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Conti Constanzo lanzó novela con Passapoga lleno, stand up sobre Costabal, Salfate y un gran regalo Deuda de Sangre

Conti Constanzo lanzó novela con Passapoga lleno, stand up sobre Costabal, Salfate y un gran regalo

Decenas de fanáticas de la escritora creadora de Beatriz y el “hdp” más querido por las chicas Braga, repletaron el club nocturno, templo del placer masculino, que se transformó en un hervidero de gozadoras lectoras. Las mujeres disfrutaron de un stand up de Un Wey Weón (Alejandro Velasco), una interesante reflexión de de Juan Andrés Salfate sobre la trata de personas, la esclavitud y la influencia de la mafia rusa, y recibieron regalos. Para las que no pudieron estar, Conti nos regala la segunda parte del Primer Capítulo de Deuda de Sangre.


 

Primer Capítulo (Segunda Parte*)
* Haz click aquí para leer la Primera Parte

— ¡Misha! Ya están listas para que las revises.

Uno de los hombres que Ira había visto inyectando a las niñas era el que ahora se dirigía al ruso musculoso.

—Creo que son todas vírgenes, fue una buena pesca —se burló el otro.

«Cabrones, ya quisieras ver lo que te puedo pescar yo», pensó Ira ocultando un escalofrío.

—De eso me voy a cerciorar yo, no quiero errores como la vez anterior.

—Misha, yo…

—No quiero escucharte, Blasko, ya sabes cómo se pagan los errores —voceó dirigiéndose al hombre, que con solo escucharlo temblaba de miedo, y viéndola a ella susurró—. Vete.

Ira apretó los labios con tanta fuerza que sintió el rechinar de sus propios dientes mientras caminaba para abandonar la habitación, y antes de dar el primer paso sintió cómo el tal Misha le daba una palmada en el culo. Ella no se volteó e hizo como si fuera lo más normal del mundo.

Al salir al fin pudo respirar, pero ahora su corazón latía desbocado con solo imaginarse lo que en aquella habitación estaría ocurriendo.

Rápidamente se introdujo en lo que significaba la vorágine de la noche, y salió a escena con sus compañeras.

Cuando terminó de bailar Army of me de Bjork, Zhenya se acercó a ella con esa expresión indescifrable que siempre tenía en el rostro. Ira la había tratado de comprender muchas veces, y a la única conclusión que había llegado era que su cara era de hastío con la vida y con todo lo que seguro una mujer de esa edad había visto, y sobre todo para ocupar el lugar que ella tenía en aquel club.

—Debes llevar vodka a la cabina 3.

—¿Yo? —preguntó, no era camarera y a ese lugar nunca asistían las bailarinas como ella.

—Si no fueras tú, no te lo estaría diciendo.

—Está bien —asintió caminando a la barra.

—Ira —la detuvo con su voz ronca de fumadora—. El vodka es para el vor. —Ella hizo como que no le importaba, no podía mostrar sentimientos—. No arruines quizás la única oportunidad que tienes para salir de aquí.

—¿Estás segura que debo ir yo?

Zhenya sonrió de medio lado. Por alguna extraña razón, esa muchachita algo diferente le gustaba, a pesar del poco tiempo que la conocía, aunque no dejaba de encontrarla algo extraña.

—El mismo Misha lo ha pedido.

—¿Misha? —preguntó haciéndose la tonta, necesitaba recabar información.

—El próximo sucesor de Vadik, uno que seguro será muy diferente.

—¿Diferente?, ¿para bien o para mal? —quiso saber, sabía que se estaba arriesgando, pero tenía que intentarlo.

—Ni mejor, ni peor. —Se encogió de hombros—. Él es de la vieja usanza, pero con métodos de nuestros tiempos —confirmó y se alejó del lugar.

Mientras Ira caminaba al bar sacaba sus propias conclusiones, y no le gustaban en absoluto. Ya sabía quién era el tipo de horas anteriores, y ahora sí le encajaban los tatuajes que lucía en su cuerpo, al menos lo que había podido vislumbrar.

También pensaba en que su apreciación de “ni mejor ni peor” distaba mucho de la de Zhenya. La vieja usanza era lo peor, hombres acostumbrados a hacer su voluntad, sin sentimientos, y lo que era mucho peor, sin remordimientos, para ellos las personas eran objetos para un propósito y la esclavitud parte normal de la vida.

Dentro de la camioneta, Brad estaba nervioso, y aunque no quería que sus compañeros lo notaran, era evidente. Tenía la vista pegada en la pantalla y ni siquiera había pestañado una sola vez, que su compañera estuviera sola con el vor y con el otro tipo le asustaba.

—Tranquilo, Brad. Ira sabe lo que hace.

—No me preocupa.

—Jefe —rio el joven que se ocupaba de la comunicación—, ¡apenas respiras!

—Es verdad —habló Blake acomodándose la beretta que llevaba en la espalda—, estamos a dos minutos de distancia.

—Ciento veinte segundos muy largos —suspiró Brad apesadumbrado.

—¡Voto de confianza para nuestra chica superpoderosa! Sin ella no estaríamos aquí.

—Ni que lo digas —comentó riendo Blake para aligerar la situación de tensión—, mira que si no, ella será nuestra superior en la próxima misión.

—¡Retrocede la cinta! —los cortó Brad, viendo algo que le llamó poderosamente la atención.

Rápidamente Peter obedeció y también notó lo que su jefe quería ver. Ira había empañado un vaso para ponerles una carita feliz, eso significaba que ella estaba bien y tranquila y eso a ellos, sobre todo a Brad, le devolvía el alma al cuerpo. Ellos podían ver y escuchar, ella no, estaba sola en aquel tugurio de vanidades.

—¡Esa es mi chica superpoderosa! —exclamó bajito Jeff, tranquilizándose también.

Con la botella de vodka sobre la bandeja caminó segura, adentrándose por los pasillos que la llevaban directo a las cabinas. Los hombres que custodiaban la entrada ya estaban advertidos de su visita, así que la dejaron pasar deleitándose cuando la vieron caminar. Ira, en cambio, iba diciendo maldiciones para cada uno de ellos, acordándose de todos sus antepasados mientras veía la cantidad de armas de última generación que ellos portaban. Pensaba que con solo una de esas podría acabarlos a todos y una pequeña sonrisa se le escapó de los labios.

Con ese pensamiento se detuvo frente a la cabina número 3. Con cautela y dando un profundo suspiro, giró el pomo que seguro sería chapado en oro. No terminó de girarlo cuando alguien desde dentro le abrió, invitándola a pasar.

Su vista se dirigió directo a la mujer, que en ese momento estaba haciéndole sexo oral a un hombre que estaba sentado en un gran sillón rojo estilo real.

Solo una pequeña luz iluminaba la cabina, pero eso no le impidió notar varias fotografías dispersas sobre una mesa, era como una especie de catálogo que enseñaba distintas mujeres que poseían un número y un valor.

«¡Cerdos, esto no es una multitienda donde todo es llegar y llevar!».

De pronto sintió cómo la mano robusta del mismo hombre que ya la había tocado la hizo ingresar para cerrar la puerta tras de sí.

—Déjalos en la mesa y quédate frente al vidrio —le ordenó.

Ira tragó saliva disimulando su nerviosismo y obedeció sin entender nada, pero cuando se quedó frente a la ventana, vio cómo una joven de no más de dieciséis años caminaba meciéndose de un lado a otro solo en ropa interior. La joven subió a una especie de tarima y giró para enseñar su cuerpo en todo su esplendor. Vio cómo varias luces rojas se encendieron y cómo un hombre apareció de la nada para sacarla del lugar. Ella bajó la vista y escuchó cómo el otro ruso le hablaba.

—No te ordené que dejarás de mirar, puta.

«No soy puta, imbécil».

—Separa las piernas.

—Vadik…

—Lo sé, lo sé, solo quiero ver hasta dónde está dispuesta a llegar esta puta por complacer a su vor. Y créeme que su culo me apetece más de lo que crees, sino lo hubiéramos conversado, estaría encantado de follármela por detrás tan duro que no duraría más de un par de meses a mi servicio.

Ira apretó la mandíbula, sintiéndose ultrajada verbalmente, ese tipo no era un hombre, era un cerdo que estaría encantada de llevar a prisión para que a él sí que se lo follaran por todas partes hasta que suplicara clemencia.

Eso era lo único que le daba fuerzas para continuar, quería acabar con aquella organización, solo debían esperar el momento justo, y solo esperaba que la entrega fuera lo más pronto posible.

—¡Mierda! —escuchó distrayéndola de sus pensamientos aún mirando por la ventana—. Puta, ¡me rozaste con los dientes! —exclamó para posteriormente propinarle un golpe a la mujer, que la dejó tirada en el suelo.

Rápidamente y sin decir ni media palabra, el musculoso se puso delante de él y ayudó a la muchacha a que se levantara. De reojo, Ira vio que era una de sus compañeras la que lentamente ahora se incorporaba.

—Tráeme a una que valga la pena, Misha, antes de que rompa la promesa que te hice.

—¡Fuera! —voceó el ruso dirigiéndose a Ira, que aún estaba expuesta en la ventana, pero cuando se giró se quedó mirando unos segundos al hombre que aún permanecía sentado.

—Tienes agallas, puta, pero estás vieja para lo que a mí me gusta.

«Cerdo».

Misha las cogió a ambas del brazo para sacarlas, Ira tomó de la cintura a su compañera y rápidamente la sacó de la cabina.

—¿Estás bien? ¿Te duele algo?

—Quiero volver —pidió deteniéndose.

—¡Pero estás loca, mujer! ¿Quieres que ese hombre te mate?

—Ese hombre es el vor, y yo ya estoy muerta, ¡es que tú no entiendes!, llevo en esto toda la vida y ese hombre, cualquiera de los dos, es la única salida que tengo para tener mi libertad.

—Una falsa libertad, Erika.

—Ira… —Volvió a detenerse para mirarla a los ojos—, vete de aquí antes de que sea demasiado tarde.

—¿Por qué…por qué me estás diciendo esto? ¿Qué escuchaste, Erika?

—Nada —respondió y volteó la cara hacia otro lado, con eso Ira supo que ya no diría nada más. Siguió caminando con ella hasta llevarla al camerino para que descansara, pero antes de llegar escuchó cómo detrás de una puerta niñas lloraban, o mejor dicho sollozaban.

Dejó a Erika sentada y volvió a salir para dirigirse hacia el sollozo, abrió la puerta y vio a dos niñas abrazadas llorando.

—¿Qué sucede? ¿Están bien? —sabía que la pregunta era estúpida, pero no podía dejar de hacerla.

—Nos ha comprado el vor, eso nos dijeron, ahora están… —murmuró apuntando hacia otra puerta—, preparando a otras chicas, el hombre dijo que las follaría por detrás para dejar intacto su himen… —No alcanzó a terminar cuando la joven comenzó a llorar de nuevo.

Ira ya no pudo escuchar más y, aunque arriesgada, tomó una decisión. Cogió a las niñas de la mano, salió y comenzó a caminar para llegar a las escaleras de emergencia.

Utilizando todas sus fuerzas logró abrir la pesada puerta. El frío que la recibió la hizo tiritar, ahora sí estaba nevando, y ninguna de las tres llevaba más que ropa interior, cogió a la joven que estaba más cuerda y zamarreándola por los hombros le habló muy claro:

—Van a bajar por las escaleras sin mirar hacia arriba ni detenerse, ¿me entiendes? —La joven asintió con la cabeza—. Cuando toques el suelo correrán hacia esa esquina, un amigo mío las estará esperando y las llevará de regreso a casa.

—Soy ucraniana —susurró la menor, que hasta entonces no había hablado. Ira le dedicó una sonrisa y le explicó lo mismo en su idioma y por fin vio una sonrisa en aquellas caritas teñidas de pena y dolor.

Ambas se abalanzaron a ella para darle un abrazo, pero rápidamente ella las apartó y las apremió para que comenzaran a bajar mientras vigilaba la puerta y la escalera, tenían muy poco tiempo.

Cuando ya estaban en las escaleras de emergencia, se arrodilló en el suelo y escribió para asegurarse que sus amigos la entendieran, el viento soplaba demasiado fuerte y no estaba segura si sería oída.

VUELAN DOS PAJARITOS 

—¡Brad! —gritó Blake, que en ese momento no podía creer todo lo que había escuchado, para posteriormente leer el mensaje.

Con la ventisca de afuera apenas se podía escuchar por el micrófono, pero cuando leyó lo que Ira ponía en el suelo supo lo que debían hacer.

Brad, que en ese momento estaba totalmente concentrado con audífonos y en otro ordenador analizando la voz y el perfil de Vadik, tardó unos segundos en darse cuenta de lo que su compañero le decía, pero cuando vio el monitor lo entendió todo.

—¡Mierda, Ira! —exclamó bajito poniéndose de pie, cogiendo un par de chaquetas, para rápidamente salir del nido a buscar ese par de pájaros.

Congelada, y con los dientes castañeándole, Ira vio cómo a lo lejos las niñas eran interceptadas por Brad que, a pesar de estar a varios metros, era capaz de ver la cara de enojo que la atravesaba como si fuera un rayo en aquella noche de tormenta de nieve.

Cuando volvió a la puerta, notó que le costaba más abrirla. Claro, ya casi ni sentía los dedos, incluso le costaba caminar, pero una vez que entró, sintió cómo el calor proveniente del interior invadía su cuerpo, se apoyó en la pared y bajando la espalda lentamente sintió que tocaba el suelo, estaba tiritando, necesitaba entrar en calor y salir lo más pronto de ese piso.

Varios minutos transcurrieron hasta que se sintió capaz de caminar de nuevo, pero aún estaba congelada. Comenzó a bajar por las escaleras hasta que llegó al piso inferior, donde varios clientes jugaban al póker, apostando grandes sumas de dinero (entre otras cosas). En ese lugar al menos solo se apostaba, y las únicas mujeres que había eran para repartir cartas.

Se acercó a una mesa y vio lo único que seguro en ese momento la podría calentar, tomó un vaso de vodka y a palo seco se lo tragó, este le quemó la garganta, el esófago, hasta alojarse en su estómago. Luego repitió la operación con otro vaso que estaba también sobre la mesa. Cuando acabó, en agradecimiento y para no levantar sospechas, tomó al hombre mayor y regordete de la cara y lo besó en los labios, repitiendo la operación con su contrincante en el juego. Ambos hombres quedaron felices y vitorearon unas palabras de agradecimiento, pero Ira ya estaba a punto de llegar a la puerta.

—¡Eh, puta!, si te doy una botella de vodka completa, ¿qué me das a cambio?

Antes de darse la vuelta cerró por una fracción de segundo los ojos para tranquilizarse, y así poder girarse con la más falsa de sus sonrisas.

Y al hacerlo, lo vio.

El ruso tatuado.

El musculoso.

Misha la miraba con las manos cruzadas a la altura del pecho, con una sonrisa ladina y de soslayo, riéndose de ella.

—Tampoco eres hombre para estar en este lugar.

Ira lo miró y sonrió antes de darse la vuelta para salir de aquel lugar y también para dejar de mirarle los nuevos tatuajes que ahora había descubierto, ya que estaba solo con unos pantalones ajustados negros. En su brazo izquierdo tenía tatuado un alambre que le rodeaba el bíceps. Este tenía cinco púas, eso significaba que había pasado cinco años en la cárcel, con eso seguro se había forjado su posición.

Al fin salió de su vista y de su alcance. Ese hombre no le gustaba, algo le sucedía cuando estaba junto a él, y esa noche ya lo había visto demasiado, incluso el frío se le había quitado, ¿u olvidado?

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