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Candidatos, de cultura poco o nada Opinión

Candidatos, de cultura poco o nada

Patricio Olavarría
Por : Patricio Olavarría Periodista especializado en Política Cultural
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Es importante señalar que hoy Chile se encuentra frente a un escenario histórico ad portas a la creación de un Ministerio para la Cultura. El sector hoy representa un 2,2 % del PIB del país, porcentaje equivalente a $2.948.383 millones, cifra que es mayor al crecimiento del país en su totalidad y que aún tiene un potencial aumento si toman en cuenta el desarrollo de nuevas tecnologías que se supone debieran contribuir al acceso y a la producción cultural en términos globales.


Como se ha visto, en la agenda política de los candidatos el tema cultural no ha tenido protagonismo y más bien son otros los puntos que parecen marcar las preocupaciones de los aspirantes a la carrera presidencial. Sin embargo, esta ausencia, que también se puede leer como una carencia importante, hoy se ve opacada por situaciones que se podría afirmar son parte de la contingencia política y el fragor de las disputas por el electorado.  Hecho que consigna cierto desinterés, más allá de ciertas intenciones programáticas, por un tema que no cabe la menor duda es primordial para un proyecto país, sino también, lo que podría ser más preocupante, cierta laguna de ideas sobre el mismo.

Recientemente fue aprobado por la Comisión de Cultura de la Cámara Alta el proyecto que crea el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, y no deja de ser sorprendente, que ninguno de los actuales candidatos al sillón presidencial se refieran en sus alocuciones públicas seriamente al tema cultural, y en particular a la institucionalidad que promueve y ampara la cultura en Chile. Salvo algunas ideas vagas, todo indica que el tema cultural no figura entre los más significativos para quienes aspiran a la presidencia, aunque resulta elemental comprender que sí lo es. Por otra parte, tampoco los periodistas de los programas en donde están invitados los candidatos han hecho una interpelación juiciosa y bien informada sobre un problema que es transversal y clave para el desarrollo de este país.

Hay que comprender, que la cultura, es un bien que nos pertenece a todos y es de alto interés para la población y en particular obviamente para quienes trabajan en el ámbito cultural como sería el caso de artistas, productores, creadores de pueblos originarios, comunicadores, académicos o gestores y agentes de la industria. Sin embargo, es evidente que el tema cultural debe ser tratado como un problema que concierne a la democracia y a la ciudadanía y no puede ser dejado a merced simplemente del mercado en donde termina muchas veces en excentricidades de corto aliento o en la farandulizaciòn de sus contenidos. Sin ir más lejos, aún está pendiente el proyecto de Televisión Cultural Pública y sería al menos recomendable que sea tomado en cuenta por quienes pretenden ponerse la franja presidencial el próximo año 2018.

Es importante señalar que hoy Chile se encuentra frente a un escenario histórico ad portas a la creación de un Ministerio para la Cultura. El sector hoy representa un 2,2 % del PIB del país, porcentaje equivalente a  $2.948.383 millones, cifra que es mayor al crecimiento del país en su totalidad y que aún tiene un potencial aumento si toman en cuenta el desarrollo de nuevas tecnologías que se supone debieran contribuir al acceso y a la producción cultural en términos globales.

Por otra parte, de acuerdo a la encuesta Casen, la totalidad de personas que trabajan en el ámbito cultural son cerca de medio millón en Chile, lo que viene a representar un 6,7% total de los trabajadores, aunque aún con una tasa alta de informalidad y sin contrato alguno, deficiencia que debiera ser abordada y que no puede en ningún caso dejar de importar, se trata de oficios serios que en la mayoría son la fuente de sustento de familias y no de meros hobbies o pasatiempos.

El Estado en Chile invierte MM$ 172.875.211, lo que viene a ser un 0,4% del total del gasto público, presupuesto que a la luz de los años ha crecido ostensiblemente desde la creación del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes bajo el gobierno de Ricardo Lagos. Dato que no es menor si se toma en cuenta que fue a partir de la puesta en marcha de esta institución, que el tema cultural toma forma y rango de ministerio. No obstante, también vale la pena hacer un poco de memoria, y reconocer que el principal instrumento de incentivo a la creación que es el Fondo Nacional de la Cultura y las Artes, FONDART, se creó el año 1992 bajo a administración de Patricio Aylwin.

Durante el año 2016 solo se discutieron 6 de los 71 proyectos de cultura en el congreso y 78 de estos sencillamente no tuvieron ningún movimiento, aunque más de un 50% de los anuncios presidenciales tienen un buen nivel de cumplimiento. Todas estas cifras que sirven para tener una idea de lo difícil y complejo que es avanzar en esta materia tanto en lo legislativo como también en lo programático, deben ser también observadas y estudiadas para poner a la cultura de una vez en el centro de una discusión país, de lo contrario, seamos sensatos y reconozcamos que, aún estamos una octava por debajo de lo que muchas veces creemos o la publicidad nos quiere hacer creer en cuanto a desarrollo y calidad de vida.

Los procesos en cultura son lentos. Sería infantil pensar que de un día a otro la demanda cultural se puede resolver sin tomar en cuenta las dificultades económicas del país y las urgencias a las que se ve comprometido el aparato fiscal y los gobiernos de turno.

Sin embargo, es inexcusable para un candidato presidencial no tener un discurso sólido y claro en torno a la vida cultural de los chilenos y a la mirada de país sobre este asunto. Si hay algo que se extraña es escuchar a alguien del mundo político que pueda citar a un autor chileno, a un poeta, a un filósofo a un director de cine como Raúl Ruiz o a un compositor popular. Que pueda hablar de la vida cultural de los ciudadanos y del goce de las artes en la esfera pública, de sus costumbres y pueblos originarios como una idea que no es perecedera y que no solo se representa en cifras. Se requiere relato y emoción, más que promesas somnolientas y autosuficiencia tecnocrática.

No hay que olvidar que, durante el gobierno de Pinochet, la vida cultural de los chilenos estuvo marcada por el control y la administración del espacio público bajo la lógica de la exclusión y la desarticulación social. El mundo de la cultura y la creación fue despojado de todo derecho y relegada como muchos otros chilenos a la censura y un número no menor de sus cultores y representantes muertos, desaparecidos o torturados. Los ejemplos son variados y van desde la quema de libros, la exoneración de académicos, hasta la prohibición del ingreso al país de cantantes como Joan Manuel Serrat. Los caminos de libertad se asomaron en 1990 para ir terminando con el sistema de control y el miedo, palabra que inmoviliza y no da espacio a la creación, pero que se fue desvaneciendo en la medida en que la sociedad fue recuperando una vida más democrática.

Hay que ser sensato y admitir que fueron los gobiernos de la “Concertación de Partidos por la Democracia” los que pusieron a la cultura en el sitial que hoy tiene en cuanto al desarrollo de políticas públicas, dando pasos decisivos como la creación de los fondos concursables que no cabe duda han impulsado la industria y la creación, o el propio Consejo de la Cultura que vino a reforzar el aliento a las regiones y la internacionalización, como también la infraestructura , el patrimonio, y oras áreas de innovación que claramente no han agotado todas sus potencialidades y son también una tarea pendiente para el futura entidad a cargo y para quien dirija la Nación.

No cabe la menor duda que Chile es un país que enfrenta desigualdades que no hemos superado y que nos deben preocupar tal como lo registra el informe Desiguales: Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) recientemente publicado. Cabe recordar, que el mismo organismo publicó “Chile: los desafíos éticos del presente” el año 1999 en donde participaron importantes figuras de la cultura como Claudio Di Girólamo, Elicura Chihuailaf, Manuel Riesco, entre otros, documento que en su momento reflexiona por el rumbo de nuestro país, las metas de desarrollo, la calidad de vida y la convivencia ciudadana. En ese entonces Chile se situaba a la cabeza de los países latinoamericanos en lo concerniente a indicadores económicos y sociales. Sin embargo, se podía avizorar también al terminar la década, un grado de conflictividad e insatisfacción importante en la sociedad chilena en relación al supuesto equilibrio económico, las libertades públicas, la participación y la convivencia ciudadana. Todos estos, tópicos que al día de hoy se mantienen como preguntas a pesar de los progresos que se han generado en el cuerpo social y las propias instituciones del estado y que el reciente documento del PNUD sube a la palestra.

Es evidente que nuestras urgencias materiales, muchas veces ahogan nuestras necesidades espirituales, pero hay que tener muy claro que la noción de desarrollo no se puede agotar solo en la idea de crecimiento económico, porque sobre todo implica procesos culturales, que debiera ser uno de los pilares de la discusión programática de los actuales candidatos, como indicador decisivo de igualdad y desarrollo a pesar de las dificultades políticas y la falta de originalidad, en la medida que el pensamiento y la creación se ensanche en la política, no me cabe la menor duda que la inteligencia y la convivencia cultural encontraran un lugar seguro a donde arribar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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