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“Un enemigo del pueblo”, la potencia de un conflicto brutal en un teatro político que provoca e interpela Los puntos altos de Santiago a Mil

“Un enemigo del pueblo”, la potencia de un conflicto brutal en un teatro político que provoca e interpela

Una de las obras de mayor impacto del concluido festival fue este montaje alemán de Thomas Ostermeier, una de las figuras capitales del teatro contemporáneo. Se trata una pieza de Henrik Ibsen de dramática actualidad que cuestiona los alcances del capitalismo y la corrupción amparada por el dinero.


Poder contar en el mismo festival con dos obras de uno de los más aclamados directores teatrales del momento, es un privilegio que pocas veces puede disfrutarse. Ocurrió con el alemán Thomas Ostermeier, director artístico del Teatro Schaubühne de Berlín, quien presentó en la edición concluida este domingo de Santiago a Mil los montajes “El matrimonio de María Braun” y “Un enemigo del pueblo”.

Ostermeier es una figura capital del teatro contemporáneo del cual conocimos en 2011 su versión de “Hamlet”, la que causó impacto en el público y obtuvo ese año el premio del Círculo de Críticos a la mejor obra internacional. En esta versión, además de las dos obras presentadas, el director realizó una Clase Magistral y un programa de la Escuela de Dirección dentro del LAB Escénico.

El alemán es un director de marcada vocación política pero que a la vez desconfía de los alcances que el teatro pueda tener como elemento de cambio. Aun así, estos montajes –especialmente el segundo- dieron cuenta de la extraordinaria potencia expresiva que puede sostener un texto escrito hace 130 años por el noruego Henrik Ibsen para que resuene dentro de las contradicciones propias de estos tiempos. En “Un enemigo del pueblo”, presentada entre jueves y domingo de la semana pasada en el Teatro Municipal de Las Condes, Ostermeier tomó un par de decisiones que actualizaron dicho argumento a la actualidad: rejuveneció a los protagonistas (ahora oscilan entre los 35-40 años) e introdujo una banda sonora de canciones pop que es interpretada en vivo por los propios actores.

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La historia gira en torno al Dr. Thomas Stockmann, un científico que trabaja para la burocracia municipal, cuando le llega el resultado de unas mediciones al agua de la fuente termal del pueblo que nutre al balneario: está contaminada con heces fecales y coliformes que pone en riesgo la salud de la población. La revelación es delicada puesto que el lugar es el nervio económico, turístico y laboral del pueblo. Pero Stockmann, alarmado por el peligro que conlleva, decide publicarlo en el periódico local con el apoyo entusiasta de su redactor jefe, Hovstad. El científico, un hombre impulsivo y con nula habilidad para la negociación o el sentido político, le comenta del hecho a su hermano mayor, Peter, quien además es el alcalde y un decidido impulsor del desarrollo inmobiliario del balneario.

Ostermeier pone en escena un conflicto brutal y ambos hermanos escenifican la pugna entre el interés económico y la avaricia –entendida como un acto individualista- frente al sentido del bien común y la energía antihegemónica que representa Thomas Stockmann. El alemán, atento al devenir de los movimientos sociales del último tiempo, reflexiona sobre la toma de conciencia y el luchar ante el complejo entramado de intereses personales que intenta por todos los medios mantener el statu quo. Así, la presión del alcalde para impedir la publicación se convierte en amenaza concreta por la futura falta de avisos y el aislamiento comercial que sufrirá el periódico si es que se atreve a denunciar el hecho, lo que provoca la negativa a publicar y dejar al Dr. Stockmann solo con su verdad –contundente y con pruebas concretas- frente una verdad construida desde los medios y el discurso oficial. “¿De qué te sirve tener la razón si el poder lo tiene él?”, le espeta el redactor del diario al protagonista cuando ya ha retirado su apoyo para publicar su denuncia.

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A lo largo de dos horas y media, la ágil puesta en escena de Ostermeier jamás decae en su incendiaria mirada a la decadencia del capitalismo financiero. Esa que ha instaurado durante décadas un complejo entramado de poder económico, político y social que ha permeado a la población de todas las sociedades en un sopor acrítico del que los últimos levantamientos sociales –desde los indignados españoles a la Primavera árabe, pasando por el Occupy Wall Street y el “No + AFP” chileno- parece haber puesto un estado de alerta sobre sus alcances.

El director alemán no parece particularmente esperanzado en los cambios rápidos dentro de la sociedad, pero los expone con inusitada furia y radicalidad. El momento más alto de la función de cierre, fue cuando el protagonista pide hacer una asamblea para que los habitantes del pueblo conozcan la verdad y en ese momento realiza al pueblo –los espectadores- una dramática arenga en contra del individualismo y la falta de libertad que encierra el neoliberalismo. “No es
la
economía
la
que
está en
crisis, es
la
economía quien es la crisis”, dice en un momento mientras los otros actores, mezclados entre el público, lo interrumpen y abuchean. En ese instante (basado en el ensayo francés “La insurrección que viene”), se interpela al público para que opine sobre las posiciones en disputa, lo que generó un efecto extraordinario entre la ficción que representa la obra y la realidad de la contingencia local, hábilmente combinada por los actores incluso en una alusión al propio teatro y el barrio acomodado en que está inmerso (“Yo hubiera cambiado de sala”, dijo el protagonista al ser consultado). Resultó revelador que el amplio apoyo que recibió Stockmann de parte del público –por razones obvias- fue sin querer avalado en parte por un error técnico: la omisión de una parte de la traducción en que se refiere a la élite económica y política del pueblo como “una plaga que hay que exterminar”, y que le otorga una ambigüedad vital al personaje que hasta ese momento hemos visto como un idealista inmaculado pero que para el pueblo de la ficción es el enemigo portador de malas noticias, por lo tanto un ser indeseable.

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El efecto que generó esa escena refleja una radiografía de cada país en que se presenta la obra y se conjuga con el hábil dispositivo ideado por Ostermeier y que a partir de ahí prepara un impensado final. Pero por sobre todo y de una manera que parece un juego o un metalenguaje teatral, el montaje se pregunta de si es realmente la democracia el mejor sistema ideado para construir el bien común, o si la verdad es la solución a las cosas especialmente si pone en peligro a las personas. Preguntas lanzadas al auditorio que remecen fuertemente y que le dan al montaje una potencia moral y de discurso extraordinaria, pese a que el propio Ostermeier, en las entrevistas que ha dado sobre el montaje, se define como un escéptico frente al poder que puede tener el teatro para cambiar el mundo.

A nivel escenográfico la obra también ofreció recursos sorprendentes, como el uso de decorados virtuales dibujados con tiza que representaron los distintos ambientes de la obra, en una especie de regreso a la cualidad más artesanal del lenguaje escenográfico que es cada vez menos utilizado en el teatro local.

“Un enemigo del pueblo” fue uno de los grandes momentos de esta edición de Santiago a Mil, un montaje provocador y soberbiamente actuado que interpela más allá de lo que su argumento puede ofrecer, instalándose como un entramado de ideas que va más allá de la representación teatral y que por momentos se integra a la vida diaria de los espectadores, interpelando y haciéndolos participar activamente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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