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Lo que pasa en año nuevo… ¡Se queda en año nuevo!

Lo que pasa en año nuevo… ¡Se queda en año nuevo!

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Tres…dos…uno…

Fernanda llevaba trabajando más de tres meses para el gran evento, sería la primera fiesta organizada completamente por ella y su socia Cristina, sería la oportunidad para demostrarse a ella y al mundo que podía con todo, aunque con eso… no todos estuvieran felices. Aunque en una noche, todo puede cambiar.

-Es solamente una vez al año, en dónde todo puede pasar, ¡tiene que ser mágico! -exclamó mirando a sus colaboradores, estaban a escasos doscientos cuarenta minutos de la hora final.

Luego de esa pequeña charla, Fernanda se colocó la chapita con su nombre y caminó hacia la entrada para recibir a los invitados que con su mejor tenida ingresaban al hotel.

En la recepción eran recibidos por bufones y hombres en zancos que jugaban con fuego y les indicaban que la fiesta sería en la azotea, en el piso 33.

La gente estaba asombrada, el evento estaba saliendo a la perfección y con eso Fernanda estaba feliz.

Cada persona que llegaba debía mostrar su invitación, o mejor dicho una entrada adquirida por un gran valor.

-Los tacos me están matando -susurró Fernanda a Cristina.

-Eso es porque no los usas jamás, ahora sonríe que ahí viene otro invitado, tiene chofer, así que seguro debe ser importante.

-Me da igual quien sea, a mí me duelen los pies -respondió haciendo equilibrio para sopesar el peso de su cuerpo y así aminorar un poco el dolor.

El hombre, que parecía hastiado, caminó sin siquiera mirarlas, parecía como si fuera el rey del lugar, cosa que a Fernanda le molestó profundamente, así que antes de que el guaperas que vestía traje a la medida entrara se puso delante y preguntó:

-¿Tiene invitación, señor?

Él la miró arrugando la frente, luego vio a su chofer y con una voz ronca capaz de parar el tránsito le habló:

-Manuel, entrégale a la señora la entrada.

-Es una invitación -aclaró Fernanda levantando la cabeza para mirarlo a los ojos.

-¿Invitación? Tiene un concepto errado de lo que es una invitación, esto es una entrada, pagué por ella -recalcó, y cuando miró hacia el lobby agregó-: Y por lo visto, no es nada nuevo, es más de lo mismo.

Cristina miró a Fernanda y con los ojos le pidió silencio, conocía a su amiga y sobre todo su carácter explosivo en ocasiones, así que Fernanda en beneficio del “evento” y futuras contrataciones, contó mentalmente hasta diez y sonrió.

-Tiene toda la razón, señor Subercaseaux. –Respondió mirando el nombre en su “invitación” al decir eso él comenzó a erguirse en sí mismo como diciendo, «siempre la tengo», y por eso Fernanda recalcó-, pero en algo se equivocó.

-¿Y se puede saber en qué?

-En que no soy señora, sino señorita.

Ante eso, aquel hombre seguro de sí mismo no tuvo nada que decir, la miró por última vez y avanzó hacia los ascensores que lo llevarían a la fiesta.

-¡Un plomo! -exclamó.

-¡Pero qué plomo! -sonrió Cristina.

-Ni que fuera el único hombre guapo de la noche.

-No sé si es el único, pero de que está bueno, está muy “güeno”

-Ni tanto -dijo encogiéndose de hombros, no pensaba admitir que aquel monumento de la especie masculina le había literalmente fascinado.

-¡¿Ni tanto?! El 2 de enero te pido una hora al oftalmólogo, el hombre está como para darle el beso de las 12.

-El beso de las 12 se lo darás a una copa de champaña. O no, mejor dicho a un vaso de bebida -se burló abrazándola.

-¡Una copa! -chilló-, al menos déjame brindar como es debido -pidió haciéndole un puchero.

-No, nada de alcohol, ya lo conversamos, elige, ¿agua mineral o bebida?, y no te quejes que te estoy dando opciones.

-Eres peor que un dictador.

-Pero esta dictadora que está aquí cuida tu imagen, ¿o no te acuerdas que sucedió en la fiesta que organizamos para el banco?

-¡Era mi ex! Y por lo demás, nadie se enteró.

-Yo sí.

-Pero tú no cuentas -dijo con una sonrisa pícara al momento que le cerraba un ojo.

-Está bien -respondió levantando las manos al cielo-, discutir contigo es imposible. Me debes una.

-Una y todas las que quieras, pero ahora, tú subirás a la fiesta y yo me iré a la cocina a supervisar todo, ¡está lleno!

-¡Sí, chef!

Y así, ambas subieron a sus respectivos quehaceres. La fiesta estaba en pleno apogeo, la gente reía, compartía y sobre todo ¡comía! Eso era una muy buena señal.

Fernanda pensó en que seguro su amiga estaría como un general en la cocina dando órdenes a diestra y siniestra para que todo saliera perfecto y elegante, cada bandeja tenía una decoración diferente a la otra, y aunque la gente no lo notaba porque solo se dedicaban a comer, ella sí, y se sentía orgullosa de lo que habían logrado en ese último año. Su primer año como dueña de su propio negocio.

«Se conocieron trabajando para una importante firma de banqueteria hacía cinco años, congeniaron el primer día, y al final del segundo año decidieron juntar el máximo dinero posible e instalarse ellas solas con su propio negocio, dedicándoles además del 100% ese cariño y dedicación que ambas encontraban que le faltaba a su trabajo actual».

Casi dos horas después, tras hablar con casi todos los “invitados” menos con él, que estaba ensimismado hablando por celular, caminó hacia la barra, moría de sed y ya le dolían además de los pies la mandíbula por fingir tanto la risa.

-¿Me das un juguito de naranja por favor, Carlos?

-¿Heladito y con azúcar, jefa?

-¡¡Sí!! Pero si se lo dices a alguien…

-Soy una tumba -rió el barman.

De pronto, mientras disfrutaba de ese sabor cítrico que tanto le gustaba, un hombre se le acercó por la espalda, haciéndola saltar.

-Qué mejor que comenzar el año a tu lado -susurró en su oído incomodándola-. De no ser por las redes sociales no me entero de esta fiesta.

-¿Qué haces aquí, Pablo?, yo no te invité.

-¡Por supuesto qué no! Pero quería venir y verte en acción, y así comprobar con mis propios ojos cuanto has aprendido del maestro -respondió haciendo un gesto con las manos que lo indicaba a él y solo a él.

-Desde el primer momento fui honesta contigo y te comenté sobre lo que quería hacer -respondió sin alterarse, pero cansada de los constantes acosos de su ex jefe… y algo más en su minuto-. Las cosas entre tú y yo siempre han estado claras, y no sucedió nada importante como para que sigas con esta actitud. Me moleta.

-¡Ferni… Ferni… Ferni…! -exclamó acercándose más, poniéndose ahora frente a ella-, ¿Cuándo vas a entender que aquí las reglas las pongo yo?

Sin poder evitarlo, y por más que había intentado no mirarla, Ignacio Subercaseaux se percató de todo lo que estaba ocurriendo y comenzó sin disimulo alguno a poner atención con una gran curiosidad, poco acostumbrada para él.

Diez minutos después, ya molesto por la insistencia de aquel tipo empezó a cabrearse de verdad, incluso pensó en llamar a seguridad, pero… algo mejor cruzó por su cabeza, sacándole la primera sonrisa genuina de la noche.

-Pablo, por favor, déjame seguir trabajando -gruñó enojada-, ¡deja ya de molestarme! -exclamó roja por la rabia Fernanda.

Pero Pablo, conocido banquetero de la ciudad, era insistente y no se iba a dar por vencido tan fácilmente. Menos con una mujer como ella.

-Si quieres seguir en este mundo, mi mundo, tendrás que ser amable conmigo, o si no…

Listo, punto y final, su paciencia se había acabado, Ignacio no pudo oír más, el tipo era un verdadero idiota, y no solo eso, además claramente la estaba acosando. Se acercó hasta ellos y ante la mirada incrédula de Fernanda, habló fuerte y claro con esa voz masculina que debería estar prohibida, al menos para ella.

-Mi vida… al fin te encuentro, llevo buscándote media hora… -Y antes de que Fernanda reaccionara, Ignacio se acercó a ella con descaro y le dio un fugaz beso en los labios, la tomó por la cintura y la apretó junto a él.

-Estaba, estaba…trabajando -respondió un poco confusa por la situación y la cercanía, pero entendiendo rápidamente todo-. ¿Y tú donde estabas que no llegaste antes?

Pablo se quedó petrificado, y no solo por el beso y el descaro de ese hombre, sino más bien por quien era, iba a decir algo, pero al ver como él le recorría la espalda con total posesión, sin decir nada, ni media palabra se marchó.

Mirando a Pablo de reojo, cuando Fernanda notó que ya se había alejado lo suficiente, con reticencia se separó unos centímetros de esas fuertes manos que la tenían enlazada y susurró:

-Gracias, pero ya puedes quitar tus manos de mi espalda.

Por supuesto que la escuchó, pero algo hacia que no quisiera soltarla. ¿De dónde había nacido ese instinto tan básico y animal? Sin soltarla la observó atentamente, o mejor dicho la sintió apegada a su cuerpo, era de estatura normal, lindo pelo, ojos café y una boca que incitaba al pecado. Vestía impecablemente con unos pantalones ajustados y una blusa blanca que escondían algo que él tenía ganas de descubrir, no era delgada ni como las mujeres que frecuentaba, pero por alguna extraña razón eso le encantaba, claro que no tanto como su carácter, directo y claro.

-Suéltame -repitió Fernanda-. No te lo volveré a repetir.

Al escucharla, Ignacio soltó una gran risotada, a sus cuarenta y tantos y muy acostumbrado a ser él quien rechazara a las mujeres, se sorprendió de que una le hablara de aquel modo, y que no quisiera su cercanía.

-Con un “gracias” me basta y me sobra.

-No te lo he pedido, pero gracias de todos modos.

-Ya no me interesan las gracias, me debes una, así de simple. Y ten cuidado en como elijes a tus parejas, el mundo está lleno de lobos disfrazados de ovejas.

-¿Y el consejo me lo dice un cazador? -se burló en su cara ante su lección.

Justo cuando Ignacio Subercaseaux le iba a responder se acercó uno de sus amigos pidiéndole que lo acompañara a su mesa, con eso al fin Fernanda pudo respirar en paz, se sentía nerviosa y ansiosa a partes iguales, así que decidió despejar la mente y seguir trabajando, después de todo para eso estaba ahí ¿no?

Faltaba menos de dos horas para las doce, y sentía que ahora sí que los tacos la iban a matar, y no solo eso, hasta el moño impoluto que llevaba le incomodaba. El evento estaba resultando de maravilla, la gente se reía, se divertía y bailaba, y varios se habían acercado a felicitarla y pedirle el contacto.

-¡Esta gente come más que país en guerra! Estoy agotada, y me aprieta hasta el sostén -se quejó Cristina llegando hasta su amiga, si algo tenía claro era que las doce no la pasaría encerrada con platos y ollas, no, ella quería ver los fuegos artificiales de esa azotea y en primera línea.

-Estoy completamente de acuerdo contigo, yo estoy que me lo saco, aunque me tachen de indecente.

-¡Como diría la Gloria Trevi!

Con ese comentario ambas se pusieron a reír a carcajadas y brindaron con el vaso de bebida que tenían en las manos. ¡Sí, esa era su gran noche!

-Aquí estás -dijo aquella voz ronca que no había podido sacarse de la cabeza.

Más que sorprendida, Cristina abrió los ojos tanto que casi las cejas le tocaron el pelo, ¿qué hacía él hablándole a su amiga? ¿Y con tanta familiaridad?

-Ya sé que quiero por lo que me debes -sonrió de medio lado de forma ladina-, y lo quiero…

Ofuscada por cómo le hablaba, Fernanda no lo dejó terminar, estaba furiosa, pero sobre todo por lo que aquel hombre le producía.

-Señor Subercaseaux, vamos a aclarar una cosita, que usted me haya besado no le da derecho a pedirme nada, le di las gracias y si con eso no le basta, se jode. Ya es bastante grandecito para ir por la vida con jueguecitos absurdos de adolecentes inmaduros.

Ignacio achinó los ojos sorprendido ante esa respuesta retrocediendo dos pasos, pero ella continuó:

-Le queda claro ¿o se lo explico de nuevo y con dibujitos?

Cristina miraba la situación y no lo podía creer, es más, a penas lo procesaba en su mente, parecía un dibujo animado haciendo corto circuito, pero con las palabras de su amiga aquel hombre no se amilanó ni un poquito, todo lo contrario, se volvió a acercar un poco más y como si no existiera nadie más habló fuerte y claro:

-Jamás voy detrás de ninguna mujer. Aclarado el punto, y espero que seas lo suficientemente capaz y madura para comprenderlo, quiero que me traigas una buena botella de champaña para la cena -y mirando su reloj de pulsera aclaró-, y que sea rápido, ya están sirviendo la comida. Y por si tu mente creativa intenta insinuar que me estoy aprovechando, te aclaro que con eso quedamos a mano, y por la diferencia de precio no te preocupes, de eso también me puedo encargar yo.

Dicho aquel decálogo que la dejó sin palabras, Ignacio con tranquilidad y el garbo que lo caracterizaba se dio media vuelta y se marchó, dejándola con la última palabra en la boca…de nuevo.

-¿En qué momento te besó ese tremendo pedazo de hombre? Y… ¿ese no es el mismo de la entrada? ¡Quiero saberlo todo! ¡¡Y ya!!

Cuando Fernanda pudo reaccionar y para que su amiga no le preguntara nada más decidió hacerle un resumen de lo acontecido.

-Pablo está aquí en la fiesta, como siempre fue a molestarme, y…y…, él, bueno me besó para sacármelo de encima.

-Me estás… -celebró Cristina levantando su vaso.

-No, y guárdate tus comentarios, no fue nada, punto y final.

-Pues punto de punto y final de final no lo creo -se burló su amiga pegándole un caderazo-, porque aunque no me lo quieras reconocer, te brillaron los ojos cuando te habló, y a él…

-Se acabó -la cortó antes de que siguiera, y lo más importante, de que la descubriera-, voy por esa maldita botella de champaña a la cocina antes de que al señor se le enfríe la cena -espetó y comenzó a caminar, pero antes de dar el tercer paso, Cristina reaccionó y subió la voz para que Fernanda la escuchara:

-Las botellas buenas están en el bar del primer piso, no subimos ninguna.

Fernanda bufó levantando las manos al cielo exasperada, eso era lo último que le faltaba, tener que ir por esa maldita botella, como si no tuviera nada más interesante que hacer, y vaya que lo tenía, era la encargada del brindis oficial de la cena, ¿y qué tenía que hacer ahora? Bajar nada más y nada menos que treinta y tres pisos para traerle una botella de champaña, ¿qué más le podría pasar esa noche?

Con rabia pero con prisa caminó hacia el ascensor que recibió su mal humor. Apretó no una, sino tres y cuatro veces la flecha que indicaba hacia abajo.

Cuando se subió, gruñó desde el fondo de sus entrañas, la noche era perfecta hasta que había aparecido el tal Ignacio Subercaseaux, y eso no era lo peor, porque inevitablemente el tipo le atraía, no era sólo su belleza física, era algo más, era ese no sé qué que se encuentra pocas veces en la vida, era su prestancia, su seguridad en sí mismo y esa capacidad para llenar todo el espacio a su alrededor.

El lobby del hotel estaba completamente vacío, nadie pululaba por el lugar, y como no, si todos estaban afuera esperando los fuegos artificiales, ¿y ella? Pues nada, ahí estaba ella firmando un vale por una botella de champaña que costaba más de lo que se podía imaginar, porque una cosa tenía clara, esa maldita botella iba por su cuenta, ¡aunque tuviera que pagarla en cuotas!

Molesta por todo lo que estaba ocurriendo, cogió la botella y tras decir los últimos improperios caminó de vuelta al ascensor, pero cuál fue su sorpresa cuando lo vio atravesar el lobby en dirección a la salida. No pasaron ni dos segundos cuando chilló:

-¡¿A dónde crees qué vas?!

Con calma, pero con cara de pocos amigos, él se giró. Sus ojos se cruzaron con la última persona que esperaba encontrarse. Ella.

-¿Qué crees que haces? -espetó furiosa.

-Me marcho-respondió girándose de nuevo, aunque claro, no dijo que la razón era ella.

Sin responderle se acercó enseñándole la botella, mientras Ignacio la miraba con arrogancia.

-Perfecto, entonces ten la amabilidad de llevarte esto.

-Ya no me interesa.

-He bajado a hacer lo que tú me pediste, estoy a punto de perderme el brindis inicial por tu culpa, así que ten la amabilidad de tomarla e irte de mí fiesta, mañana tendrás la devolución de la “entrada” en tu cuenta -recalcó.

-No necesito el dinero.

-Maravilloso. Me doy cuenta que eres muy maduro -y acercándose más a él, casi susurrándole en los labios continuó-: pero sabes una cosa, me alegro de que te vayas de una buena vez.

-Lo dudo -sonrió, sabiendo de la química que había aparecido entre ellos desde la primera vez hace unas horas-, pero si quieres que te diga que te creo para que te quedes tranquila… te creo.
Al escucharlo, Fernanda se enojó aún más (como si eso fuese posible), y sabiendo que estaba siendo mal educada continuó su camino, eso sí, no sin antes decirle:

-Vete de una vez por todas.

-Pues va a ser que no -ladró ahora pasando por su lado, quitándole la botella de champaña justo cuando las puertas del ascensor comenzaban a cerrarse, dejándolos a los dentro.

-¡Eres insoportable!

-Puedes quejarte con el dueño del hotel si quieres -le dijo sin dejar de mirarla, esa mujer tenía algo que lo dejaba idiotizado.

-Claro que lo haré.

-Si quieres te doy su teléfono privado -indicó con la mirada altiva.

-¡Se acabó! ¡No me hables más!

-Entonces no me respondas -refutó fascinado por la pasión de esa altiva mujer. Y justo cuando ella le iba a responder, un sonido de cables y fierros chocando la hicieron callar, y acto seguido tras una sacudida la caja metálica se detuvo dejándolos completamente a oscuras.

-¡Mierda! ¿Qué pasó? -chilló histérica apretando el botón de emergencia en el panel, que además era lo único que estaba iluminado.

-El ascensor se ha atascado -respondió con toda tranquilidad, bajándole la mano del tablero para que no lo fuera a estropear más.

-No puede ser –se quejó ya no con rabia, sino que con miedo-, no quiero estar encerrada aquí, y sin luz.

-Y conmigo -resaltó Ignacio acercándose más a ella.

-Tú eres el causante de todos mis problemas -espetó pegándole con el dedo en su duro torso-, ¡ni siquiera intentes negármelo!

-Piensa lo que te dé la gana -respondió apartándose lo más que pudo, quedando casi en la otra esquina.

Apenas habían pasado unos minutos, cuando la desesperación invadió a Fernanda, quien comenzó a golpear la puerta y pedir auxilio.

Cuando llevaba como diez minutos así, Ignacio ya quería hacerla callar y no de muy buena forma, o sí, en realidad en ese tiempo había imaginado más de una solución, claro, unas le gustaban más que otras. Harto de escucharla, espetó:

-Deja de gritar y tranquilízate, no tardarán en darse cuenta que estamos aquí, o… que el ascensor se ha estropeado.

-¡Tú no me hables! –le gritó con la misma rabia que golpeaba la puerta.

-¿Sabes qué? -habló con voz de ultratumba, tanto así que Fernanda por primera vez no supo que responderle-, o te callas o lo hago yo, no quiero escuchar ni un quejido más mientras estemos en este ascensor.

Bufando, pero sin decir nada, arrastró su espalda por la pared hasta llegar al suelo, luego abrazó sus piernas y bajó la cabeza, no sentía miedo, ¡estaba aterrada! Y para tranquilizarse comenzó a respirar contando los segundos.

De pronto lo sintió a su lado.

-¿Qué haces?-protestó.

-Sé que tienes miedo -suspiró en un tono cansado, pero conciliador-, tranquila, no pasará nada. Los ascensores se anclan automáticamente cuando se detienen, y además activan una alerta a la oficina de mantención, ellos aparecerán en cualquier momento.

-Lo único que quería era que esta fiesta fuera inolvidable, que todo saliera maravilloso y que los invitados, aunque hayan pagado por su entrada-recalcó-, quedaran contentos, pero sobre todo que les quedara como un recuerdo feliz en su memoria, algo lindo para contarle a sus hijos, amigos o yo qué sé. Simplemente quería que fuera una noche mágica, que se da solo una vez al año, ese era mi propósito de Año Nuevo.

-¿Y a quién pensabas besar a la media noche? -se atrevió a preguntar conmovido ante sus palabras.
-A mi vaso de bebida.

-Te propongo algo mejor.

-¿Me sacarás de aquí como un súperhéroe?

-Aún mejor -respondió con una hermosa sonrisa, lástima que Fernanda no lo podía ver-. Haremos nuestra propia celebración de Año Nuevo.

-A ti claramente no te hace mucha gracia esta fiesta.

-¿Por qué dices eso?

-Porque te vi, estuviste todo el rato con el celular en las manos -confesó y acto seguido recordó levantándose de un salto-, ¡tu celular! ¡¡Llama a alguien!! -exclamó feliz viendo una posibilidad.

Ignacio que aún estaba sentado en el suelo cogió su mano y la hizo volver a sentarse, pero esta vez frente a él.

-Dejé de trabajar con el celular cuando se le acabó la batería. Lo siento.

-¡Cómo sales sin cargarlo! -le reprochó perdiendo de nuevo las esperanzas.

-Salí de mi casa a trabajar a las ocho de la mañana.

-¡¿En domingo?! –preguntó espantada y sorprendida a partes iguales, ¿quién trabajaba en domingo, y de Año Nuevo?- Claro, aparte de ella.

-No tenía nada más que hacer -reveló no tan feliz como antes.

-Qué triste -se le salió desde el fondo de su alma.

-Y tú, si no hubieras tenido que organizar esta fiesta, ¿en qué estarías?

-Brindando con mi familia.

-Pues entonces -dijo descorchando la carísima botella de champaña-, eso es lo que haremos, brindaremos -expresó pasándosela.

En un principio, Fernanda pensó que beber de la botella no era correcto, pero dada las circunstancias y la oscuridad, ¿Qué más daba?

-Brindo por esta noche mágica, en que todos podemos pedir un deseo, que todos podamos dar más, pedir más, y… esperar que nos llegue el amor, porque de eso se trata el Año Nuevo, un nuevo comienzo a nuevas oportunidades

-Y de una gran fiesta -concluyó él la frase, totalmente hipnotizado ante sus palabras, incluso a través de la oscuridad, estaba embobado mirándola beber de la botella, y eso para no decir excitado.

-Ahora tú -habló sacándolo de sus pensamientos.

Ignacio tomó la botella y le dio un gran sorbo, luego contra todo pronóstico la cogió a ella y la puso sobre sus piernas, y para asombro de ambos, Fernanda no protestó, incluso se acomodó sobre él.

-Brindo por tus deseos, porque se hagan realidad -sonrió sintiéndola respirar. Tenía ganas de besarla.

-Salud entonces -respondió justo cuando comenzaron a sentir las explosiones de los fuegos artificiales.

-Son las doce -susurró Fernanda tímidamente acercándose con claras intenciones a sus labios. Se quedó un par de segundos mirándolo, hasta que llevada por un instinto nunca antes sentido, agarró su cara y lo besó. Ignacio, sorprendido como nunca antes en su vida, se dejó hacer. Sus manos comenzaron a recorrerle la espalda. Ella se sentía en la gloria, ¿Qué le sucedía? Claramente no era una arrebatada, era más bien controlada, pero con aquel hombre algo le pasaba. Y él, a pesar de estar acostumbrado a controlar las situaciones, en ese momento estaba totalmente entregado a lo que esa mujercita le hacía sentir, y por qué no admitirlo, ¡querer también!

-Esto no está bien -reculó Fernanda en un momento de cordura intentando separarse de Ignacio, pero él no pensaba lo mismo-. Suéltame -pidió finalmente sin mucha convicción.

-Tranquila, déjate llevar por este momento mágico -susurró, manteniéndola atrapada entre sus brazos.

-¡Dios mío!, qué vergüenza, yo no soy así, ¡no voy por la vida besando a hombres desconocidos!—exclamó moviéndose sobre él, y al hacerlo notó lo duro y firme que latía algo debajo de ella.

-Lo sé -susurró apegando nuevamente sus labios a los de ella-, ¿y sabes una cosa?

-No…, dime.

-Cuando te vi conversando con ese tipo, me diste la excusa perfecta para hacer lo que estaba deseando hacer desde que te vi en la entrada.

-¿Qué…?-preguntó atontada por el momento.

-Desde que te vi tenía ganas de besarte, y aunque creas que estoy loco, y sí tal vez un poco, todavía quiero un poco más.

-Yo también quiero un poco más –confesó, volviéndolo a besar tan o más intensamente que la vez anterior. Era una sanción que la quemaba por dentro, una necesidad de tenerlo y de…

De pronto y gracias a la tecnología la luz se encendió y las puertas del ascensor se abrieron dejándolos completamente al descubierto, cortando la magia del momento.

-No lo puedo creer –tartamudeó Cristina viendo a su amiga sobre el hombre que supuestamente tan mal le caía-. Ahora Fernanda Lazo… ¡estamos a mano! ¡¡Ya no te debo nada!!

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