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Politólogo español: el «populismo» es una forma de hacer política más que una ideología Fernando Vallespín será uno de los invitados de Puerto de Ideas

Politólogo español: el «populismo» es una forma de hacer política más que una ideología

«Hay un claro proceso de eso que podríamos denominar ‘recesión democrática’ en todo el mundo y creo que es imperativo el preguntarse por las causas, los porqués de esta situación», advierte el especialista.


Uno de los expertos en democracia representativa a nivel iberoamericano, el politólogo español Fernando Vallespín (1954), será una de las estrellas del festival Puerto de Ideas, que se celebrará el próximo 10, 11 y 12 de noviembre en el puerto de Valparaíso.

Vallespín estará el sábado en dos charlas, la primera a las 12:30 en el Teatro Condell, donde se hablará de «Democracia en la era digital, la política en crisis», y el mismo día a las 16:30 horas, en el Parque Cultural de Valparaíso, en la charla «Cuando el populismo se toma el espacio público».

Es profesor de Ciencia Política en la U. Autónoma de Madrid, donde ha ocupado cargos como el de Vicerrector de Cultura, el de director de departamento de Ciencia Política, y del Centro de Teoría Política. Ha ejercido como profesor invitado en las universidades de Harvard, Frankfurt, Heidelberg, Veracruz y Malasia.

Además es autor, entre otros, de Expedición Malaspina: Un Viaje científico-político alrededor del mundo (1789-1790) (Ed. Turner, 2010), y La mentira os hará libres: realidad y ficción en la democracia (Ed. Galaxia Gutenberg, 2012), y coautor junto a Joan Subirats del libro España/Reset (Ed. Ariel, 2015). Ha publicado también artículos académicos y capítulos de libros de ciencia y teoría política en revistas españolas y extranjeras, y es columnista del diario El País. Vino al festival gracias al apoyo de Acción Cultural Española (AC/E).

Crisis catalana

En plena catalana, resulta imposible no partir consultando con este académico su diagnóstico de la crisis en Cataluña.

«Mi impresión es que a estas alturas puede decirse que todos hemos perdido. En esta batalla no habrá vencedores ni vencidos porque todos ya hemos sido derrotados, tanto los independentistas como el propio Estado español».

Vallespín cree que la fractura social en el interior de Cataluña tardará en suturarse, así como la que se ha abierto entre esta región y el resto de España. Y estima que seguramente queda lo peor, la aplicación del artículo 155 de la Constitución española, que permite la intervención del Estado en una Comunidad Autónoma que quiebre la legalidad vigente.

Fernando Vallespin

«Falta por ver si (el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles) Puigdemont procederá a convocar nuevas elecciones para evitarlo, pero la aplicación de las medidas sólo se evitará si vuelve a la legalidad que él mismo ha vulnerado, algo que todavía desconocemos».

«Sí puedo decirles que esta cuestión nos está quitando el sueño a todos los españoles, y más aún a los catalanes. Ahora sólo nos queda minimizar los daños provocados por una loca aventura contraria no sólo a la Constitución española, sino al derecho internacional y los tratados de la UE. Mi preocupación, como digo, no es ya la independencia de Cataluña, que no se producirá, sino cómo volver a recuperar la convivencia».

Mundo en «recesión democrática»

En Puerto de Ideas, Vallespín hablará sobre un tema que conoce bien, los populismos, y «de dónde estamos hoy en todo lo relativo a la política», anticipa a Cultura + Ciudad.

«Hay un claro proceso de eso que podríamos denominar ‘recesión democrática’ en todo el mundo y creo que es imperativo el preguntarse por las causas, los porqués de esta situación. Nos falta un diagnóstico claro que nos ofrezca respuesta a, por ejemplo, por qué triunfo Trump, por qué el Reino Unido votó por el Brexit o están cobrando tanto auge los movimientos populistas en los países más desarrollados del mundo».

Vallespín asegura que en otros lugares, como en la propia América Latina, esto ya viene de lejos, pero ¿por qué ahora también entre las democracias más desarrolladas?

«No creo que haya una sola respuesta, es un tema muy complejo que exige tener en cuenta un buen número de factores y las especificidades de cada país o región del mundo».

El populismo emocional

El politólogo dice que «populismo» es una forma de hacer política más que una ideología propiamente dicha, porque «si no, no se podría hablar de populismos de derecha e izquierda». «Lo más característico es su apelación al ‘pueblo'».

Según Vallespín, en todos ellos se producen tres tendencias generales: a) la escisión élite/pueblo como dos unidades compactas y homogéneas que devuelven a la otra su identidad, b) la relación de antagonismo entre ellas; c) la moralización de esta distinción basada en la ficción maniquea de un buen pueblo enfrentado a una élite corrupta; d) la colonización de la dimensión popular o populista de la democracia por la constitucional o liberal basada en el equilibrio de poderes y poderes intermedios.

«Para conseguir una mayor eficacia, esta apelación se recubre de emocionalidad y funciona a base de un conjunto de simplificaciones, tanto respecto de la definición de pueblo, como del supuesto enemigo de éste, o en todo lo relativo a propuestas políticas específicas, que desaparecen detrás de una potente retórica y performatividad», señala.

El resultado es una forma de hacer política contraria a los presupuestos liberales, ya que se trata siempre de presentar al pueblo como un todo homogéneo; el pluralismo y los cuerpos intermedios de la concepción liberal dan paso así a un “unitarismo” de la población que conecta con el líder más que con partidos políticos específicos, que se entiende que contribuyen a fracturar al siempre divinizado pueblo, agrega.

Pérdida de legitimidad

Una de las cuestiones que más preocupa a Vallespín es del por qué la democracia representativa ha perdido legitimidad.

«Estamos ante una preocupante crisis de representación, que se manifiesta de muchas maneras y que se plasma en una permanente restructuración del sistema de partidos en la mayoría de los países. Los partidos de masas han desaparecido y domina la fragmentación política. Cada vez resulta más costoso establecer coaliciones o acuerdos de gobierno».

Este fenómeno se ha dado también en Europa, dice, y pone como ejemplo a Bélgica, que estuvo un año largo sin gobierno, España (nueve meses) y hoy Holanda, donde al parecer saldrá humo blanco después de las elecciones de marzo de este año. Otro caso es Alemania, donde la “coalición Jamaica” entre la CDU de Merkel, los Verdes y los liberales del FDP «no se concretará posiblemente hasta el año próximo».

¿Qué es lo que está pasando? «Sencillamente, y esta sería mi hipótesis, que los ciudadanos desconfían cada vez más de los partidos y propenden, en consecuencia, a debilitarles obligándoles a coaligarse entre sí. Divide y vencerás».

«También, y esta sí que es una de las causas de la fortaleza del populismo, que la ciudadanía contempla la política, al menos en Europa, como pura tecnocracia. Da casi igual a quién se elija, al final todos acabarán haciendo más o menos lo mismo. A esto lo podemos llamar ‘despolitización’, la anulación de las alternativas políticas en nombre del conocimiento experto».

En su opinión, se trata de dar la impresión de que hay que hacer “lo que se puede hacer”, aquello a lo que en el caso de España obliga la membresía de la UE, los imperativos de la competitividad en la economía internacional y otros condicionantes sistémicos.

«La democracia no es imaginable sin promesa, sin poder pensarse en manos de un pueblo soberano y respondiendo a impulsos y necesidades de éste, no de un anónimo conjunto de imperativos ciegos, sin posibilidad de ofrecer ‘otro’ mundo como posible. Esta es la causa fundamental de la distancia entre políticos y ciudadanos, a parte de la percepción de que la clase política atiende más a sus propios intereses corporativos, como ‘clase’ unificada por los intereses que les son propios, que sujeta al interés general».

Por otra parte, dice, los partidos políticos están sufriendo también la crisis de intermediación propia de la sociedad digital.

«Como en otras esferas de la realidad, la gente ya no piensa que los partidos sean imprescindibles para trasladar los estados de ánimo o vertebrar intereses y opiniones. Hay una clara ‘política de la presencia’: la ‘distancia’ más o menos marcada que presupone siempre la relación representativa se está viendo erosionada por la ‘inmediatez’ que permiten las nuevas formas de comunicación».

Agrega que el público está hoy siempre presente, aunque ello no afecte a la legitimidad de la autorización de la acción representativa y a la capacidad para actuar de los representantes electos.

«Aquí y en el activismo ciudadano en red es donde más se percibe la influencia de las nuevas tecnologías, esta democracia digital en la que ahora nos encontramos».

Los productos de la crisis

¿Podría decirse que Trump y el Brexit son una consecuencia de este proceso? «En parte sí, aunque pienso que son fenómenos que tienen más que ver con la globalización y los temores que despierta», responde.

«En el caso del Reino Unido es el miedo a la desprotección que se percibe como consecuencia del proceso de cesión de soberanía a la UE –y a sus odiadas élites tecnocráticas- y la amenaza de una ‘invasión’ descontrolada de trabajadores y refugiados. La máxima que guió el Brexit, ‘recuperar el control’, alude a ello, aunque las interdependencias entre los países europeos son ya tan amplias que es muy posible que no llegue a culminarse la salida de la UE; al menos mediante acuerdo».

En Estados Unidos, en tanto, es una mezcla de cultural backlash o reacción conservadora a los valores progresistas asumidos por Obama – multiculturalismo, políticas de la identidad, diversificación étnica y sexual, lo que se percibe como que “todo vale”, etc.- y el miedo a la competitividad internacional, a perder pie en los desafíos de la globalización, señala.

«En ambos casos, el británico y el estadounidense, se ve la solución en el aislacionismo, algo también presente en Le Pen, por ejemplo, aunque carece de sentido en este mundo global cada vez más interconectado».

Poder político y poder económico

En este escenario, ¿cómo es el vínculo entre el poder económico y el poder político?

«Detrás de toda la retórica sobre la crisis de la democracia lo que se esconde en realidad es una crisis de la política; es en ella, en su incapacidad o impotencia para imponerse sobre los constreñimientos que le imponen otras esferas, sobre todo la económica. Lo hemos dicho, el hecho de que las políticas parecen responder más a imperativos sistémicos que a la traslación de los deseos de los ciudadanos».

Un ejemplo de esto, según Vallespín, es que las promesas electorales quedan huérfanas una vez que se asumen las “responsabilidades de gobierno” y sus titulares han de verse las caras con los constreñimientos estructurales de nuestra “democracia conforme al mercado”, como la llama Angela Merkel, las presiones de los grupos de interés o los requerimientos del gobierno multinivel.

«De ahí el giro tecnocrático o la reducción de la política a mera administración de un sistema sobre el que en gran parte se ha perdido el control».

El futuro de la democracia representativa

A pesar de este diagnóstico, hoy por hoy no ve una alternativa a la vista.

«Hay que pensar que forma parte del paquete de eso que se denomina democracia liberal, caracterizada por las instituciones del Estado de derecho, división de poderes y reconocimiento de derechos individuales. Si vemos lo que ha ocurrido allí donde ha triunfado la supuesta alternativa, la populista, es que ha acabado degenerando en meras democracias electorales o iliberales: la transformación del sistema constitucional dirigida a afirmar el liderazgo, limitar los controles políticos o ampliar los mandatos presidenciales».

En su opinión, en estos casos casi todo esto se han logrado a través de refrendos populares que en realidad buscan la aclamación plebiscitaria. El bonapartismo se convierte así en la tentación siempre presente allí donde la manipulación de las masas no encuentra la suficiente resistencia en instituciones robustas, en una sociedad civil diversificada y comprometida y en una prensa auténticamente libre, señala.

«Eso no significa que el sistema de representación no deba de ser mejorado en lo posible, aunque acabamos de ver que muchas de las causas de cuanto lo aquejan derivan fundamentalmente de la globalización y de la espectacular transformación de la esfera pública introducida por la digitalización, con sus ‘cámaras de eco’, la posverdad u otros fenómenos que están re-describiendo el mundo de la política sin auténticos mecanismos mediadores.

El caso chileno

En este panorama, ¿cuál es el estado de salud actual de la democracia representativa en Latinoamérica y Chile?

«No estoy seguro de conocer con la suficiente solvencia cada uno de los sistemas que integran el amplio mundo político latinoamericano. En términos generales, su mayor diferencia con respecto a Europa es que se trata de sistemas presidencialistas, no parlamentarios. Esto facilita el ejercicio de un liderazgo del Ejecutivo mucho más marcado que en Europa, donde sólo en Francia, y de forma mucho más limitada, se encuentra un sistema similar».

A esto se suma para Vallespín que los partidos latinoamericanos son también más débiles, en particular cuando han de permanecer en la oposición.

«Por otra parte, el sector público y el funcionariado están mucho más sujetos a directrices políticas, el ideal de un civil service independiente hace aguas. Y, sobre todo, se percibe un menor control parlamentario del Gobierno. En Chile creo que se ha conseguido avanzar en la dirección correcta, pero ignoro si lo ha hecho con la suficiente eficacia».

En el caso específicamente chileno, Vallespín no cree que haya sido un error cambiar el voto obligatorio por el voluntario, que es visto por algunos como un factor importante en la crisis de representación en el caso de nuestro país.

«El voto obligatorio suele ser una excepción en la mayoría de los sistemas democráticos, por tanto, no le veo ningún problema a que se suprima. Lo que justifica que en algunos lugares se hiciera obligatorio es la visión del sufragio como un deber cívico de obligado cumplimiento, algo que siempre ha resultado además muy difícil de llevar a la práctica. Su existencia o no es indiferente en lo relativo a la salud de un determinado sistema democrático. No creo que debieran preocuparse por eso, en las democracias de mayor calidad es voluntario».

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