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Por qué salir del país es una buena decisión y cómo te cambia la manera de ver la vida. Yo opino

Por qué salir del país es una buena decisión y cómo te cambia la manera de ver la vida.

Constanza Portigliati
Por : Constanza Portigliati Periodista Universidad Diego Portales. Fue investigadora y realizadora del Área de Reportajes de Canal 13 y Área de Reportajes de Chilevisión. Actualmente estudiante del Máster Periodismo Multimedia en la Universidad Complutense de Madrid y practicante en la Agecia EFE TV.
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Cuando llegué a vivir a Madrid, hace casi un año y medio, lo primero que me llamó la atención fue que el miedo a andar en la calle desapareció.

No importaba la hora, si tuvieras una cartera o una mochila en la espalda. No volví a sentir sensación de peligro en un acto tan simple, y a estas alturas subvalorado, como caminar por la calle.

Y pasear por la calle se volvió en un acto de libertad doble porque nunca más me gritaron piropos, me susurraron algo desagradable al oído, me tocaron o miraron al punto de incomodarme.

Volví a la universidad y tuve compañeras españolas que no superaban los 25 años. Mujeres guapas y vanidosas pero pensantes y con opinión. Uso el pero porque en Chile son características que a veces parecieran incompatibles. “Son libres”, pensé cuando las conocí. Las escuchaba hablar de sexo con soltura, contar esas experiencias que las chilenas nacidas en los 80 intentamos negar o asumimos lo más tarde posible para evitar que nos llamen putas.

Ellas no. Ellas viven la sexualidad de manera libre, como un acto de goce, donde experimentan y no tienen prejuicios ni limitaciones. Y a mis compañeros, también partícipes de estas conversaciones, nunca los escuché cuestionando el sexo casual o en la decidora primera cita. Aquí la pregunta siempre era si lo habías pasado bien, cómo te sentiste y si se verían de nuevo.

A nivel social, me di cuenta que son más responsables y que las autoridades están un poco más a la altura que en Chile. He visto condones que puedes sacar en la barra de un bar o de máquinas dispensadoras del Metro (que abre hasta las 2 am). El aborto es legal y gratis en tres causales y los homosexuales pueden casarse. Chueca, el barrio gay, se ha convertido en uno de los sitios turísticos más importantes de la ciudad y las paredes de su parada de Metro están pintadas con la bandera gay.

He aprendido a vivir con poco y a aprovechar mucho. A valorar tu país y querer traspasar por osmosis la tolerancia y formas distintas de vida. He conocido a mujeres de veinte y tantos que ya han decidido que no quieren ser madres y otras que creen en el amor libre y sin amarras.

Me he sentido en igualdad de condiciones al ganar el mismo sueldo que mis compañeros y compañeras y al no tener que pagar más por tu sistema de salud porque aquí es gratis para todos.

Me he encontrado con mujeres del mundo laboral colaboradoras y no competitivas con el más débil, en este caso yo, una inmigrante latina y nueva en un ambiente audiovisual tremendamente competitivo.

He conocido mujeres altas, bajas, morenas, rubias, flacas y gordas, pero nunca más sentí que eso era un tema. Nunca más escuché hablar sobre la guatona mala, la chica fea o la rubia rica.

Con esto tampoco quiero decir que vivir afuera es una maravilla: también me he encontrado con compañeras de piso sin ningún tipo de empatía o con la dueña de un bar que me quiso pegar. He experimentado la soledad como nunca la había vivido y he extrañado hasta lo malo de Chile.

En España también existen casos judiciales horribles. Por poner un ejemplo: cinco hombres violaron a una mujer de 18 años en las fiestas de San Fermín del 2016 y luego mandaron un video del delito a un grupo de WhatsApp llamado “La Manada”, nombre con el que se conoce el caso mediáticamente. Aquí también se dijo que la chica sabía lo que estaba haciendo, el abogado que representa a tres de los acusados dijo que en el video «no se ve asco, ni dolor, ni sufrimiento» por parte de ella y otro utilizó como argumento que los acusados “pueden ser verdaderos imbéciles, pero también son buenos hijos”.

Pero aparte de adaptarte a las costumbres de otro país, el conflicto más grande está en ganarle a tu cabeza que te traiciona. Me he visto juzgando a mujeres por su forma de vestir o tratando de bajar unos kilos antes de entrar a un nuevo trabajo en vez de, por ejemplo, instruirme más. Pero el vivir afuera, en mi caso, me ha hecho darme cuenta de cuáles son los conflictos que están sólo en nuestra cabeza, cuáles son los impuestos o por los cuales hay que luchar.

Vivir afuera te muestra otra vida, otro mundo, otra dimensión. También te enrostra los miedos impuestos por la sociedad chilena: “no estoy juntando plata para el pie de un departamento y no sé qué pasará con mi jubilación. No sé cómo será mi vida si decido volver, no sé cómo me sentiré si decido volver”, piensas a menudo.

Pero finalmente estar consciente de esos miedos te permite trabajar en ello, parar, reflexionar y saber exactamente qué es lo que quieres y por qué lo quieres. Una experiencia que volvería a elegir una y mil veces porque de a poco, vas aprendiendo a ser libre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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