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Crítica literaria: “Qué vergüenza” de Paulina Flores, el valor de la vergüenza

Crítica literaria: “Qué vergüenza” de Paulina Flores, el valor de la vergüenza

Víctor Minué Maggiolo
Por : Víctor Minué Maggiolo Periodista, Máster en Edición. Universitat Autónoma de Barcelona.
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Son nueve los cuentos del presente volumen, la mayoría poblados por niños y niñas atorados por el vértigo de aprendizajes traumáticos en la infancia, adultos sobreviviendo a la soledad y relaciones descompuestas de familias de clase media que habitan locaciones tan diversas como Talcahuano, Ñuñoa o Conchalí. Sin embargo, no hay personajes atrapados en el resentimiento ni la búsqueda de moralejas autocompasivas, por el contrario, es perceptible una voluntad de explorar en las conciencias e intimidad de personajes comunes y corrientes para descubrirlos en sus temblores y paradojas, a menudo desde una indisimulable candidez.


De buenas a primeras, al ir pasando páginas de “Qué vergüenza” (Ed. Hueders) el debut de Paulina Flores como narradora a sus 26 años, lo primero que llama la atención es una sintaxis depurada y sobria para hacer progresar los textos con gran nitidez expresiva y verosimilitud en la voluntad retrospectiva de su apuesta narrativa. Eso, como primero. Lo segundo que genera curiosidad, es la seguridad para rematar y cerrar los relatos, un signo inequívoco de precoz madurez, cualidad también como el de la claridad, casi siempre reservada a autores más experimentados. Así lo vemos. Así pasa. No hay rastros aquí de sangre de principiante ni forcejeos con el género elegido ni con su prosa que parece deshidratada por su rigurosidad estilística y condensación expresiva.

Son nueve los cuentos del presente volumen, la mayoría poblados por niños y niñas atorados por el vértigo de aprendizajes traumáticos en la infancia, adultos sobreviviendo a la soledad y relaciones descompuestas de familias de clase media que habitan locaciones tan diversas como Talcahuano, Ñuñoa o Conchalí. Sin embargo, no hay personajes atrapados en el resentimiento ni la búsqueda de moralejas autocompasivas, por el contrario, es perceptible una voluntad de explorar en las conciencias e intimidad de personajes comunes y corrientes para descubrirlos en sus temblores y paradojas, a menudo desde una indisimulable candidez [cita tipo=»destaque»] Sin embargo, no hay personajes atrapados en el resentimiento ni la búsqueda de moralejas autocompasivas, por el contrario, es perceptible una voluntad de explorar en las conciencias e intimidad de personajes comunes y corrientes para descubrirlos en sus temblores y paradojas, a menudo desde una indisimulable candidez.[/cita]

Es así como en “Qué vergüenza” un par de hijas deciden ayudar a su padre a buscar trabajo inscribiéndolo en un dudoso casting de publicidad que no tendrá el mejor final. “Teresa” es una empleada de una biblioteca que, después de fumar un cigarro en una pausa como todos los días, termina en la cama de un enigmático desconocido junto a su pequeña hija. En “Talcahuano” se muestra a una pandilla de niños-ninjas en la Santa Julia, “una de las ciudades más feas del país” para maquinar un plan de asalto a una iglesia con el fin de sustraer el botín de instrumentos musicales.

En “Olvidar a Freddy” una chica devastada por el término de una relación vuelve a vivir con su mamá; la narración es trenzada con anotaciones de una especie de diario de vida y sitúa en un largo baño de tina las cavilaciones borrosas de la hija, mientras en “Tía Nana”, presenciamos la expansión de la conciencia y en alguna incierta medida, la educación sentimental de una niña criada por una tía lejana que envejece junto a ella en silencio y admiración, antípoda de la madre distante a los afectos de su hija.

“Espíritu Americano” nos muestra el reencuentro de dos trabajadoras de un restaurante de comida rápida para ponerse al día y ajustar cuentas con el pasado en el mismo lugar donde trabajaron hace años. La puesta en escena del cotorreo gesticuloso en este local es una indiscutible polaroid costumbrista santiaguina a la hora en que la marea de gente se desparrama por las esquinas y bares un viernes cualquiera.

“Las ultimas vacaciones” muestra en retrospectiva el viaje a La Serena de un niño cuyo padre está en prisión y su hermano en camino de lo mismo, junto a su tía y primas que lo miman con curiosidad y lástima. De inmediato Javiera, su prima que estudió literatura, se convierte en su cómplice que estimula su relación con los libros y el mundo. El relato se cierra apresuradamente quizás por agotamiento, acaso el único detalle del libro.

Cabría la pena sospechar que la mayoría de los cuentos obedecen más a aspectos biográficos, encriptados en la obra, que a la imaginación como mecanismo disparador de las historias como suele pasar a menudo con los primeros libros. Cuentos salpicados por referencias pop y literarias más como tentativa de identidad que otra cosa, confeccionados con oficio, sorprendente por la juventud de su autora sobre todo, seguro entregada por largo tiempo a una labor de corrección tan o acaso más agotadora que la escritura misma.

Este libro, como “Eslovenia” de Esteban Catalán y “Reinos” de Romina Reyes marcan un nueva generación de jóvenes narradores debutando con un buen primer libro de indiscutible eficacia literaria, cuyas narrativas están lejos de la estética indie pasteurizada que cierto mercado demanda ni de la oscuridad ininteligible de primeras novelas, nada de eso, sus proyectos literarios – que tienen marcadas diferencias – chorrean honestidad y realismo en personajes que sobrellevan fracasos espirituales con dignidad, negándose a ser víctimas de aquello y ganándose el respeto del lector por esto. Una autora recomendable por su debut prometedor. Un libro que estábamos esperando los lectores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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