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El libro que relata el infierno que sufrió un niño que sobrevivió al Sename El autor, Edison Llanos, relata su experiencia tras 13 años en el sistema

El libro que relata el infierno que sufrió un niño que sobrevivió al Sename

Habla de «niños y niñas olvidados, que parecen existir solo cuando mueren. Niños y niñas sin voz, sin risa, sin expectativas, condenados por la pobreza y el abandono. Niños y niñas que no saben de cariño, de abrazos, de cumpleaños, sino de castigos, abusos, soledad y silencio». El autor estuvo entre los dos y 15 años.


Si Aleksandr Solzhenitsyn publicó «Archipiélago Gulag» en 1973 para denunciar el horror de los campos de detención y trabajo de la Unión Soviética que vivió en carne propia, y dedicó el libro «a todos los que no vivieron para contarlo, y que por favor me perdonen por no haberlo visto todo, por no recordar todo, y por no poder decirlo todo», Edison Llanos (Coquimbo, 1977) hace lo propio en «Mi infierno en el Sename» (Editorial Ceibo), de reciente aparición.

El volumen de 219 páginas cuenta la experiencia del autor en manos del Servicio Nacional de Menores (Sename), donde pasó entre los dos y 15 años. Contra todo pronóstico pudo sobrevivir a innumerables maltratos para brindar su testimonio sobre una entidad que, por lo que cuenta, está muy lejos de velar por los derechos de los niños, como estipula su misión.

En este libro son comunes los constantes castigos por parte de cuidadores, la convivencia con violaciones y otro tipo de abusos, el hambre y el frío. Un libro donde las funcionarias del Sename que visitan los hogares toman tecito con las cuidadoras que abusan de los niños.

«El libro es vivencial, por lo que cada palabra, cada historia me costó redactarla», comenta Llanos, estudiante de Derecho, a El Mostrador Cultura+Ciudad. «Es un libro que está hecho con lágrimas y sangre, lo que allí dice es una marca en mí, cada capítulo es importante».

Llanos sólo cambió los nombres de los personajes, para protegerlos, pero recalca: «cada uno de ellos marco mi vida hasta el día de hoy».

Un sobreviviente

Llanos es un sobreviviente. Sus compañeros han terminado en trágicas circunstancias: Ricardo, apuñalado con apenas 22 años; El Pata de Lana, adicto a la pasta base y encarcelado por secuestro; Marcos Saldías, que egresó del Sename y fue abusado por su padre, y quien hoy se dedica a estacionar autos; Camila Ramírez, que se casó con un pescador que la golpeaba regularmente; o Andrés Ossandón, un gigante que padecía una deficiencia leve, internado en un psiquiátrico, víctima de electroshocks y golpes que lo dejaron prácticamente inválido, quedando reducido a ser un indigente…

Llanos quiso hablar de «niños y niñas olvidados, que parecen existir solo cuando mueren. Niños y niñas sin voz, sin risa, sin expectativas, condenados por la pobreza y el abandono. Niños y niñas que no saben de cariño, de abrazos, de cumpleaños, sino de castigos, abusos, soledad y silencio», según cuenta en la contratapa del libro.

«Con este libro intento exorcizar la pesadilla a la que me sometieron mis torturadores, pero busco también lanzar un grito de alerta a la sociedad entera, por los niños y las niñas sin derechos, habitantes descartados de un país que se jacta de respetar los derechos humanos, pero que ignora que éstos no existen en nuestro infierno. Escribo en nombre de ellos y de ellas, en un acto tan desesperado como urgente, para que algún día las instituciones, los gobernantes, los legisladores, los fiscalizadores, la población entera reconozca sus responsabilidades y se acabe con una aberración que ya se prolonga por décadas.

Por ellos y por ellas, por esos descartados y torturados, hablo».

Un hijo de perra

El comienzo del libro no puede ser más duro. Por un «descuido institucional», Llanos, aún menor de edad, es transferido en Coquimbo a una cárcel. En su primera noche, en un dormitorio con casi 50 presos, es recibido con una golpiza. Luego es testigo de una violación de un preso a otro.

Hijo de una familia numerosa, de padre alcohólico, nacido con un labio leporino, a los cinco años Llanos le había preguntado a una religiosa, funcionaria del internado que solía golpear a los niños con una varilla de membrillo, por qué él no tenía papás, a los cual ella contestó.

-¡Porque los hijos de las perras son como tú, guachos y solos!

Antes, la misma monja, al llegar al hogar lo había obligado a bajarse los pantalones, sentarse de cuclillas en un sillón para golpearlo en las nalgas, para dejarlo dos semanas sin caminar. Todo por haber pedido. «Nunca más debo pedir, nunca más debo pedir», le decía mientras le pegaba.

«Dicho de una manera sencilla, el internado era de muy escasos recursos», escribe Llanos. «Nosotros pedíamos verduras a feriantes en parcelas. Vivíamos de la caridad de las personas más adineradas de la Cuarta Región. Algunos de mis compañeros fueron vendidos, perdón, digo dados en adopción; otros sufrimos el flagelo de la discriminación».

«Habían momentos en los que hubiera sido mejor haber pasado hambre junto a mis padres desconocidos, que pagar la comida dejándonos pegar, a veces hasta por asuntos del ánimo de los adultos. Pero era lo que nos había tocado», escribe en otro apartado.

Esto sigue ocurriendo

Lo triste es que esto no es pasado. Es presente, como lo demostró la muerte de Lissette Villa, muerta a los 11 años en manos del Sename. En marzo formalizaron por apremios ilegítimos a ocho funcionarios por este caso.

Hoy, en este instante, muchos niños viven lo que Llanos recuerda en su libro.

«Mi realidad y la de muchos, es más que un horror», comenta Llanos. «En Chile hay un infierno y este fue creado por el Estado y recibe por nombre Sename. ¿Por qué lo que yo viví se repite en estos tiempos?».

«Me consta que no todos los hogares son malos. Hay uno por el que me saco el sombrero, se llama ‘Aldea mis amigos’, y es un Hyatt de los internados, en cuanto al trato, a la administración. Allí dan herramientas que habilitan al niño para vivir en sociedad, a diferencia de otros donde el niño es tratado como un delincuente apenas escriben su nombre para ingresarlo».

Pero es una excepción.

«La realidad de los internados cambiará cuando cambien sus directores, y algunos empleados que son quienes empobrecen el sistema y realizan ocultamiento de la realidad de los niños», comenta. «A ello súmale la mala distribución de los recursos públicos. Por último hay que mencionar que el Sename debe dejar de ser la chequera pagadora de la Democracia Cristiana».

Él escribió el libro se escribió para su hija, para «cuando fuera adolescente y estuviera en su etapa rebelde, regalárselo y que supiera todo lo que pasó el papa. Pero en vista de que podía ser un acto de justicia decidí sacarlo como una forma de hacer justicia y a su vez acercar a la sociedad civil a la realidad de vivir bajo el cuidado del Estado de Chile».

 

 

 

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