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Cambio climático versus natalidad: «¿De qué sirve preservar un mundo armónico, si no es para que generaciones futuras vivan en él?» Opinión

Cambio climático versus natalidad: «¿De qué sirve preservar un mundo armónico, si no es para que generaciones futuras vivan en él?»

Felipe Garay
Por : Felipe Garay Bioquímico, Investigador IdeaPaís.
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Hace algunas semanas se publicó un estudio (Wynes y Nicholas, 2017) acerca de medidas concretas para reducir la huella de carbono en el planeta, en miras a contrarrestar los efectos del cambio climático. La tesis de estos investigadores no deja de ser controversial, pues afirman que de todas las acciones posibles para reducir las emisiones de CO2, tener menos hijos sería la medida más eficiente —un hijo menos, postulan, reduciría las emisiones totales anuales hasta en un 60%, considerando sólo las emisiones debidas a su subsistencia básica―.


Si bien esta afirmación no ha generado tanta repercusión mediática, hay varias consideraciones que hacer al respecto. La más pragmática se relaciona con la presunta necesidad de evitar la sobrepoblación mundial, tesis ya planteada anteriormente con diagnósticos errados: por ejemplo, la teoría malthusiana, que menospreciaba el efecto de la tecnología en la producción alimentaria. En esta línea, se proyecta un estancamiento poblacional de aquí al 2100, donde regiones densamente pobladas como Asia, Europa y América retroceden por la disminución de las tasas de fecundidad (World Population Prospects, ONU, 2017). Sin ir más lejos, en Chile actualmente ésta se sitúa bajo el nivel de reemplazo de los padres, llegando a 1,8 hijos por mujer, y la tasa de nacimientos desciende un 2,5% anual, como lo muestran las Estadísticas Vitales del INE (2015). En paralelo, continúa una tendencia al envejecimiento de la población —10,8% de la población son adultos mayores― y a un aumento de las defunciones —1,3% entre 2014 y 2015―.En este escenario, no tiene mucho sentido proponer una mayor reducción de la población mundial, si a largo plazo ya está descendiendo.

No obstante, de esta propuesta pueden derivarse implicancias aún más profundas. La más importante, a nuestro juicio, se refiere a la valoración del ser humano como bien en sí mismo. En este sentido, sería posible plantear ―de manera semejante― eliminar algún animal grande cualquiera (vaca, caballo, ballena, etc.) que genere una gran huella de carbono por su sola subsistencia, sin embargo, esta idea parece descabellada a todas luces, pues los animales son considerados un bien para el ecosistema, al punto que hay movimientos y organizaciones que luchan tenazmente por protegerlos.

Fundar un modo de vida sustentable en base a un descarte de seres humanos —tanto actuales como factuales, donde incluso podría justificarse el aborto libre― nos lleva a una esquizofrenia social, negando al ser humano su valor como agente moral, social y ecológico, lo cual puede terminar ahondando más el deterioro ambiental (Laudato si’, 117-118). ¿De qué sirve preservar un mundo armónico, si no es para que generaciones futuras vivan en él? Pareciera que este aspecto es considerado de segundo orden en nuestra sociedad, pues a falta de un ambiente propicio para formar familia ―los matrimonios dismimuyen un 4,8% anual en Chile, y la razón principal para postergar el matrimonio o no casarse, alude a motivos laborales y de estabilidad económica (INE, 2015)—, cada vez disminuyen las esperanzas de nuevas generaciones.

En lugar de reducir la cantidad de personas en la Tierra, ¿no es acaso más razonable mejorar la forma en cómo vivimos en ella?  Y esta tarea no es sólo individual ni de las instituciones por sí solas, sino que nos implica a todos en la sociedad, donde nuestras relaciones interpersonales e intergeneracionales —cuya primera escuela y campo es la familia―, y los vínculos con los demás seres vivientes y elementos ambientales, nos lleven a orientar todas nuestras políticas públicas y acciones sociales hacia una ecología integral, pues más allá de las diferencias ontológicas, somos parte del ordenamiento natural del planeta.

Nuestro país está aún en deuda con este aspecto y lamentablemente no se ven expectativas de cambio, considerando que carecemos de una política seria e integral de desarrollo sustentable. Ésta parece estar ausente también en las propuestas de los candidatos presidenciales, que no pasan más allá de medidas aisladas, enfocadas en qué hacer hacia el medioambiente, pero que excluyen la preocupación por una ecología humana integral, en la que familia y sociedad sean actores fundamentales.

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