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Maltrato sicológico: diez años ciega, loca y estúpida Yo opino

Maltrato sicológico: diez años ciega, loca y estúpida

Maria Ignacia Gomez
Por : Maria Ignacia Gomez Mujer chilena, amante del mar, mariscadora, cocinera, escritora, artesana y mamá.
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Empezaré diciendo que soy bipolar y que durante 10 años me he sentido -o me han hecho sentir- culpable por serlo. Cuando conocí al que hoy es mi ex marido, nunca pensé ni me imaginé que las cosas terminarían así. Que yo terminaría así.

Si vamos a hablar de cosas raras, cabe destacar que él me vio por primera vez a mí cuando yo tenía 16 y él 26. Al tiempo de eso me fui a vivir a otra ciudad y cuando 10 años después volví, él mandó a un sobrino a que se hiciera amigo mío para que nos presentara. Cuando me enteré de esta historia, la encontré romántica por decirlo menos: hoy me doy cuenta que es el primer signo psicopático que no vi.

Todo lo que voy a escribir y contar es lo que viví durante 5 años de pololeo (4 de convivencia) y 5 años de matrimonio. Todo lo que no vi -o no quise ver- y lo que sólo con una buena terapia he ido descubriendo. Debo admitir eso sí, que aún no supero la etapa de pensar que puedo estar exagerando, o que quizá sí es mi culpa, o que le estoy haciendo daño; pero después recuerdo las herramientas que hoy tengo para conocerme y poder ver la realidad y distingo las cosas con mucha mayor claridad. Situaciones que aún ahora separada sigue haciendo e intentado provocar. Aún ahora logra tener cierto control sobre mis pensamientos, pero sobre todo, ha logrado que me sienta la mujer más estúpida del planeta por no haber sido capaz de darme cuenta, por haber siempre justificado todo en nombre del «amor» (enfermizo) que decía sentir por mí y por nunca haber escuchado ni a mi familia ni a nadie cuando me lo advirtieron.

El día que nos conocimos llegó a mi casa invitado por un amigo mío (su sobrino) y al principio me pareció arrogante, pero de igual manera le presté atención. En esa época yo tenía 25 años y, aunque no lo sabía, estaba en medio de una etapa de euforia de mi enfermedad. Figuraba yo tendida de guata en el living de mi casa mientras conversábamos, cuando él se sacó un zapato, puso su pie en mi espalda y dijo: “Eres una pendeja caprichosa que lo único que necesita es un hombre que te diga que no a tus caprichos”. Yo caí rendida, él era el hombre que yo necesitaba en mi vida. Hoy miro atrás y pienso que ese fue el momento exacto en el que debí salir corriendo. Debí darme cuenta, debí ver que eso no era normal.

La segunda señal fue un día que entró a mi casa y, al ver el desorden, se dio media vuelta y lo escuché cuando decía “ésta no es la mierda que quiero para mí”. ¿Cuál fue mi reacción? Voy a pedir ayuda porque yo sí quiero estar con él. Cómo pensar algo malo si gracias a él me sanaría -algo que siempre me sacó en cara-, así es que pedí la primera hora a un psiquiatra que encontré con tal de que él quisiera quedarse a mi lado.

Tercera señal: nunca pensé demasiado en el hecho de que cuando me conoció rompió su noviazgo -ya con todo organizado- aludiendo a que era por mí (llevábamos una semana juntos) y jamás lo escuché decir una buena palabra de su ex; sobre todo que era celópata (punto que anoté mentalmente para no demostrar celos nunca).

Cuarta señal: la primera canción que me dedicó, estilo serenata, desde afuera de mi casa en su camioneta con las puertas abiertas. Era una de Camila que decía en el coro “sabía que no eras para mí”, pero todo el resto era puro amor, así es que esa frase daba lo mismo.

No dejo de mirar atrás, de revisar cada recuerdo, de tratar de justificar, de decirme que estoy enferma, que es normal que él estuviera conmigo porque nadie más podría quererme más que él, aunque haya sido puta, drogadicta, alcohólica y esté loca… quizá sí lo fui y realmente no me acuerdo… quizás no lo fui, pero no logro pensar ni me hace sentido que el hombre al que tanto amé fuera capaz de utilizar todo, mis recuerdos, lo que le confié en la seguridad que sólo se le puede tener a tu marido, incluso mi enfermedad, para hacerme daño y obligarme a quedarme a su lado para mantener a su trofeo y un estatus que nunca fue de él ni mío, sino de mi familia.

Hasta su mamá me lo advirtió, pero como la señora me odiaba, ni quise creerle cuando me dijo que su hijo sólo estaba conmigo por el apellido de mi papá, que nunca me amaría a mí y que lo único que quería es que lo miraran como algo que nunca iba a llegar a ser. Que tuviera cuidado y que no me extrañara si en algún momento me pegaba. ¡¡Cómo le iba a creer!! Si hasta me reí en su cara porque me resultaba absolutamente imposible que una madre hablara así de su propio hijo, y ya ven, lo único que no hizo fue pegarme porque antes de que alcanzara a hacerlo me defendí, pero cómo no iba a querer pegarme si sólo estaba peleando con él para tratar de explicarle que no había querido hacerlo enojar.

Si me vieran nunca pensarían que me podía pasar a mí. La mayoría nunca se dio cuenta y a los que se dieron cuenta nunca les creí. Cómo, si soy fuerte, contestataria, feminista, una leona como dice una amiga… pero si quería subir una foto en traje de baño a facebook tenía que pedirle permiso, no porque él me lo ordenara, porque siempre me hizo sentir que no preguntarle era una falta de respeto.

Supongo que otra cosa de la que me hizo sentir “agradecida y en deuda” fue de que me aceptara con mis hijos, aunque el mayor de ellos se fuera a vivir con su papá pese a que en su casa no tuvieran más que una pieza en la que entraba un camarote, un velador y una repisa para sus ropas. Mientras sus hijas, que iban por dos días al mes, tuvieron la pieza matrimonial para ellas. Al respecto, no tenía nada que reclamar puesto que cuando le dije que cambiáramos la ventana de mis hijos por una que se pudiera abrir, me dijo que diera gracias que teníamos espacio para ellos y que era su casa, así es que si tenía tiempo lo pensaría. Tampoco era mi casa como para colgar un cuadro o una foto.

Durante mucho tiempo estuve cansada, quería salir de ahí, llorar -más de una vez lo hice-, pero como bien decía, no tenía a donde caerme muerta si no estaba con él y pedirle ayuda a mis papás sería retroceder y demostrar inmadurez, aunque no le molestaba la mesada que mi padre me entregaba.

Aún con todo eso nunca hablé mal de él, ni siquiera ahora, hasta antes de escribir esto (y no voy a decir su nombre por respeto a él, que fue mi marido y a mis y sus hijos), ya no sé si sólo porque no me daba cuenta de nada de esto, porque me daba cuenta de algunas cosas y me daba vergüenza decirlo o porque si sabía que hablaba mal de él me miraría con esa cara de odio que me aterraba porque nunca sabía en qué iba a terminar… y que me asustaba también porque luego amenazaba con irse y yo salía corriendo a ponerme entre las puertas y él o delante de su camioncito, o le rogaba o le gritaba con tal de que no me dejara sola, que no se fuera, porque no podía estar sin él.

Reviso lo que voy escribiendo y me cuesta hasta leerlo. Es difícil hablar de violencia intrafamiliar y más aún de maltrato psicológico, porque los golpes no se ven, pero esto te va marchitando y matando por dentro sin que tú o el resto se dé cuenta y cuando notan lo cambiada que estás siempre hay una excusa. La mía era que “estoy” loca.

Desde que estamos (estuvimos) juntos intenté matarme cuatro veces. La primera estaba en la casa de mi mamá y estaba muy cansada, sólo quería dormir, descansar y que él me fuera a ver, y me tomé 5 pastillas (ansiolíticos) que sólo me atontaron, pero él me fue a ver. A los meses -aún no llevábamos un año- lo intenté con más pastillas, pero luego me asusté y lo llamé para pedirle ayuda, pero me dijo “si lo vas a hacer hazlo ahora y rápido que estamos recién empezando y me va a doler menos”, y yo dije wow, ¡¡¡me está tratando de hacer reaccionar!!!!

La tercera vez fue el año pasado. Ya no quería más guerra, estaba cansada, no quería más gritos. Ya no sabía cómo salvar mi familia y tampoco me atrevía a separarme. Él decía que estaba solo en una crisis, pero lo intenté igual. A esas alturas ya ni siquiera dormíamos juntos y siempre dijo que los niños estarían mejor con él que conmigo que estaba loca, así es que daba lo mismo si estaba o no. Los 3 siguientes meses fueron horrorosos. No me levantaba del sillón, no escuchaba ni hacía nada. El psiquiatra dijo que estaba con antropofobia y crisis de pánico así es que él, para ayudarme, decidió que debía empezar a salir de la casa y relacionarme con más personas. Incluso me celebró el cumpleaños. Durante esos meses le rogué que me internara, que necesitaba ayuda, le expliqué que todavía estaba en un punto donde me daba cuenta de que estaba en riesgo, que por favor me ayudara, pero dijo que no me preocupara, que iba a estar bien, que él me cuidaría, y que de paso por favor me levantara e hiciera el aseo porque la casa estaba hecha un asco y para variar él había tenido que llevar la comida porque yo con la excusa de estar enferma no era capaz de hacer nada, ni en la casa ni con los niños, que claramente estaban mejor con él.

Y llegó el 27 de diciembre, 10 ansiolíticos y una copa de vino. Mi amor y mis hijos no se merecían una esposa y una madre como yo. Necesitaba ayudarlos y salvarlos, así es que hice mi mayor demostración de amor e intenté, una vez más morir, pero esta vez porque ellos no se merecían el castigo de tenerme ahí, enferma, loca, alcohólica, puta, drogadicta, incapaz de hacer el aseo, cocinar o hacer el amor con mi marido. Eso no era vida para ellos.

Y ese intento de suicidio me salvó la vida.

Cuando salí del hospital comencé un tratamiento psicológico y cambié de psiquiatra y diagnóstico. Ya no era bipolar, ahora tengo bipolaridad afectiva severa con personalidad suicida, y me están tratando para eso. Me cambiaron un remedio y reviví, la psicóloga me mostró que mis problemas eran por no quererme y me dio tareas para comenzar a conocerme, herramientas para los momentos de crisis y herramientas para las crisis prolongadas y, sobre todo, me enseñó lo que significa validarse.

Ese día sonreí por primera vez en meses y mi marido comenzó a tener miedo. Lo primero que hizo fue decirme que debía estar agradeciera de que él siguiera conmigo porque cuando estaba yo hospitalizada, una mujer lo buscó para acostarse con él y él me eligió a mí aunque estuviera loca y hubiera intentado matarme. Y comencé de a poco a abrir los ojos. Cuando nos separamos, su modo conmigo cambió y era todo amor hasta que viajé a ver a mi hijo mayor, entonces amenazó con quitarme a nuestro hijo, y de nuevo me asusté y estuve dispuesta a volver, pero sólo de la boca para afuera. De a poco estaba soltando las cadenas. Estuvo bien unas semanas y volvió a la misma forma de hablarme, de agredirme, de insultarme, de hablar mal de mi familia, de culpar a mi madre de todos mis trastornos afectivos, de que nadie me soportaba y todos decían que estaba loca, que por eso no se me acercaban y así también me aisló socialmente, pero esta vez le dije que no más, que ya no podía. Hice el cese de convivencia, hablé con un abogado, fui al Sernam, vi a la abogada, psicóloga y asistente social, hice la denuncia en carabineros, la ratifiqué en el juzgado de familia y pedí un recurso de protección para mi hija y una medida cautelar para que no se me pueda acercar. ¿Qué hizo? Me bloqueó de whatsapp y el teléfono para intentar que me viera obligada a buscarlo, pero no lo he hecho ni lo voy a hacer, aunque a veces tenga miedo, aunque a veces quiera ir, aunque a veces lo extrañe.

Hoy me doy cuenta que tuve muchas opciones y oportunidades de salir del círculo de la violencia psicológica, pero no fui capaz porque,

Yo no elegí que a los meses de estar juntos llegara borracho a mi casa pateando las paredes porque estaba enferma, pero elegí justificarlo diciendo que quizá esa era su forma de demostrar su preocupación.

Yo no elegí que cambiara la fecha del matrimonio con excusas baratas pero prometiéndome amor eterno, pero elegí justificar diciendo que le daba miedo el matrimonio, pero que en algún momento nos casaríamos porque me amaba.

Yo no elegí sus horarios de trabajo en su negocio, ni que tuviera ventanas de horas cuando decía que llegaría a una hora y llegaba 3 horas después, pero sí elegí confiar en por qué si estaba conmigo era porque me amaba y jamás me engañaría.

Yo no elegí que luego de una pelea en la que siempre era yo quien pedía disculpas si saber por qué, ya sea por teléfono o corriendo a su negocio rogándole que me perdonara, él me llamara más tarde para decirme que me amaba, que ya se iba para la casa y que me llevaba cigarros, para que luego llegara 3 horas después y sin los cigarros porque se le habían olvidado, pero sí elegí justificarlo diciendo que estaba cansado, que tenía mucha pega y que por eso se había olvidado de comprar el encargo y también elegí salir a las 11 de la noche a comprarlos porque él también quería fumar pero estaba muy cansado.

Yo no elegí embarazarme, pero si elegí ser feliz con la noticia aunque el me dijera que tenía que abortar porque él no quería más hijos.

Yo no elegí que me mirara con odio, que me insultara, que me denigrara, pero si elegí escucharlo, creerle cuando decía que era una inútil y elegí justificarlo diciendo que la culpa era de cómo lo criaron.

Yo no elegí que fuera resentido, arribista, inconformista y que siempre quisiera más de lo que tenía, pero sí elegí abrazarlo ante sus quejas y tratar de explicarle que nuestros hijos estaban sanos, teníamos un techo y comida.

Yo no elegí que nuestro hijo, al mes y medio de vida, estuviera grave y tuviera yo que viajar con él a Santiago para salvarle la vida, pero sí elegí escuchar y leer toda clase de insultos hacia mí y mi familia mientras estaba borracho, pero sí elegí justificarlo diciendo que era su forma de demostrar su miedo, aunque por dentro me estuviera rompiendo en mil pedazos.

Yo no elegí que él tomara todas las noches una botella de pisco o ron, pero elegí tomar con él porque era el único momento del día en que podía estar a su lado mientras él revisaba su celular.

Yo no elegí separarme dos veces los dos primeros años de matrimonio, pero elegí volver (aunque en el fondo sentía que no debía) porque él me amaba, lo demostraba llorando en todas partes, llevando flores y prometiéndome que todo sería mejor. Elegí volver la segunda vez porque intentó matarse por amor a mí porque no quería estar sin mí; ¿cómo no iba a volver?

Y entonces dejé de no elegir y comencé a ¡¡¡elegir!!!

No digo que en estos diez años juntos no hubo cosas buenas, muy buenas y maravillosas (dios, en la cama era lo mejor que había conocido), pero no era suficiente como para seguir ahí.

Hoy elijo abrir los ojos y sanarme

Elijo quererme y validarme lo suficiente como para saber que no merezco vivir así y al lado de una persona así.

Elijo sacar a mis hijos de ahí, porque no quiero que crezcan pensando que el maltrato es normal.

Elijo aprender a estar sola y disfrutarlo.

Elijo dejar de justificar lo injustificable, porque yo soy una mujer maravillosa que merezco lo mejor.

Elijo caminar en la vereda de al frente y no tenerle miedo, aunque cueste.

Elijo correr si es necesario y pedir ayuda antes de dejar que me vuelva a manipular.

Elijo mantener mi denuncia y mi medida cautelar y elijo ir a juicio porque sé que lo que viví es real.

Elijo saber que está muy enojado pero que ya no permitiré que me haga daño.

Elijo sentarme y permitirme tener miedo, querer volver, querer escuchar su voz, querer sentir su olor, pero elijo permitírmelo sólo por 3 minutos, cronometrados, porque él no merece más tiempo que ese en mi mente.

Elijo ser fuerte y empoderada, porque la única dueña de mi vida soy yo.

Pero por sobre todo… elijo romper las cadenas del miedo y la sumisión, salir del infierno, elijo no permitir que ese monstruo me ame y elijo ser feliz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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