según destaca Hernández.

Aunque la cooperación cívico-militar no ha sufrido mayores roces, la FACH es cuestionada por vender las imágenes que produce el satélite a otras instituciones del Estado, excepto al tratarse de situaciones de emergencia. Cada imagen vale unos US$200, un ítem que ha permitido recaudar a la FACH $700 millones anuales. La irregularidad de cobros entre entidades estatales incluso fue denunciada por el Gobierno de Piñera en 2014.

Segundo, falta institucionalidad. En 2001 se creó la Agencia Chilena del Espacio (ACE), que funcionó como comité asesor de la Presidencia, y que sería el encargado natural de la política satelital del país. Sin embargo, nunca se constituyó como organismo autónomo ni tampoco pudo fijar una política de Estado, lo que lo dejó a merced de los vaivenes de los cambios de Gobierno. Su última ubicación fue en el Ministerio de Economía.

De hecho, por eso mismo dejó de funcionar en 2013, al ser reemplazado por el Consejo de Ministros para el Desarrollo Digital y Espacial.

Hoy está a cargo el Consejo de Ministros para el Desarrollo Espacial, que incluye a Transportes, Interior, Relaciones Exteriores, Defensa, Hacienda, Secretaría General de la Presidencia, Economía, Fomento y Turismo, Desarrollo Social, Educación, Agricultura y de Bienes Nacionales.

Cualquiera se puede imaginar la dificultad en coordinar estas reparticiones en un tema tan complejo por el espacio exterior. Por eso una idea que ronda en la actualidad es que la ACE funcione al interior del futuro Ministerio de Ciencias, una repartición que eventualmente podría constituirse en enero próximo, de ser aprobada en el Congreso.

Como sea, la ausencia de un ente que centralice la política espacial ha sido perjudicial para que el sector civil puje con fuerza en este tema.

Tercero, el uso dual del satélite –civil y militar– es otro factor que suma complejidad. No solo hay una puja al interior de las Fuerzas Armadas –donde el Ejército, la Armada y la FACH no coniciden en el tipo de satélite a adquirir– sino que además deben consensuar civiles y militares.

Cuatro, el «Milicogate». Históricamente los satélites ha sido adquiridos mediante la Ley Reservada del Cobre, de decir, con fondos destinados a fines militares, y quedado bajo tutela de la FACH, por su experticia como institución aeronáutica. Pero los casos de corrupción al interior de las Fuerzas Armadas, con fondos malversados en la misma ley, han dejado en mal pie a los militares para pujar por una nueva adquisición. Solo en el periodo 2010-2014 el desfalco mencionado alcanzó los 5 mil millones de pesos (unos US$7 millones).

Quinto, el calendario electoral. La incertidumbre sobre el Gobierno que reemplazará a Bachelet –en momentos en que Piñera y Guillier marcan un empate técnico– imposibilita tomar cualquier decisión. Toda la política satelital realizada hasta el momento fue impulsada primero por la Concertación y luego por la Nueva Mayoría. La derecha se limitó a ejecutar el lanzamiento del FASat-Charlie y a eliminar la ACE.

En octubre pasado, el senador Girardi visitó el Grupo de Operaciones Espaciales (GOE) de la FACH, ubicado en la Base Aérea El Bosque, en la capital.

Girardi calificó la visita como “un verdadero privilegio”, al tiempo que lamentó que “estos desafíos en Chile no sean prioridad” y agregó que “acá veo un inmenso potencial y capacidad de una Fuerza Aérea que está a nivel de cualquier país desarrollado, pero, desde el punto de vista de la conciencia y decisiones políticas, totalmente subutilizada”.

Para el parlamentario, “explorar el espacio será el principal desafío de la humanidad. Ya algunos científicos como Stephen Hawking afirman que debemos continuar nuestra aventura evolutiva en otros mundos y los centros astronómicos buscan planetas habitables o con vida. Y Chile se está quedando en la Edad de Piedra”.

El legislador afirmó que “el desafío es tener una Agencia Espacial y una política satelital que no sea marginal sino prioritaria y desarrollar una infraestructura digital acorde a los desafíos que se nos vienen”.

Nuevo satélite

Según todos los cálculos, Chile tendría que estar dispuesto a desembolsar entre US$130 millones y US$ 300 millones por el próximo, según el tipo de características que le interese. Y si bien se podría haber acordado en su momento un reemplazo del FASat-Charlie con el mismo fabricante, no hubo una decisión política al respecto.

Todo está en manos del Consejo de Ministros para el Desarrollo Espacial, dependiente del Ministerio de Transporte y Telecomunicaciones, y el Ministerio de Defensa (incluidas las Fuerzas Armadas).

«El proyecto para el reemplazo del satélite FASat-Charlie fue presentado al Ministerio de Defensa, y se encuentra en su proceso de aprobación», indican desde la FACH. «El fabricante y valor dependerá de los recursos que se autoricen para esta inversión tecnológica», agregan.

Al Ministerio de Defensa se le presentaron tres alternativas de solución con diferentes niveles de cumplimiento de las necesidades detectadas y, en consecuencia, con diferentes niveles de inversión, según la FACH.

El natural reemplazo del FASat-Charlie, como política de Estado, considera un satélite de observación óptica de la Tierra, pero con mejores prestaciones de resolución y agilidad, a fin de satisfacer la demanda de usuarios que son más exigentes en la actualidad, de acuerdo a esta entidad.

También habrá que resolver el tema de la transferencia tecnológica. Venezuela, por ejemplo, compró tecnología china, pero acordó que su aparato se fabrique en el país sudamericano. Después de todo, como destaca Stepanova, los satélites se venden a diez veces su valor de fabricación. De ahí que vale la pena pensar en el futuro.

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