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Época de carnaval: celebrando el mundo Aymara y derribando estereotipos en nuestras culturas ancestrales

Época de carnaval: celebrando el mundo Aymara y derribando estereotipos en nuestras culturas ancestrales

Paula Jorquera
Por : Paula Jorquera Paula Jorquera es ariqueña, mamá, cuentacuentos, escritora y profesora de historia. Ama su norte y el mundo ancestral. En twitter es @paberjoli
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Cuando naces en el límite de un país, reconoces en tu interior que las fronteras realmente sólo existen en los mapas y en las personas que quieren gobernar el territorio y tener poder. Vengo de Arica donde estás más cerca de los países vecinos que de la primera ciudad que se acerca a la capital. Para mí, los peruanos son mis hermanos y los bolivianos deben ser considerados una de las culturas más respetuosas de su memoria ancestral, mucho más que nosotros los chilenos.

Hay algo que desde hace un tiempo nos une a los tres países y que se llama Carnaval Andino con la Fuerza del Sol. Une tradiciones bolivianas, peruanas y chilenas en este punto del país. Porque Arica ha tenido una particularidad: ser peruana y luego chilena. Entonces en ella se atesoran los tiempos en que fue peruana y lo que el chileno le puso después. Es por eso que Arica no parece chilena algunas veces, más parece un mundo independiente entre los dos países, compartiendo y creando hijos con las dos culturas.

Fue necesaria esa introducción porque necesito que entiendan qué significa Arica y qué significa lo que escribo y desde donde lo escribo: yo no soy aymara, pero me identifico mucho con esa cultura. Es que déjenme decirles que ese concepto de que lo creado viene desde una madre, me encanta. Me encanta que la Pachamama sea creadora, que se identifique con lo femenino, que sean capaces de pensar que la tierra es como la mujer, que en su interior reproduce hacia afuera, contiene desde su interior y te da vida. La Pachamama nos da el sol que nos ilumina y la noche para descansar. También nos da lo que comemos. Y me encanta que todo eso tenga olor a hembra.

Entonces como yo me siento identificada con el mundo aymara, les contaré del carnaval de Arica desde una perspectiva india, “endea” como dirían algunos amigos míos.

Arica siempre ha tenido un carnaval, el más cercano que yo recuerde es la Ginga, que era una especie de carnaval estilo europeo con carros alegóricos y alguna que otra alusión a Río. Con el tiempo, los pueblos aymara se comenzaron a unir y a sacar la voz y empezaron a participar en estos carnavales. Durante muchos años mutó, creando una fusión andina y afrodescendiente para convertirse hoy en lo que es: el carnaval más grande de Chile y dentro de los 5 más grandes de Sudamérica, codeándose con los carnavales de Oruro y Río.

Durante una época en el año, en los cinco continentes se celebran carnavales. Es que esta celebración que tiene un sincretismo cultural y religioso tiene que ver con los cuarenta días antes de la Semana Santa llamados cuaresma. Este año, la Cuaresma comienza esta semana, este miércoles 1 de marzo. Antiguamente, una semana o unos días antes se aprovechaba de hacer todo lo pecaminoso, divertido y excitante que pudieras, ya que comenzando la cuaresma tendrías que entrar en reflexión y ayuno contaste para llegar a Semana Santa limpio. Entonces carnaval es carnaval y mucho más.

En la ciudad también es un concurso. Hay categorías y cada una compite en su propio estilo de baile y tradición. Las agrupaciones de tinkus en una, las morenadas en otra, los caporales, las comunas de pueblos aymara que bailan tarkeada, como la del Pueblo de Molinos, del cual soy simpatizante. La categoría de pueblos donde ellos muestran parte de la celebración de sus propios carnavales, los bailes de tobas, una danza traída desde el amazonas peruano, las danzas llamadas livianas como los waca waca y las diabladas y la categoría de los bailes afrodescendientes ariqueños del Valle de Azapa. Todos ellos compiten en su categoría, evaluando destreza, movimiento, contacto con el público, entre otros puntos.

Este año, el décimo sexto carnaval reunió público de diferentes zonas del país y del mundo. Es un momento mágico, ya que toda la preparación que se hace durante el año se muestra en los 3 días. Los trajes son esfuerzo de cada bailarín y agrupación. En el pueblo del cual soy participante (ya que yo no nací allí) se comienza desde 3 meses antes a planificar, ensayar, enseñar sobre su cultura y eso también es bonito y es meritorio, ya que se hace con el corazón y las ganas.

La ciudad vibra más cuando los ensayos son más seguidos y se escuchan las bandas de bronces, las tarkas, las zampoñas, los tambores, que suenan por todos los rincones, plazas y sectores. Una semana antes de que comience el carnaval se hace un ensayo general, al cual llaman convite. Este año me pasó un poco la cuenta el convite porque a pesar de que ya no soplo la tarka, que es un ejercicio bastante cansador, ser pepino es una tarea importante. En la tarkeada del pueblo de Molinos existen tres secciones: los bailarines, los tarkeros (los músicos) y los pepinos; se le llama pepinos a las personas que van haciendo la fiesta y alegría, a los que juegan con la gente y tiran challa. La challa es una bendición. Este juego tiene que ver con la abundancia de tu vida durante el año en curso, entre más challa, espuma, harina de color y agua te tiren, más abundante y bendecido será tu año. Se me ocurrió este año ser pepino para mostrarle a mi hija desde allí el carnaval, quiero enseñarle cómo los andinos ven el mundo y qué significa esta fiesta.

Los pueblos andinos de descendencia aymara también realizan sus propios carnavales que comienzan ahora y cada pueblo tiene a un personaje: el abuelo carnaval, conocido en otros lugares como el Ño carnavalón. Visto con ojos de no creyente, el abuelo es un mono hecho de paja, madera y otros elementos, con vestimentas de traje, un vestón y un pantalón de tela muy elegantes. Él, al levantarse de la tierra, es el que da el vamos a los carnavales de los pueblos del interior de Arica. Cada pueblo tiene su propio abuelo enterrado (sí, de verdad bajo tierra) en algún cerro sagrado. Cuando se le desentierra se hace un ritual llamado pawa en agradecimiento, también se le viste nuevamente en los días que siguen para luego que acabe el carnaval enterrarlo otra vez y dejarlo descansar hasta el otro año. Una familia de la agrupación se hace cargo de la ceremonia de vestimenta, de comprar un traje nuevo para este año, zapatos, sombrero, camisa, etc. A la familia se le llama el o los alférez y si el alférez es dadivoso puede que invite hasta alguna fiesta o una comida, siempre y cuando el próximo año los alférez se pongan con lo mismo y más, sin esperar nada a cambio, eso señoritas y señoras se llama reciprocidad.

Créanme que en el carnaval nada es imposible, con el paso de los años las mujeres hemos podido ser figura no sólo por nuestra belleza, sino también por nuestra fuerza y destreza. Hay mujeres que bailan caporal al estilo masculino, haciendo piruetas en el aire, hay mujeres que llevan el ritmo y tocan el bombo en las bandas de bronce, como así también el platillo y otros. Me enorgullece contarles que fui parte de un grupo de mujeres invitadas a tocar en la tarkeada de Molinos, donde antes el privilegio era sólo de una, ahora son más de 13 las tarkeras de la imbatible, que cabe destacar ha ganado 11 años consecutivos en su categoría.

Para mí esta fiesta ha derribado estereotipos. Las mujeres no soplan porque se pueden quedar infértiles, nos decían a mis amigas y a mí cuando llegamos al “pueblo de los sin pueblo” (entre mis amigos llamamos así a Molinos porque nos ha acogido a muchos), pero cuando vieron que nosotras lo hacíamos de corazón y creyendo en el abuelo del carnaval, nos aceptaron y comenzaron a entregarnos su cariño y a hacernos parte. Porque como les dije, en carnavales todo puede pasar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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